Donald Trump, dos años de retórica destructiva

Hoy cumple 24 meses en ejercicio como presidente de los Estados Unidos y la asesora adjunta de seguridad nacional del exvicepresidente estadounidense Joe Biden hace un balance muy crítico de sus decisiones internacionales. De nuestra serie Pensadores Globales 2019.

Julianne Smith * / Especial para El Espectador / Berlín
19 de enero de 2019 - 09:00 p. m.
“Al abandonar el acuerdo nuclear iraní, Trump ha saboteado uno de los logros distintivos de la cooperación entre la UE y EE. UU”. / AFP
“Al abandonar el acuerdo nuclear iraní, Trump ha saboteado uno de los logros distintivos de la cooperación entre la UE y EE. UU”. / AFP
Foto: AFP - PAUL J. RICHARDS

De todas las difamaciones que ha pronunciado el presidente estadounidense, Donald Trump, sus comentarios mendaces sobre la Unión Europea tal vez sean los más ofensivos. “Nadie nos trata peor que la Unión Europea”, dijo Trump en octubre. “La Unión Europea se formó para aprovecharse de nosotros en materia comercial, y eso es lo que ha hecho”.

Obviamente, nada podría ser más ajeno a la verdad. Sin embargo, cuando planteo temores sobre comentarios como estos con amigos que se desempeñan en la administración Trump, siempre recibo la misma respuesta: ignora la retórica y los tuits, presta atención a las políticas. ¿Acaso quienes nos preocupamos por las antiguas alianzas de Estados Unidos deberíamos sentirnos tranquilos con este argumento? (Más Pensadores 2019).

Por un lado, algunas de las políticas de la administración Trump —en particular el significativo incremento en la financiación de la Iniciativa Europea de Disuasión— en efecto reflejan un firme compromiso con los aliados europeos de Estados Unidos. Pero, por otro lado, esas políticas no bastan para contrarrestar el daño duradero que Trump está infligiendo a la relación transatlántica con su retórica destructiva y su evidente desprecio por Europa.

Consideremos la letanía de maltrato de casi dos años por parte de la Casa Blanca. Desde que asumió, Trump ha acusado al alcalde de Londres, Sadiq Khan, de “hacer un muy mal trabajo en materia de terrorismo”. Ha dicho erróneamente que el crimen en Alemania está en aumento y aludió a un ataque terrorista en Suecia que nunca sucedió. Ha catalogado explícitamente a la UE de “enemigo”. Y también ha acusado a Federica Mogherini, alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, de odiar a Estados Unidos.

En sí mismos, estos comentarios (hay muchos más) representan una diferencia marcada con respecto al lenguaje que los anteriores presidentes estadounidenses han utilizado para describir a los amigos europeos de Estados Unidos. Pero las palabras de Trump son aún más perturbadoras cuando se las compara con el lenguaje halagüeño que utiliza para describir a los adversarios de Estados Unidos.

¿Importa que Trump elogie al presidente ruso, Vladimir Putin, y al dictador norcoreano, Kim Jong-un, al mismo tiempo que critica a la canciller alemana, Ángela Merkel? Encuestas recientes sugieren que sí. En los últimos 18 años, más allá de que los estadounidenses vieran a Rusia con sospecha, desdén o esperanza, republicanos y demócratas por igual han visto a ese país mayormente con la misma lente. Pero el elogio inexplicable de Trump a Putin ha terminado con ese consenso bipartidario. Según una encuesta de Gallup de julio de 2018, es casi dos veces más probable que los republicanos vean a Rusia favorablemente que los demócratas.

De la misma manera, hay pruebas de que los comentarios despectivos de Trump sobre la OTAN están alterando el apoyo bipartidario del que gozó la alianza durante más de 70 años. Entre 2016 y 2018, el porcentaje de republicanos que le dijeron a YouGov que querían retirarse de la OTAN saltó del 17 al 38 %, mientras que otro 38 % respaldó seguir perteneciendo a la alianza. De pronto, un partido con una larga tradición de respaldar las alianzas militares hoy está trancado en la cuestión fundamental de la OTAN.

Más allá de politizar cuestiones que alguna vez eran bipartidarias, Trump también está minando activamente el proyecto europeo. Desde la creación de la UE, los presidentes estadounidenses de ambos partidos han asumido correctamente que “una unión cada vez más estrecha” es de interés nacional para Estados Unidos. Trump ha llevado esa tradición a un final abrupto. No solo ha alentado abiertamente a los estados miembros de la UE a retirarse del bloque; también ha aplicado aranceles a las exportaciones de la UE a Estados Unidos. Y al abandonar el acuerdo nuclear iraní ha saboteado uno de los logros distintivos de la cooperación entre la UE y Estados Unidos en los últimos años.

Al debilitar la unidad occidental, al dejar puestos diplomáticos sin ocupar en toda Europa y al lanzar ataques personales contra líderes europeos, Trump ha dejado bien en claro su intención. Está minimizando la participación de Estados Unidos en la relación transatlántica y abandona el rol de liderazgo tradicional de Estados Unidos, tanto en la escena mundial como en el interior de instituciones como la OTAN. Si bien Trump y los miembros de su gabinete todavía asisten a reuniones y cumbres ministeriales, no se puede decir que su participación tenga nivel de liderazgo.

Consideremos la cumbre de la OTAN en julio de 2018. Casi todos los “resultados” en el terreno de las políticas ya habían sido acordados y ultimados meses antes, y simplemente se reempaquetaron para darles a los líderes de la OTAN algo para celebrar. Inclusive la reforma de la estructura del comando militar de la alianza —la joya de la corona de la cumbre de este año— había sido concretada meses antes entre los ministros de Defensa. Hubo por lo menos cierto progreso en cuanto a reducir las brechas de disponibilidad y movilidad, pero esos logros quedaron opacados tras la rabieta de Trump sobre el gasto de defensa, una cuestión importante a la que el exceso de drama no beneficia en nada.

En lugar de obligar a la OTAN a enfrentar cuestiones difíciles como la inteligencia artificial y la exploración/militarización espacial, los asesores de Trump han decidido que simplemente lograr que su jefe aparezca es un resultado en sí mismo. Pero la OTAN puede funcionar con piloto automático solo por un tiempo. Cuatro o inclusive ocho años sin una mano estadounidense en los controles podrían resultar en una reducción irreversible de la resolución, la unidad y las capacidades de la OTAN.

Los vínculos de Estados Unidos con Europa siempre han sido complicados y siempre han estado plagados de disputas en torno a las políticas. Pero, a diferencia de los presidentes anteriores, Trump cuestiona el valor básico de la relación transatlántica. Al intentar minarla ha unido su suerte a personajes como Putin, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el presidente chino, Xi Jinping.

Cuando asuma el presidente número 46 de Estados Unidos, él o ella no deberían albergar ninguna ilusión sobre lo que hará falta para reparar el daño que ha hecho Trump. Ya sea en enero de 2021 o en 2025, simplemente regresar al statu quo de posguerra no será una opción. Para reinvertir en la relación transatlántica, primero tendremos que redefinirla. El próximo año no sería demasiado pronto para empezar a pensar creativamente sobre nuevos caminos para la cooperación.

* Del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense y de la Academia Bosch en Berlín.
Copyright: Project Syndicate, 2018.
www.project-syndicate.org

Por Julianne Smith * / Especial para El Espectador / Berlín

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