Donald Trump y Bill Clinton: los sultanes de la autocompasión

Décadas antes de que gran parte de los defensores de Trump ignoraran muchos de sus actos para apoyar sus políticas, muchos de los fanáticos de Clinton hicieron un trato similar, aunque menos atroz.

Frank Bruni / The New York Times 2018
17 de junio de 2018 - 03:07 p. m.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos.  / AFP
Donald Trump, presidente de Estados Unidos. / AFP

Quítate, Alec Baldwin, porque Bill Clinton hace una mejor imitación que tú de Donald Trump.

El cabello no es el mismo, pero la actitud es la adecuada: santurrona, autocompasiva y cargada de enojo porque hay quien difunde una versión de los sucesos menos heroica que la suya. Lo estamos avergonzando porque manoseó a mujeres hace muchos años, cuando deberíamos bañarlo con nuestra eterna gratitud. ¿Y su dolor qué?

“Me fui de la Casa Blanca con 16 millones de dólares en deudas”, dijo Clinton en una entrevista que “Today” de la NBC transmitió el lunes, en respuesta a las preguntas acerca de si había demostrado suficiente arrepentimiento por haber convertido la idolatría romántica que le profesaba una chica de 22 años en favores sexuales y por haber desatado una serie de sucesos que la destruyeron.

No sé qué tienen que ver las facturas de servicios legales con la rendición moral de cuentas. Sin embargo, es evidente que su fijación por el dinero y el martirio está intacta.

Antes de que los gritos de “no es lo mismo” destrocen ventanas y asusten a los animalitos del bosque, debo aclarar que escogería a Clinton en vez de a Trump para cualquier cosa cualquier día. 

No obstante, en un momento en que hace falta honor, pues la mayoría de nuestros políticos prefieren eludir responsabilidades que aceptarlas, su forma de evadir preguntas, sus omisiones y racionalizaciones me dan pena ajena. ¿Trump le ha servido de ejemplo? ¿O nos está mostrando de dónde tomó inspiración Trump y a quién le copió sus estrategias?

Es verdad que Clinton está frente a las cámaras esta semana para hablar de un libro que escribió, no de un libro sobre él; por lo tanto, estas preguntas lo dejan frustrado y nervioso. Eso se lo concedemos.

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Además, a sus 71 años, no es el conversador ni el actor que solía ser. Sus ojos ya no lagrimean como antes. Ya no muerde su labio inferior como muestra de arrepentimiento.

Pero, en respuesta al movimiento #YoTambién, ¿acaso no se le ha ocurrido a él ni a alguno de sus colaboradores preparar un guion en el que diga palabras valientes y sanadoras acerca de sus propios errores, las lecciones que aprendió y cómo todos nosotros podemos aplicarlas y beneficiarnos de ellas?

Está en lo correcto cuando dice que ya pasó por el proceso de disculparse por el escándalo de Monica Lewinsky, pero ese suceso precedió la caída de Harvey Weinstein, el reconocimiento de la omnipresencia de la mala conducta sexual y el circo condenatorio de Trump, cuya alergia a las disculpas le da a Clinton la oportunidad de mostrar una mejor y más generosa manera de hacerlo. Queda clarísimo que no la está aprovechando.

Su enojo es muy evidente cuando los periodistas adoptan la actitud mezquina de mencionar el pasado y el hecho fastidioso de que es uno de solo dos presidentes estadounidenses que han sido destituidos. Se puso furioso cuando Craig Melvin de NBC News entró en ese territorio. Y de inmediato se convirtió en Trump.

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Señaló a otras personas, disculpó sus propios abusos eróticos insinuando que sus predecesores en el Despacho Oval no fueron menos cachondos. “¿Crees que el presidente Kennedy debió haber renunciado?”, le preguntó a Melvin. “¿Crees que el presidente Johnson debió haber renunciado?”. Ya dejen en paz a Clinton. Simplemente estaba siguiendo el instinto de su libido.

Citó encuestas, y les delegó el discernimiento y los juicios a las multitudes. “Dos tercios del pueblo estadounidense se pusieron de mi lado”, le dijo a Melvin. Creyeron que la destitución por parte de los republicanos había ido demasiado lejos. Pero eso no significa que sea inocente, ni virtuoso.

Acusó a Melvin de ejercer un periodismo torpe, aunque no hubo un gramo de torpeza en la porción de la entrevista que compartió “Today”. “Tú, como siempre, has ignorado hechos sorprendentes”, dijo. Hasta yo me sorprendí con la magnitud trumpiana de la ira de Clinton.

Esos hechos ignorados fueron la parte más innoble de su vociferación. Mencionó a cuántas mujeres les había dado puestos altos como contrapeso —¿o absolución?— a las infidelidades, las acusaciones de acoso sexual y la denuncia de violación por parte de Juanita Broaddrick. ¿Acaso el ascenso de Madeleine Albright redime la evisceración de Monica Lewinsky? ¿Janet Reno era un comodín para absolverse de todo?

Qué cálculo tan repulsivo. Y qué presagio. Décadas antes de que gran parte de los defensores de Trump ignoraran muchos de sus actos para apoyar sus políticas, muchos de los fanáticos de Clinton hicieron un trato similar, aunque menos atroz.

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Los diagramas de Venn de los presidentes número 42 y 45 coinciden no solo donde se disparan las hormonas, sino también donde se dispara la convicción de que tienen derecho a todo. Y esa idea es la antítesis de un mundo en el que las mujeres obtienen el respeto y la equidad que merecen y los estadounidenses, el liderazgo que tanto necesitan.

El nuevo libro de Clinton, un “thriller” coescrito con James Patterson, se llama “The President Is Missing” (“El presidente no está”). Ese también podría ser el título de su recorrido literario, así como de la crónica en tiempo real del gobierno de Trump. Si se supone que un presidente debe enfocarse más en sus obligaciones que en su reputación, en su deber que en lo que debe, entonces nos hace falta uno en este momento, y Clinton tampoco está llenando ese vacío.

Yo cambiaría la letra de esa canción: pobrecitos de nosotros.

The New York Times 2018

Por Frank Bruni / The New York Times 2018

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