El lado humano de la guerra: la colombiana que estuvo en el ejército de Israel

Debbie Mohnblatt es una colombiana que, por su origen judío, quiso prestar el servicio militar en Israel, país que lleva varios años sufriendo un conflicto con Palestina.

Juliana Jaimes @julsjaimes
01 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Debbi Mohnblatt (der.) llegó al Ejército de Israel en el 2016. / Cortesía
Debbi Mohnblatt (der.) llegó al Ejército de Israel en el 2016. / Cortesía

A primera vista Debbie Mohnblatt se ve como una joven bogotana promedio. No es alta y tampoco tiene una fuerza física evidente. Incluso, si alguien no la conoce podría pensar que se trata de una mujer de pocas palabras. Sin embargo, contra todo prejuicio, habla con propiedad de uno de los conflictos más antiguos y complejos de la historia. Un enfrentamiento bélico que ha dejado miles de muertos y del cual hasta el momento no es clara una solución: el conflicto palestino-israelí. Con 22 años, esta joven colombiana, de origen judío, hizo parte del Ejército de Israel durante dos años y cuenta con certeza que, así suene inverosímil, en medio de las balas y de los muros divisorios hay una parte humana de la guerra que no se ha contado lo suficiente.

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No es común que el servicio militar sea obligatorio y tampoco que sea requerimiento para las mujeres. Pero Israel hace parte de los nueve países del mundo que emplean este sistema. “Yo quería vivir aquí, anhelaba ser como cualquier ciudadana y por eso prestar servicio militar era mi aporte al país”. En abril de 1952 se reformó la Ley del Retorno, una ley que permite que todas las personas de credo judío o descendientes de familias judías hasta la tercera generación puedan retornar a Israel con los beneficios, derechos y obligaciones que esa ciudadanía representa. En ese país las mujeres deben prestar dos años de servicio militar, y los hombres, dos años y ocho meses. “En Israel todo el mundo tiene que prestar servicio, a menos de que tenga una condición médica que se los impida”. Por eso, para 2016, la colombiana ya hacía parte de las Fuerzas Armadas.

“Estar en el Ejército es como un nuevo mundo al que uno poco a poco se va acostumbrando, es un mundo en el que hay otras reglas para la vida, todo es en otro idioma y hay que ir aprendiendo poco a poco”. Mohnblatt cuenta que convertirse en soldado no es fácil y más viniendo de otro país y de otra cultura. “Al principio el entrenamiento básico dura mínimo dos meses. El tiempo es contado para todo. A ti te dicen: tiene tres minutos para lavarse los dientes y cinco para arreglar el cuarto y así tiene que ser, todo es cronometrado”. Hay que pensar diferente, hay que ser más ágil, hay que aprender a entender el conflicto: hay que empezar a vivir la guerra. “Uno llega y la verdad no entiende lo que pasa, pero no es grave porque los otros nuevos tampoco lo entienden, todos estamos igual”.

Para 2016, año en el que Mohnblatt llegó al Ejército de Israel, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, concluía su mandato de ocho años. En septiembre de ese año, el expresidente dijo, durante su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), que Israel no podía “ocupar de forma permanente Palestina”.

Casi cuatro meses después, Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos y solo era cuestión de tiempo para que en diciembre de ese año confirmara que su país reconoce a Jerusalén como capital de Israel. Fue el 14 de mayo, cuando se realizó el traslado de la Embajada que se encontraba en Tel Aviv hacia la ciudad histórica. Una decisión que, sin duda, sentó un precedente en el apoyo a Israel, pues Jerusalén es uno de los puntos clave de este conflicto.

La soldado estuvo durante dos años en el Ejército de Israel. Un tiempo de transición de gobiernos en Estados Unidos, uno de los más grandes aliados. El conflicto palestino-israelí lleva más de cincuenta años y ha pasado por varios procesos de paz. Los más reconocidos históricamente fueron los acuerdos de Oslo I y II, realizados en 1993 y 1995, respectivamente.

De ambos quedaron decisiones importantes que hasta hoy caracterizan el conflicto. Una de ellas fue la división de todo el territorio en zonas A, B, y C. Las zonas A son territorios de las ciudades palestinas en donde quien manda es la autoridad palestina; los B son pueblos palestinos donde el control civil es de la autoridad local, pero la seguridad está a cargo de Israel y, por último, las zonas C son reservas naturales, carreteras y asentamientos israelíes. Las personas de allí tienen ciudadanía israelí.

Durante dos años, la joven bogotana fue soldado de coordinación y comunicación. Su trabajo era dialogar diariamente con la autoridad palestina para llegar a acuerdos en diferentes circunstancias que se vivían en el conflicto armado. Una de las tareas que realizaba era justamente verificar que todo estuviera en orden en los checks points, los puntos en los que los habitantes de diferentes zonas tienen que mostrar sus papeles para pasar de un lado a otro. Israel es un país que está dividido por zonas, por muros y por muertos que aún son recordados con dolor.

Por tratarse de un enfrentamiento armado de tantos años, es claro que ha dejado secuelas irreparables, pero ese ambiente de confrontación que crece a pasos agigantados desde los televisores y periódicos del mundo occidental no es necesariamente lo que se vive en las calles de Israel. “Es cierto que hay un conflicto y eso no se puede negar. Pero el conflicto para mí está más en los líderes, porque en el día a día la gente realmente es muy inclusiva y todos tratan de llevarse bien”. Mohnblatt todas las mañanas se tomaba un café con los soldados palestinos en su base ubicada en Judea y Samaria, una de las zonas más críticas del conflicto por la concentración de sitios religiosos importantes para judíos y palestinos.

“Recuerdo mucho el día de mi cumpleaños. Las dos personas de la autoridad palestina que venían a gestionar los permisos con nosotros entraron a la oficina con bombas de fiesta y cantando feliz cumpleaños en árabe. Eso a mí me impactó mucho, porque entendí que ese era el lado humano de la guerra que uno nunca ve”.

Hoy, tres años después de su experiencia en el Ejército de Israel, la colombiana agradece haber podido pasar lo que vivió: las pérdidas, ver el dolor, y, sobre todo, transmitir la realidad del ser humano y no desde algún extremo. Desde la cotidianidad de quienes están allí día a día y no desde las historias de horror y extremismo con las que se suele contar esta lucha.

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¿Cómo defender lo indefendible y cómo ocultar el daño que en ambas partes se ha vivido? Esta joven de 22 años sabe que el desenlace no será fácil. “Es muy complicada la solución, porque es un conflicto que lleva muchos años. Entre más tiempo pase, se vuelve más difícil de manejar. Como un nudo que se aprieta con vehemencia y se vuelve imposible de desatar”.

Lo cierto es que, siendo aceptable para unos y seguramente reprochable para otros, ella entendió la guerra de otra forma: desde una perspectiva un poco más esperanzadora. “Me impactó darme cuenta de que no todo era tan hostil. Yo creía que allá todos pensaban que ‘si tú eres de un lado y yo del otro entonces estamos en guerra’, pero la verdad es que resultó un proceso más humano. Me di cuenta de que este conflicto no es blanco o negro, sino que puede existir una amplia escala de tonalidades de gris”.

Por Juliana Jaimes @julsjaimes

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