El mundo después del efecto Weinstein

Fue el fenómeno internacional de 2017. Miles de mujeres rompieron el silencio y contaron sus experiencias de acoso y abuso. Periodistas, escritores, directores, presentadores y hasta senadores están siendo señalados. ¿Y ahora qué viene?

Mariangela Urbina Castilla
17 de diciembre de 2017 - 01:55 p. m.
Un centenar de mujeres habló en voz alta durante el 2017 para romper el silencio frente a los acosos sexuales del famoso productor Harvey Weinstein. / EFE
Un centenar de mujeres habló en voz alta durante el 2017 para romper el silencio frente a los acosos sexuales del famoso productor Harvey Weinstein. / EFE
Foto: EFE - GUILLAUME HORCAJUELO

Juguemos a vivir la vida de una actriz famosa por un momento. Usted tiene 23 años y lleva 10 luchando por ser capaz de vivir de sus sueños. Hace una semana no duerme, porque recibió la llamada de un tipo muy influyente. Se llama Harvey Weinstein. Sus amigos le dijeron que si le cae bien a él, seguramente se le van a abrir las puertas del mundo. La citó a una reunión en el hotel Peninsula Beverly Hills y usted llega puntual, ilusionada, esperanzada de quedarse con ese papel en esa película que promete disparar su carrera. En la recepción le dicen que siga a su habitación. Usted toca y él abre la puerta, luciendo una bata de baño. Usted se asusta. Le parece muy inapropiado que la reciba en bata para una cita de trabajo. Weinstein, sin rodeos, le pregunta si le puede dar un masaje o que si quiere mirarlo mientras él se baña. Usted piensa: “¿Cómo carajos salgo de esta habitación de hotel sin hacer enojar a Harvey Weinstein?”.

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La actriz Ashley Judd le contó a The New York Times esa historia, que vivió hace dos décadas. El diario la publicó en un reportaje que sumaba algunas voces de otras mujeres que trabajaron con él. En menos de 15 días, una docena de actrices había denunciado por acoso, intento de violación y conductas sexuales inapropiadas a Harvey Weinstein, dueño y fundador de una productora que lleva su hombre y de la que depende el futuro de buena parte de los proyectos cinematográficos en Hollywood. Esta semana, Salma Hayek se sumó a la ola de denuncias en su contra. Escribió en un ensayo que Weinstein había sido su “monstruo”. Muchas mujeres han hablado al respecto: Cara Delevingne, Katherine Kendall, la francesa Léa Seydoux, entre otros rostros reconocidos internacionalmente. A la fecha, ya son 100 las denuncias contra él, según un informe de AFP.

La denuncia inicial de Judd generó un efecto dominó que trajo dos consecuencias: que cientos de mujeres se atrevieran a denunciar, respaldadas por el apoyo colectivo, y que muchos otros hombres fueran identificados públicamente, por primera vez, como acosadores y abusadores. Ante la abrumadora cantidad de voces, Weinstein tuvo que renunciar, aceptó la mayoría de los hechos y pidió perdón. Louis CK, comediante, guionista y director de cine, acusado por varias de sus colegas de masturbarse frente a ellas sin su consentimiento, tuvo que cancelar el lanzamiento de su película, que prometía llevarse todos los premios en los festivales más importantes del mundo. También pidió perdón. Kevin Spacey, ganador de dos premios Óscar a mejor actor, fue acusado de abusar de dos jóvenes y, en medio de la presión, Netflix acabó con la exitosa serie House of Cards, de la que Spacey era protagonista.

Lori Ginzberg, historiadora del centro de estudios de género de la Universidad Penn State, siente que “los hombres están sorprendidos. Ellos no pueden creer que el acoso sexual contra las mujeres sea así de masivo. Pero nosotras no estamos sorprendidas, lo vivimos todos los días”. Aunque añade: “De pronto nos sorprendemos por la fama y la trayectoria laboral de los nombres que han salido a la luz. Pero no por la magnitud del problema”.

Así le pasó a Nancy Pelosi, la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidosy la mujer más poderosa del partido actualmente, cuando le dijeron que el representante más antiguo de los demócratas, John Conyers, de 86 años, había sido responsable de acosar a cuatro mujeres de su equipo.

En un programa de televisión le preguntaron a Pelosi si pediría la renuncia de Conyers, después de la publicación de su caso en el portal Buzzfeed, y ella respondió que Conyers era un “ícono de Estados Unidos”. Remató diciendo que lo conocía y en cambio a “esas mujeres no”.

Incluso, en los días posteriores, cuando los detalles del caso salieron a la luz, Pelosi sostuvo su primera afirmación. “Es un ícono”, insistió. Y lo es. Fue él quien se echó al hombro la guerra por los derechos civiles, fue el hacedor de buena parte de la lucha jurídica por la igualdad en una pelea acérrima contra la ultraderecha.

Sin embargo, en el 2015, cuatro mujeres firmaron una denuncia en su contra por acariciarlas indebidamente, en privado y en público. Según documentaron, Conyers, tocó lascivamente sus manos, piernas y espalda, además de lanzarles insinuaciones sexuales fuera de lugar. Conyers salió invicto después de hacer un arreglo financiero que se mantuvo en secreto. El artículo de Buzzfeed sugería que este tipo de acuerdos legales son la manera de mantener ocultos los acosos y abusos contra las mujeres en el Congreso estadounidense. “Fui rechazada. No tenía ningún otro lugar a dónde ir”, dijo una de las denunciantes.

“Me siento triste por el señor Conyers. Ha sido un miembro valioso del Congreso por 50 años. Pero sin importar cuán grandioso sea el legado, no existe ninguna licencia para abusar de las personas”, reconoció Pelosi, finalmente, a The New Yorker.

“Después de escuchar todos los casos y de conocer historias como la John Conyers, hoy, por lo menos en el mundo académico, nadie cree en esa presunción de que Harvey Weinstein esté enfermo”, explica Ginzberg. “El abuso es una conducta muy común de hombres en posiciones de poder que se ha extendido por el silencio y la complicidad social. Seguramente eso pasó con Conyers. Los hombres deberían aprender a escuchar mejor a las mujeres con las que trabajanEn estos casos, es evidente que ellos no lo hicieron. Es tan común el problema que sería imposible pensar que todos están ‘locos’ o enfermos”.

¿Va a cambiar el mundo? Purmina Mankekar, antropóloga, Ph.D. de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y profesora del Departamento de Estudios de Género de esa institución, cree que, “en muchos sentidos, (el efecto Weinstein) sí produjo un cambio en la forma en que ahora se habla sobre el acoso sexual en el lugar de trabajo en los grandes medios. Pero también es importante recordar que la violencia sexual, la mala conducta y el acoso son experimentados cotidianamente por mujeres considerablemente menos poderosas y con mucho menos acceso a los medios que las mujeres que hablaron contra Weinstein y algunos otros”.

En la misma línea va la profesora Elizabeth Marchant, antropóloga, que también enseña en el Departamento de Estudios de Género de UCLA: “Creo que ha sido un proceso desigual. Lo que ha pasado en el Senado de Estados Unidos es un buen ejemplo. La mayoría, el Partido Republicano, se rehúsa a tomar medidas contra sus miembros. En cambio, los dos demócratas acusados renunciaron, porque asumen que su base electoral no tolerará estos abusos”.

A la preocupación de Marchant se suma el hecho de que el presidente de Estados Unidos sea Donald Trump, a quien por lo menos 12 mujeres han denunciado por acoso. Trump, el hombre que en una conversación con el presentador Billy Bush en 2005 alardeó del hecho de agarrar los genitales de las mujeres. “Cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa”, dijo en ese momento, y ahora es él quien gobierna el país y, dado el poder de “América”, de un modo u otro gobierna el mundo. “Lo siento. Me gustaría responder afirmativamente y sentir esperanza. Pero lo que siento es desesperación”, agrega Marchant.

Las cifras le dan la razón. Un estudio de la Comisión por la Equidad Laboral en Estados Unidos reveló que cuando hombres y mujeres son sexualmente acosados en el trabajo, la respuesta menos común es reportarlo formalmente. Sólo el 30 % de ellos reportó, eso significa que por cada tres que reportaron, siete guardaron silencio. Y entre los que reportaron, el 75 % se enfrentó a algún tipo de retaliación laboral por hacerlo.

Ni hablar de la violencia sexual. Por cada mil violaciones, sólo 310 son reportadas, según cifras de la Rainn, organización contra la violencia sexual en Estados Unidos. Es más, la violación es el delito menos reportado y más impune.

“No hay duda de que las mujeres que hablaron fueron muy valientes y dieron inicio a conversaciones pendientes sobre la mala conducta sexual”, agrega Mankekar, “pero la pregunta importante es: ¿cómo se ven afectadas por estos escándalos las mujeres que pertenecen a sectores marginados de la sociedad: mujeres pobres, mujeres de comunidades minoritarias raciales, étnicas o sexuales, mujeres indocumentadas? ¿Estos escándalos tienen algún impacto en sus vidas? ¿Qué pasa con las mujeres que están atrapadas en el tráfico sexual? ¿O las mujeres que enfrentan violencia sexual en el hogar o en espacios domésticos?”.

De hecho, en América Latina (a donde no llegó el efecto Weinstein, siendo fiel a la tradición que dice que aquí todo llega tarde), “el acoso sexual sigue siendo una práctica invisible y naturalizada”. Eso encontró la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en un informe presentado en noviembre pasado, en el marco del Día de la No Violencia contra las Mujeres y Niñas.

No obstante, a pesar del extenso camino que falta por andar, la profesora Ginzberg dice: “No se habla de otra cosa por estos días que no sea el efecto Weinstein”. Feminismo fue la palabra del 2017 en Estados Unidos, según la editorial Merriam-Webster, especializada en diccionarios. Y por primera vez en la historia, según Ginzberg, los acosadores quedaron expuestos y algunas empresas tomaron medidas.

Ahora bien, el efecto Weinstein no estuvo solo y sus resultados no se ven sólo en la prensa. En eso coincide incluso la profesora Marchant. “Lo que fue realmente distinto esta vez fueron las redes sociales. Las redes acercaron el tema a las mujeres a través del #MeToo (Yo también)”.

Miles de mujeres en todo el planeta encontraron en internet un espacio para democratizar la discusión. Hablaron de sus experiencias con el acoso y de cómo las afectaron. “Fue muy impresionante ver que el cubrimiento no era sólo de los grandes medios, sino de todas las mujeres con Facebook”, añade Marchant.

En últimas, no hace falta jugar a ser una actriz famosa para entender lo que Ashley Judd sintió cuando vio a Harvey Weinstein en bata. Podría ser Weinstein, o Charlie Rose, o Terry Richardson, o John Besh, o James Toback, o Robert Scoble, o Bill O’ Reilly, o Roy Moore, o Al Franken, o Matt Lauer, o Chris Savino, o Lockhart Steele, o Louis CK, o Kevin Spacey, o el mismo John Conyers. Podría ser el dueño del restaurante o el jefe del banco o su mejor amigo. Y aunque no todos los hombres son acosadores, lo importante es que el #MeToo demostró que prácticamente todas las mujeres hemos sido acosadas por lo menos una vez en la vida.

Y ese es el mundo en el que vivimos, ese es el mundo de Harvey Weinstein. La pregunta que resta ahora que todos lo saben, ahora que conocen el problema es si quieren que ese sea el mundo del futuro.

Por Mariangela Urbina Castilla

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