El poder de las calles en América Latina

Colombia se sumó este jueves a la ola de manifestaciones en la región que, si bien son más visibles ahora, no son una sorpresa, pues desde la Independencia se han tenido ciclos de protesta similares. Por ello, cabe analizar los efectos que han tenido y pueden tener este tipo de levantamientos.

Camilo Gómez / @camilogomez8
22 de noviembre de 2019 - 03:00 a. m.
Miles de ciudadanos han salido a las calles a manifestar su inconformismo  en la región.  / AFP
Miles de ciudadanos han salido a las calles a manifestar su inconformismo en la región. / AFP

América Latina está enojada de mil maneras, y no debería ser sorpresa. Colombia se convirtió el jueves en el último país de la región en manifestar su inconformismo en las calles luego de registrarse protestas masivas contra los gobiernos en Chile, Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina, Perú, Bolivia e incluso México y Uruguay. Pero para encontrar una explicación a ese ciclón que sacude al continente por estos días y a sus efectos sobre la sociedad es necesario un análisis no solo político o económico, como se ha venido haciendo, sino también histórico, sociológico e incluso mental, pues estos estallidos, aunque parezcan nuevos a los ojos de muchos, no lo son. El año pasado, por ejemplo, se cumplió un siglo del Movimiento de Reforma Universitaria en Córdoba, Argentina, que dio origen al activismo estudiantil y fue importante para futuros levantamientos, como el de mayo de 1968 en Francia. Pero estos procesos se remontan incluso hasta el origen de las naciones latinoamericanas.

“América Latina ha sido un continente lleno de movimientos. Somos libres gracias a procesos revolucionarios de acción colectiva, porque todas las campañas independentistas fueron movimientos sociales, así que nuestras democracias nacieron gracias un activismo y la coordinación de unos líderes que llevaron a que la gente tomara acciones y dejara su posición pasiva. Los movimientos indígenas fueron muy importantes, así como los movimientos en pro de la democracia que llevaron a derrocar dictaduras en países como Argentina, Chile o Brasil”, indicó Carlos Charry, sociólogo y profesor de la Universidad del Rosario, a la Radio Nacional.

La historia latinoamericana está cargada de acciones y movimientos sociales, y no es necesario devolverse a la época independentista o a los inicios del siglo XX para reconocerlo. Entre finales de la década de 1980 y comienzos del nuevo milenio se registraron los que son quizá los levantamientos más reconocidos de la historia moderna en la región. Según el sociólogo mexicano Carlos Figueroa Ibarra, el primero de los estallidos de finales del siglo pasado parece ser el Caracazo, el 27 y el 28 de febrero de 1989, en Venezuela. El siguiente momento notable vino en enero de 1994, con el alzamiento zapatista en Chiapas, México. Luego de esto llegó una seguidilla de momentos clave comenzando con la Guerra del Agua en Bolivia que se llevó a cabo en abril de 2000, acompañada de la Marcha de los Cuatro Suyos, el 26 de julio, en Perú y más tarde con el popular Argentinazo, el 19 de diciembre de 2001. Estos episodios de protesta popular concluyeron con el ciclo de luchas encabezadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) y el movimiento Pachakutik en 2005. Pero, ¿a qué se debe esta continua movilización social y qué efectos tiene?

Como explica Charry a El Espectador, “el factor común de estas movilizaciones es el agotamiento de los sistemas políticos. Los sistemas de partidos no están logrando ser un núcleo de representatividad popular. Las marchas son una reclamación por una democracia más justa y por un Estado que preste servicios reales a la ciudadanía y tenga una mayor presencia, ya que el modelo actual es ineficiente y precariza a la población”. Los movimientos sociales tienen un papel crucial en la expresión de voluntad de transformación de la región, una que continúa siendo altamente desigual. Las tensiones que se viven hoy tampoco son nuevas. Los reclamos de la sociedad hacen parte del núcleo del conflicto social que se vive desde hace décadas e incluso siglos, tales como la pobreza, la desigualdad, la precariedad de servicios básicos y la falta de participación. Aunque en la mayoría de los casos las naciones han tenido avances económicos, la nueva clase media latinoamericana, que surgió en las últimas dos décadas, es todavía frágil y se siente amenazada de volver a la pobreza. Además, como respuesta a los reclamos frente a reformas económicas en medio del estancamiento de la región, la sociedad se ha visto enfrentada a escenarios de represión extrema por parte del Estado, como en décadas pasadas, y también se ha hecho más evidente el abandono del gobierno en sectores claves como salud y educación. Todo esto refleja cómo, a pesar de los intentos de democratización, la mayor parte de la sociedad continúa siendo excluida de la toma de decisiones y del desarrollo económico. Le puede interesar: “Las protestas en América Latina son producto de décadas de indiferencia”

Hay que reconocer que el malestar de las últimas semanas no obedece en esencia a una única tendencia ideológica, pues el descontento y la inconformidad es general. En Chile y Colombia se protesta contra un gobierno de derecha, mientras en México y Venezuela se marcha contra uno de izquierda. No ha habido distinción alguna, simplemente frustración e ira.

“La región está enojada. Los ciudadanos han perdido la paciencia con sus sistemas políticos y están buscando políticos dispuestos a deshacerse del viejo sistema sin una visión clara de lo que viene después. Esa ira cruza las líneas ideológicas, se centra en los desafíos de las políticas locales y no tiene en cuenta los viejos debates de izquierda a derecha del pasado de la región”, escribe Francisco Toro de The Washington Post.

Si bien las calles han tenido poder, y es innegable que se hayan conseguido cambios trascendentales para las naciones como en la Revolución mexicana o en el derrocamiento de las dictaduras de la región, las movilizaciones parecen cíclicas porque no se ha conseguido un cambio apropiado acorde a los intereses de la mayoría. El balance de la restauración de la democracia en los gobiernos posdictatoriales es amargo y la esperanza puesta en la democracia representativa no cumplió su objetivo, no solo porque las políticas de las dictaduras militares no tuvieron un cambio positivo, sino porque surgieron nuevas formas de autoritarismo que se visten de democracia y nacieron institucionalidades informales que han desvirtuado a las formales, como es el caso del narcotráfico en países como México y Colombia. También se ha intensificado la ausencia estatal a merced del neoliberalismo, el crecimiento desenfrenado de la pobreza rural y el incremento del crimen organizado, que son pruebas de ello. Y esta comunión de factores ha permanecido flotando sobre toda la región.

“La continuidad, en medio de sus novedades, es un reflejo de la persistencia de los grandes conflictos políticos y sociales de la región que se observan pese a las transiciones desde las dictaduras militares. La institucionalidad posdictatorial en América Latina está en crisis, porque la democracia política que sucedió a las dictaduras no ha podido resolver lo popular. Y seguirán sucediéndose trances semejantes a los que estamos observando mientras este hecho no tenga una resolución sustancial”, destaca Figueroa Ibarra.

Y no importa cuál haya sido el detonante de las movilizaciones, pues una vez estallan, todas las inconformidades terminan saliendo a flote. El caso chileno es un buen ejemplo, pues si bien el detonante fue el alza al pasaje del metro de Santiago, a medida que avanzaban las protestas se introdujeron el resto de los descontentos como el sistema pensional y el de educación. Pero muchos se preguntan ¿por qué ahora? Por qué hubo tantas protestas en un lapso tan corto. ¿Fue un efecto de internet? ¿Acaso fue un efectode contagio?

Hay que recordar que esta ha sido una década particularmente agitada, que comenzó con la Primavera Árabe. Según Charry, América Latina está viendo el efecto coletazo de ese inicio de década, por lo que no es sorpresivo. Simplemente fue una unión de descontentos que detonó por una decisión que colmó la paciencia de la población. Tampoco todo puede atribuirse a internet, pues según Charry estamos embelleciendo la novedad tecnológica y descartando que antes había otros proceso comunicativos como la televisión o la radio. Aunque sí es claro que estamos mucho más bombardeados por la información de las redes sociales, por lo que hay que prestarles especial atención a sus efectos.

Colegios de psicólogos en Chile, Ecuador y Hong Kong, donde ya se ha experimentado un periodo de protestas por más de un mes e incluso hasta seis, destacan que las redes sociales han tenido un efecto perjudicial en la salud mental de los manifestantes, quienes se exponen más a un agotamiento y sufrimiento psicológico agudo a través de las imágenes y a las noticias que los bombardean.

“La crisis, la rabia que le produce a mucha gente el hecho de saber que hay desigualdades, tiene consecuencias emocionales. Hay casos de personas que llegan y cuentan que se ponen a llorar desconsoladamente y no saben por qué y tiene que ver con la angustia de lo que ha pasado”, apunta Javiera Sepúlveda, quien pertenece al equipo de psicólogos de la U. de Chile.

Por Camilo Gómez / @camilogomez8

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