El triste final de Theresa May en el Reino Unido

Aunque la primera ministra británica amaba su trabajo, poco logró con él. Hoy se ve obligada a abandonarlo tras meses de penumbra, dolor y humillaciones causadas por enemigos y amigos. ¿Se debe sentir pena por ella?

Camilo Gómez Forero
07 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
Boris Johnson, exalcalde de Londres./ AFP
Boris Johnson, exalcalde de Londres./ AFP

Una cebra solitaria enfrentada a una manada de hienas. Derrotada, como era natural. Theresa Mary May se ve obligada, este viernes, a dejar su cargo como primera ministra del Reino Unido tras dos años y once meses de haber ocupado la oficina. Pasó sus últimas semanas solitaria y acorralada por enemigos, y también por amigos políticos. Nada pudo hacer para evitar su fatal destino. Amar su trabajo y ser devota a él —como explicó en su discurso de renuncia— fue insuficiente; porque este cargo no solo fue malo para ella, sino que al final ella también era mala para él. Dentro del terreno salvaje de la política inglesa nunca representó amenaza para sus opositores, pues ella misma ayudó a destruirse, y su falta de idiosincrasia y fuerza, sumada a un camino minado de deslealtades y humillaciones, la fueron sepultando de a poco junto con toda su carrera política.

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Después de hoy, Theresa May será recordada como una de las líderes menos exitosas del cargo. De la mujer que, confiada y sonriente, asumió como primera ministra el 13 de julio de 2016, luego de la estrepitosa renuncia de James Cameron, quedan solo cenizas. “May comenzó su reinado en un lugar fuerte (10 de Downing Street). Sus señales cuando asumió el cargo sugirieron victoria, confianza y ciertos rasgos del lenguaje corporal incluso insinuaban una personalidad abierta e inclusiva con la capacidad de luchar”, dice Judi James, experta en lenguaje corporal. En el punto de partida incluso fue catalogada como la nueva “dama de hierro”. Pero a medida que las presiones del brexit le fueron pasando factura, su energía se desinfló y la felicidad desapareció por completo de sus expresiones. En su discurso de despedida, luego de decir que pronto dejaría el trabajo que había sido el “honor de su vida”, finalmente rompió en llanto, mostrando así su cara más débil y por tanto más humana, además de exhibir, según James, la “evidente miseria grabada en su rostro”. Su final fue bastante triste.

Pero a pesar de que May fue víctima de la crueldad de su cargo, burlada y humillada en público, desafiada en privado y apuñaleada tanto por sus enemigos como por aquellos en quienes confió, hay quienes sostienen que no hay que sentir pena ni lástima por ella. Después de todo, su gobierno fue un rotundo fracaso. “No es su culpa que el acuerdo del brexit sea un problema imposible de sacar adelante”, dicen sus defensores. Pero no solo se trata de la vergüenza del brexit, en el que su liderazgo no solo condujo a una crisis dentro del Partido Conservador, sino a una nación más dividida y al fortalecimiento de los extremismos. Se trata de que no cumplió con el resto de promesas de su gobierno, cometió errores en otros campos y sembró las semillas para nuevos futuros problemas.

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“El legado de May se definirá por fracasos, humillaciones públicas y errores políticos catastróficos. Algunos de ellos estaban fuera de sus manos. Otros fueron el resultado del mal consejo de aquellos con quienes eligió rodearse o se debieron a la crisis política sin precedentes que vendría a dominar su tiempo en Downing Street. Pero gran parte de ellos fueron su culpa. Muchas de sus decisiones tuvieron un impacto directamente negativo en su capacidad para liderar. Incluso diseñó formas para erosionar su propia autoridad”, escribe Luke McGee, analista del brexit para CNN.

Su tarea principal fue terminar con el brexit, pero en su camino cometió muchos errores. En junio de 2017, May celebró elecciones para aumentar su mayoría en el Parlamento, convencida de que ganaría. Pero una campaña floja la condenó al fracaso, y el Partido Laborista salió victorioso de esos comicios. Ese fue el primero. De ahí en adelante, May, humillada, se distanció de su gobierno, y por ello este perdió confianza en su líder. Más tarde perdió el apoyo de su propio gabinete y quedó acorralada. La prensa inglesa dice que solo se refugiaba en su esposo, Philip May, quien es la única persona en quien confía junto con sus padres. Pero su mal manejo del brexit solo fue la punta del iceberg.

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Cuando May asumió el poder, prometió acabar con las injusticias que habían dado lugar al brexit. Pero casi tres años después de ese día, Reino Unido se ve enfrentado a cifras récord de pobreza, no se veía algo así desde 1988 durante el gobierno de Margaret Thatcher. La crisis de vivienda ha empeorado de igual manera y durante su gobierno se lanzó un sistema crediticio que, según expertos, destruye a la población. También aumentó la cifra de crímenes violentos. Pero hay dos escándalos que resaltan sobre el resto: el incendio de la torre Grenfell —que May citó en su discurso de retiro— y el de la generación Windrush.

En el primero, May no solo fue criticada por su helada respuesta ante la situación, pues no se reunió con los sobrevivientes del incendio por una presunta amenaza de seguridad, mientras que Boris Johnson se acercó a ellos sin problema. También fue acusada de ser una de las responsables de permitir las condiciones para que estas tragedias sucedieran, pues los recortes de su gobierno y su austeridad conducen a que, según analistas, los exámenes de construcciones no sean rigurosos para hacer cumplir los reglamentos de seguridad, propiciando así que puedan suceder estos desastres.

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El caso Windrush, en el que ciudadanos británicos perdieron sus derechos e incluso llegaron a ser deportados, es más diciente. El discurso y las políticas antimigratorias de May generaron dentro de la nación una guerra cultural desastrosa para sus ciudadanos, pero propicia para grupos extremistas. Su política exterior tampoco es alabada. Reino Unido les vendió armas a Turquía y Yemen que han sido utilizadas para asesinar inocentes en Yemen.

La era de Theresa May, que hoy llega a su fin, será recordada como un momento de transición y caos para el Reino Unido. Su tragedia consiste en que ciertamente, y como ella misma lo dijo, “hizo su mejor esfuerzo”. Asumió una tarea en la que probablemente ninguno hubiera tenido éxito, y fue arrojada a la hoguera pública tras su fracaso. Será el chivo expiatorio, culpada por todos por la crisis actual de su nación, aunque no sea la única responsable. Y aunque siempre amó su trabajo, y lo dijo en varias ocasiones, ese sentimiento no fue suficiente para que lo hiciera bien. Su legado será nulo, excepto por los aprietos en los que deja a su partido, ahora profundamente dividido y con pérdidas en la representación europea; sus humillantes derrotas políticas, que fueron récords comparados con casos de siglos anteriores, y un pueblo abismalmente desencantado.

Por Camilo Gómez Forero

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