Embarazada e ilegal en el país de Trump

Una colombiana de 24 años con una barriga de 9 meses se rehúsa a regresar a Colombia, a pesar del miedo a las palabras del nuevo presidente.

Mariángela Urbina Castilla
10 de noviembre de 2016 - 10:31 a. m.
Daniela es como los millones de ilegales que viven en el país de Donald Trump. A pesar del miedo, prefieren quedarse.  / Archivo Particular
Daniela es como los millones de ilegales que viven en el país de Donald Trump. A pesar del miedo, prefieren quedarse. / Archivo Particular

Ella tenía experiencia en irse. Irse de la oficina en la que trabajaba como contadora, su primer puesto oficial después de la universidad. Irse de esa relación asfixiante con ese hombre casado. Irse para venir a Estados Unidos a aprender inglés. El inglés, claro. Cómo no aprender inglés. “Colombia se me quedó chiquita, mamá”. Irse le gustaba. (Vea acá el especial ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS 2016)

La monotonía de haber nacido en una ciudad colombiana pequeña, insegura, religiosa y conservadora, le apagó de a poco cualquier inquietud intelectual o profesional. A sus 24 años, le entró un desespero que parecía irremediable.

—Me quiero ir —le dijo a su mamá.

Leyó durante días sobre distintas opciones hasta que confirmó que irse como AuPair es la manera más barata de salir de Colombia. Las AuPair son, usualmente, mujeres menores de 26 años que viajan para trabajar de niñeras en Estados Unidos o Europa. En Colombia, distintas agencias ofrecen su servicio como puente entre las familias extranjeras y la jovencita local. En términos colombianos, las AuPair vendrían siendo la empleada interna de las casas de los señores pudientes, pero las agencias de intercambio decidieron bautizarlas “AuPair”, un nombre en francés, para que suene bonito. “Ser AuPair me garantizaba el hospedaje y la alimentación y mi plan era cuadrar mi horario para poder estudiar”, explica.

Después de una serie de entrevistas, finalmente la contrató una madre soltera con dos niños. “Si se me da el chance de quedarme, me quedo”, pensó en su momento. En la agencia, la prepararon para la entrevista con el cónsul de la embajada.

—Recuerda que no puedes decir que quieres ir a estudiar. A muchas niñas les niegan la visa por eso.

—¿Y entonces?

—Cuando el cónsul te pregunte por qué quieres ir a Estados Unidos, tú tienes que decir que porque te gusta mucho cuidar niños.

Así lo hizo y su visa J1 fue aprobada. Daniela llegó a Washington y respiró. Aprendió a lavar los platos que nunca había lavado y a bañar los niños que nunca había bañado. Después, se desapareció y mientras su familia y sus amigos se la imaginaban ocupada conociendo gente y viajando, Daniela vomitaba, sufría de migrañas y se hacía una prueba de embarazo que resultó positiva. “Me traje un embarazo de Colombia. Pensé en abortar, leí mucho y no fui capaz de hacerle eso”. Hacer(le), para referirse al feto, que ahora ya es una bebé con nombre propio. Valeria está a punto de nacer.

—Necesito que empaque —le dijo la mamá de los niños, su jefa, cuando Daniela le contó.

—Por favor ,no me eche. No me pague nada. Solamente déjeme estar aquí —le suplicó Daniela, y rogó, por primera vez, en 24 años.

—Le doy un día para que compre el tiquete. Mañana se regresa a Colombia. Las AuPair no pueden embarazarse durante su estadía en Estados Unidos. Daniela, en algún momento, debió haber firmado esa cláusula como parte del contrato con la agencia.

—Ay, hija, repetiste mi historia— le dijo la mamá cuando le contó.

Al día siguiente, su jefa la llevó al aeropuerto y Daniela caminó entre la gente, hasta que se perdió de vista y escapó. Tomó un tren y llegó a un refugio para mujeres indocumentadas ubicado a las afueras de la ciudad.

—Yo vine con una meta. No me puedo ir sin eso. Ni siquiera he podido aprender de la cultura, de la comida, de nada. Claro que la comida gringa con toda esa chatarra me hace vomitar, pero no importa.

Justo antes de embarazarse, se contagió del virus del zika. El seguimiento médico constante que ha recibido aquí durante su embarazo no lo recibiría nunca en Colombia y menos de volver sin plata y con una barriga. Estados Unidos es el país que se alimenta de Kim Kardhashian y de Woody Allen al mismo tiempo. El de los trabajos robóticos, de ocho horas y más, y el país con la ciencia para encargarse de un embarazo de alto riesgo, mejor que cualquier otro. El que eligió a Barack Obama y luego a Donald Trump. “No sé cómo se va a poner eso si ese señor gana la Presidencia. Si ya nos tratan mal, no me imagino lo que viene. Es como que él les va a dar permiso de que nos sigan tratando así, como si fuéramos poca cosa, y peor”.

Sin embargo, Daniela siente que Estados Unidos la protege de la violencia del papá de la niña, que ha sido física y verbal, y quien la amenazó al enterarse de su embarazo. “Ha sido muy duro estar sola y enfrentarme con cosas que jamás tuve que hacer en Colombia”. En el albergue, las latinas se encargan de la limpieza. Otras mujeres embarazadas, estadounidenses, que tampoco tienen hogar, viven ahí, pero solo las latinas cocinan, barren y trapean.

Esa es la foto general y recurrente. Según cifras del Departamento Nacional del Trabajo de Estados Unidos, a pesar de que el nivel educativo entre los hispanos aumentó en los últimos años, los estadounidenses también han mejorado. Por lo tanto, la disparidad sigue siendo la misma y se transmite de generación en generación. ¿Cuáles son las consecuencias? La economista María T. Mora menciona algunas: bajos salarios, altos índices de pobreza, altos índices de desempleo, disminución del poder adquisitivo, entre otros.

Daniela recibía siete dólares por su trabajo como niñera y el salario mínimo en Washington es de US$9,47 por hora trabajada. Además, Daniela trabajaba día y noche, pero las noches no se las pagaron. No hay tiempo extra para las AuPair. Al instalarlas en su casa, las familias garantizan que la niñera esté siempre trabajando. Daniela tenía una visa que le permitía trabajar legalmente. La situación para los ilegales es aún más oscura.

Daniela no se va. A veces trabaja limpiando habitaciones en un motel, a veces recoge comida por ahí, en donaciones o donde sobre. Nadie la contrata tiempo de completo por su barriga, “les da miedo meterse en problemas”. Para ir a sus citas médicas debe viajar dos horas en bus. Para ir a trabajar se monta en una bicicleta y se acomoda su panza. No puede recibir visitas en el albergue. No tiene buena conexión a internet. No tiene televisor. Pero a Colombia no vuelve. No, porque su niña tiene que ser “americana”. Se queda en el país que eligió a Donald Trump. “Si mi mamá pudo sola conmigo, por qué yo no voy a poder”.

No vuelve “por la niña”; no vuelve para no ser una carga; no vuelve para no alimentar el chisme colombiano y la humillación, que ya vivió su mamá, por ser mujer y madre soltera, y no vuelve porque ella, ella también necesita lo suyo: “yo no me voy de aquí sin aprender inglés y punto. Yo me quedo”.

*Después de enterarse del resultado de las elecciones, Daniela prefirió ocultar su verdadero nombre y omitir algunos datos, por seguridad.

Por Mariángela Urbina Castilla

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