Estados Unidos y Turquía, una relación con muchas heridas

La diplomacia entre los gobiernos de Washington y Ankara sufre uno de los momentos más críticos en la última década. El caso Brunson es solo uno de los factores que condujeron a la actual crisis.

Camilo Gómez Forero
28 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
 El pastor Andrew Brunson permanece retenido en Turquía desde octubre de 2016. /  AP
El pastor Andrew Brunson permanece retenido en Turquía desde octubre de 2016. / AP
Foto: AP - Emre Tazegul

Andrew Brunson es un pastor cristiano de 50 años originario de Carolina del Norte, Estados Unidos. Desde hace 23 años vive en Turquía. Desde hace dos está bajo arresto. Según él, “estaba allí criando discípulos para Jesús”. Según el gobierno turco, es un espía y conspirador del fallido golpe al presidente de ese país, Recep Tayyip Erdogan, en 2016. Algunos de sus seguidores advierten que se convirtió en un peón político. Sin esperarlo, su caso detonó una crisis diplomática entre dos naciones.

El 7 de octubre de 2016, el pastor Brunson fue detenido en una estación de policía de Turquía con el alegato de haber apoyado una organización terrorista en la que también participaba presuntamente el clérigo turco Fethullah Gülen. Desde entonces, Estados Unidos ha exigido su liberación.

El caso adquirió gran relevancia en las más altas esferas del gobierno estadounidense ya que, tanto el vicepresidente, Mike Pence, como el secretario de Estado, Mike Pompeo, son cristianos, junto con una porción del electorado que apoya a Donald Trump. Sin embargo, y pese a constantes discusiones sobre el tema, Erdogan se rehúsa a liberar al prisionero, de quien buscan una sentencia de varios años en la cárcel. Le puede interesar: Turquía mantiene en prisión a un pastor estadounidense

En repetidas ocasiones, el gobierno turco ha insinuado que Brunson sirva como moneda de cambio. En un discurso de septiembre de 2017, Erdogan sugirió hacer un intercambio con Estados Unidos: Turquía liberaría al prisionero a cambio de la extradición de Fethullah Gülen, quien desde hace 15 años vive en Pensilvania y aunque ha negado su participación en el golpe a Erdogan, es uno de los principales objetivos del mandatario.

“Hemos ofrecido todos los documentos necesarios para la extradición de Gülen y, sin embargo, ellos nos piden al pastor. Tienen otro pastor en sus manos. Dennos al pastor y a cambio dejaremos que este se vaya”, afirmó el turco.

No es la primera vez que el gobierno turco utiliza esta jugada. Alemania, al igual que Estados Unidos, ya vivió una situación diplomática similar con Erdogan. En 2017, el gobierno turco arrestó a ciudadanos alemanes, entre los que se encontraba el periodista Deniz Yucel, con cargos aparentemente infundados. Berlín respondió con la implementación de sanciones económicas que causaron impacto en la economía turca, y que cesaron luego de la liberación de los prisioneros. Pero en cuanto a Brunson, Erdogan no da el brazo a torcer. Lea también: Turquía no da su brazo a torcer

Durante su administración, el presidente Barack Obama se negó rotundamente al intercambio. Aunque se esperaba que Trump fuera más abierto a la propuesta, tampoco aceptó.

En sus inicios, la relación entre Trump y Erdogan fue muy positiva. El estadounidense llamó constantemente a felicitar al turco por sus logros. Sin embargo, cuando las negociaciones sobre la liberación de Brunson fracasaron, las relaciones entre los dos aflojaron. Tras sus primeras reuniones, Trump consideró que ya tenían un acuerdo sobre la liberación del pastor, pero Erdogan se empeñó en sacar a relucir su posición estratégica para negociar.

“Es una lástima. Están intercambiando a un socio estratégico en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) por un pastor”, sentenció Erdogan. Turquía siempre significó un aliado estratégico para Estados Unidos por su privilegiada posición territorial. “Es un gigante geográfico y económico regional que se destaca como amortiguamiento entre Europa y Medio Oriente, y entre Medio Oriente y Rusia”, afirmó la analista Matthew Bryza en The Post.

El gobierno estadounidense siempre ha buscado que el gobierno turco sea uno de sus grandes socios, pero la historia de ambos países muestra que buscan objetivos e intereses diferentes, por lo que las relaciones no funcionan.

El caso Brunson, si bien sirvió para detonar la crisis diplomática, no es el único factor que llevó a una crisis en las relaciones entre los dos países. De hecho, en las más de seis décadas de diplomacia, los dos han experimentado una gran lista de agravios, de parte y parte. La invasión de Chipre por parte de Turquía en 1974 ya había generado una fricción entre ambos gobiernos. Estados Unidos aplicó un embargo de armas a los turcos y ellos respondieron cerrando la mayoría de bases estadounidenses en su territorio nacional. El presidente estadounidense Jimmy Carter levantó las sanciones por peligro a deteriorar las relaciones, entendiendo la posición que significaba Turquía para su país en el Mediterráneo durante la Guerra Fría.

Las relaciones mejoraron un poco con la Guerra del Golfo, liderada por Estados Unidos y en la que Turquía fue un gran aliado, hasta que consideró que el conflicto podría afectarlo económicamente. Más tarde, los turcos fueron de las primeras naciones en condenar los ataques del 11 de septiembre de 2001, y enviaron tropas a Afganistán, donde se convirtió en un componente clave para la OTAN. El deterioro de la amistad turco-estadounidense llegó en 2003, durante la invasión a Irak, cuando Turquía se negó a que las tropas norteamericanas transitaran por su territorio y a que los estadounidenses usaran sus bases como punto de partida para los aviones que bombardearían territorio iraquí.

Más recientemente, durante la administración de Obama, las relaciones sufrieron otro grave traspié cuando el gobierno de Erdogan acusó a Estados Unidos de estar involucrado en el fallido golpe de estado en su contra. Para Turquía, EE. UU. tampoco ha sido un gran aliado. El gobierno turco acusa a Washington de estar vinculado con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, principal milicia kurda en Siria, pese a las protestas de Turquía.

Además, a Estados Unidos le incomodó que Turquía haya firmado un acuerdo a finales de 2017 para comprar el S-400, un sistema ruso de misiles, que los militares rusos estarían operando en la retaguardia de la OTAN. Las sanciones estadounidenses a Irán le dieron un golpe colateral a Turquía, cuya economía también depende de la exportación de gas a ese país.

El caso de los pastores afectó la diplomacia entre Estados Unidos y Turquía, pero los hechos demuestran que la tensión entre ambos existía desde hace décadas. “La velocidad con la que las relaciones se deterioraron después de que el trato para liberar al clérigo se derrumbó pone de relieve una relación marcada por la frustración y la desconfianza, no por objetivos comunes. No es de extrañar que los turcos rara vez o nunca defiendan su relación con Washington, porque creen que EE. UU intenta hacerles daño”, escribió el analista Steven Cook en Council of Foreign Relations. “Es difícil perder un aliado cuando este no lo era”, sentenció.

Por Camilo Gómez Forero

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