Europa dice que sorteó con éxito la crisis migrante (pero no)

Según autoridades del bloque europeo, el acuerdo con Turquía para reducir el flujo de migrantes —que cumple un año— ha sido próspero. Sin embargo, un informe de Médicos Sin Fronteras señala que ha forzado a los migrantes a vivir en condiciones inhumanas.

redacción internacional
21 de marzo de 2017 - 11:00 a. m.
Un grupo de migrantes ante las rejas del campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia), la semana pasada. / AFP
Un grupo de migrantes ante las rejas del campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia), la semana pasada. / AFP

Hace un año, como consecuencia del millón de inmigrantes que cruzaron el Mediterráneo a causa de las guerras y la hambruna, la Unión Europea decidió tomar una medida de raíz: taponar el flujo de migración. Para ello, llegó a un acuerdo en apariencia equilibrado con Turquía, el país por donde más cruzaban por entonces los migrantes: le ofrecía 3.000 millones de euros —destinados a refugios, subsidios y ayudas humanitarias— a cambio de que prohibiera el paso de migrantes hacia las islas griegas, que es el punto de entrada que se utiliza de costumbre para seguir hacia Europa continental. El acuerdo también prevé que por cada migrante sirio devuelto hacia Turquía, otro más será reubicado desde allí hacia Europa continental.

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En teoría, el acuerdo parecía equilibrado. Pero el mismo día en que entró en vigencia, instituciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch declararon que era un trato inhumano y que eludía las causas formales de los conflictos. No detenía el flujo de migración, sino que producía un estancamiento. La Unión Europea hizo oídos sordos y desde entonces se ha defendido bajo el argumento de que, en efecto, el número de migrantes que llegaron a Europa en 2016 (poco más de 320.000) fue mucho menor que el que llegó en 2015 (cuando fue de más de un millón). Por lo tanto, han disminuido también el número de personas ahogadas en el Mediterráneo. Sin embargo, un informe de Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las organizaciones de ayuda humanitaria más respaldadas y reconocidas en el mundo, asegura que el descenso es tal vez la única buena noticia que trajo el acuerdo.

“Europa es hipócrita y oportunista —dice el informe— al tomar crédito por reducir el número de muertes en el mar Egeo, cuando no ha hecho nada para proveer alternativas seguras para aquellos que están huyendo para salvarse”. De acuerdo con MSF, el acuerdo entre la UE y Turquía, si bien disminuyó el número de migrantes, ha empeorado las condiciones de los migrantes que llegan, no se concentra en las causas de la migración y ha creado una emergencia humanitaria sin precedentes.

Según MSF, al no encontrar ningún respaldo institucional, los migrantes se están entregando con mayor facilidad a los traficantes. Cuando llegan a Europa, se encuentran de entrada con un muro burocrático: al arribar a las islas griegas, son enviados a distintos campamentos mientras esperan la decisión de las autoridades migratorias sobre si recibirán asilo en Europa continental —en países como Francia, Alemania, Grecia o España— o si serán devueltos a Turquía. La Unión Europea aseguró que Turquía es un país seguro para los migrantes. Pese a ello, la inestable situación política —con un intento de golpe de Estado no tan lejano— y los ataques de grupos extremistas permiten pensar lo contrario.

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En Turquía hay más de 3 millones de refugiados. Desde abril de 2016, las autoridades europeas han reubicado a sólo 3.565 en sus fronteras. Y aunque existen en Grecia más de 65.000 reclamantes de asilo, Europa sólo les ha dado hogar en su territorio a poco más de 9.000. Es decir, el proceso de reubicación, que es una de las estrellas del acuerdo, va a pasos muy lentos. Entre tanto, el resto de migrantes tienen que esperar al menos un año en los campamentos. Eso no sería problema si las condiciones fueran respetables: según MSF, los campamentos carecen de calefacción en invierno, existen muy pocos baños y la desesperación ha llevado a numerosos migrantes a intentar suicidarse. La capacidad de los campos está reventada: en enero de este año había espacio para cerca de 7.500 personas y estaban instaladas 14.000.

Un sirio en uno de los campos griegos cuenta: “La vida en el campo es como estar en prisión, como una suerte de suicidio. Tengo miedo todo el tiempo. En las noches con mal tiempo, tengo miedo de que mi carpa sea arrastrada por el viento fuerte. No he dormido en absoluto en los últimos tres días. Para usar los baños, tienes que caminar a la parte más alejada del campo y esperar hasta una hora. Hay una larga fila de gente esperando (y ni hablar de la falta de higiene). Es imposible esperar una hora en el frío y el barro; no me he bañado en los últimos cinco días. Para mantenerme caliente en los días fríos, intercambio mi bolsa de dormir con otro refugiado. Nadie distribuye cobijas o ropa que abrigue; nadie nos dijo que el clima iba a cambiar; no estaba preparado. No me siento seguro aquí. Estoy preocupado y cansado y estoy perdiendo la esperanza”.

El informe apunta que, a causa del estrés y la falta de condiciones básicas de alojamiento, se presentan numerosos problemas en los campos: consumo de drogas y alcohol para paliar la desesperación, peleas, acoso sexual y violencia generalizada. MSF, que atiende numerosas consultas en salud mental, encontró que los casos de estrés postraumático se triplicaron desde la implementación del trato, y los de depresión y ansiedad se doblaron. También hay más intentos de suicidio y de infligirse daño, incontables casos de psicosis y ataques de pánico. “La salud y las vidas de los solicitantes de asilo y los migrantes que viven en las islas griegas permanece en riesgo —asegura el informe—. Están atrapados en las islas por meses con poca esperanza de recibir la seguridad que están buscando, con un acceso inadecuado a servicios y bajo el riesgo de incendios, peleas y violencia”. Si quieren pasar por Hungría, las autoridades los aplacan de mala manera: patadas, puños, perros que los muerden, gases que irritan la piel, imprecaciones y groserías.

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Algunas de las oficinas que reciben las peticiones de asilo están discriminando por nacionalidad —cuando su principal criterio debería ser el grado de peligro al que está expuesto el solicitante en su país de origen— y no tratan a la población vulnerable —niños, mujeres en embarazo y personas en condición de discapacidad— como tal. Una pareja con un niño fue enviada a Atenas sin mayor ayuda y tuvo que devolverse al campo después de haber dormido algunas noches en la calle.

Para MSF, el tratado expone a los migrantes —en vez de disminuir su riesgo— pues ellos buscan vías más peligrosas para acceder a Europa, dado que la ruta de los Balcanes fue cerrada a principios del año pasado —es decir: la ruta que cruzaba por Croacia, Serbia y Hungría para entrar al occidente de Europa—. El tratado tampoco cumple con entregar unas condiciones mínimas para su alojamiento y resquebraja de entrada los derechos humanos. Gerald Knaus, uno de los principales impulsores del acuerdo, aseguró en enero de 2017: “La Unión Europea tiene un plan sano para la migración a pesar de todos los problemas de implementación”. MSF le responde: “El hecho de que, por más de un año, las cortes griegas hayan juzgado a Turquía como insegura para retornar a los migrantes no es un ‘problema de implementación’. El hecho de que miles de personas estén resquebrajadas mentalmente y heridas físicamente por esperar hasta un año en islas sobrepobladas mientras su reclamo de asilo es procesado no es un ‘problema de implementación’. El hecho de que la gente haya tenido que vivir en carpas endebles en medio de la nieve y que haya muerto a causa de estas condiciones no es sólo un ‘problema de implementación’. Son las consecuencias de una política de disuasión”.

Otro sirio contó: “Me fui de Siria porque mi casa fue bombardeada, mi hija murió y mi hijo tuvo serias quemaduras. Nos fuimos con mi hijo, solos, a Turquía. Mi hijo no pudo continuar; murió. No tenía nada más que perder en la vida, lo perdí todo. Me dije que tenía que continuar y encontrar la manera de ir a Grecia a través del mar. Me las arreglé para cruzar el mar y llegué a Grecia en el primer intento. La frontera estaba cerrada, de modo que tuve que quedarme en el campo de Moria. No tenía otra opción. La situación en el campo empeoró día tras día. Terminé mis dos entrevistas el 16 de mayo de 2016 y desde entonces estoy en Moria sin información clara y sin respuestas del servicio de asilo”.

Por redacción internacional

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