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Fotografiando a la muerte

El papel de la tecnología en la caída de Muamar Gadafi dejó grandes interrogantes sobre su fallecimiento. La información era actualizada con videos y cientos de fotografías.

Jon Lee Anderson* / Especial para El Espectador
22 de octubre de 2011 - 09:02 p. m.

Momentos antes de que el revolucionario argentino Ernesto Che Guevara fuera ultimado por sus captores en Bolivia, en 1967, el agente de la CIA que estaba en la escena le dijo al ejecutor, un sargento boliviano, que apuntara del cuello hacia abajo para que pareciera que había muerto por sus heridas en combate.

Así fue. Tomó años para que la verdad sobre lo que realmente había sucedido con el Che emergiera, a pesar de que, como luego se vino a saber, el hombre de la CIA no hubiera podido resistirse a posar con el Che cuando todavía estaba vivo. Esto era un riesgo muy grande, por supuesto. Pero esa era la época de los rollos, no de Youtube, y las fotos y los negativos del episodio del hombre de la CIA se mantuvieron guardadas bajo llave por 20 años. Sólo cuando él mismo decidió decir la verdad sobre la ejecución del Che, esta evidencia visual, en la forma de escalofriantes fotografías, salió a flote. Sin embargo, en Cuba fueron mantenidas en secreto, incluso después de su publicación: el Che había vivido allí y se había vuelto famoso como uno de los más cercanos camaradas revolucionarios de Fidel Castro. Lo mismo pasó con las fotografías del cuerpo inerte del Che, vistas por millones alrededor del mundo en los días posteriores a su muerte.

Una vez le pregunté a la viuda del Che por qué había sido así y ella me explicó que no había sido solamente un asunto de decoro; también había sido una decisión tomada justo después de la muerte y al “más alto nivel” en Cuba, y con la que ella había estado de acuerdo. Se basaba en la idea de que, en tanto el revolucionario no fuera visto muerto, de alguna manera podía mantenerse eternamente vivo en las mentes y los corazones de nuevas generaciones de cubanos y de jóvenes alrededor del mundo, quienes todavía podrían buscarlo como un ejemplo en la causa de la revolución.

Vivimos tiempos diferentes, en los cuales todo bajo el sol está siendo grabado en cámaras de móviles —incluidas las muertes y los estertores de muerte de figuras reconocidas mundialmente, icónicas—. Las imágenes son distribuidas luego y vistas por millones de personas alrededor del mundo, algunas veces en cuestión de horas o minutos después de sucedido el evento. La muerte de Muamar Gadafi el jueves —en circunstancias volátiles, todavía no explicadas, a manos de los rebeldes libios en Sirte— es la segunda en una serie de eventos noticiosos de un nuevo género que se desarrolla “frente a los ojos” y que podría llamarse ‘muertes de exdictadores’. El primero, por supuesto, fue el inolvidable video de celular de la ejecución del dictador iraquí Sadam Hussein, en 2006, rodeado por una manada insultante de enemigos.

Vimos las imágenes emitidas desde Sirte el jueves, incoherentes como eran, y tratamos de examinarlas con ojo forense para tratar de construir la narración de lo que realmente sucedió. Se hacían muchas conjeturas, muchas de ellas en conflicto, y por momentos las imágenes parecían contradecirlas. Primero escuchamos que Gadafi había sido capturado vivo, luego herido, luego muerto por sus heridas. Un hombre en la escena le dijo a un reportero que había visto cómo le disparaban a Gadafi en el abdomen. Pero veíamos la imagen de un hombre, aparentemente muerto, que parecía ser Gadafi, con la cara aún sin sangre, llevado a botes por el piso y despojado de su camiseta por los rebeldes. Los pies y las manos se mueven rápidamente a su alrededor y hay un disparo.

En otra escena lo golpean violentamente. Hay otra imagen más, sin embargo —la primera, de hecho, que circuló—, en la que Gadafi está cubierto de sangre. Todavía lleva puesta la ropa y aparentemente lo sostienen algunos combatientes. ¿Está todavía vivo o está muriendo? La imagen no pemite saberlo con certeza. Más siniestro que todos es el video de Gadafi que eventualmente llegó a la red: en él se lo ve vivo, confundido, llevado violentamente, pero caminando, desde la parte trasera de un camión lleno de combatientes, entre gritos de “Allahu Akhbar”—Dios es grande— y arrastrado violentamente por la manada. El video para en ese punto. Presumiblemente es cuando lo ultiman.

Luego, también, aparecieron las noticias de la captura, heridas o posible muerte del hijo de Gadafi, Mutassim, quien se dice que estaba con él en Sirte. Todavía no circulaban imágenes para comprobar los reportes, pero con seguridad iban a aparecer pronto. Y también, presumiblemente, aparecería evidencia visual del estado de salud del otro hijo y heredero de Gadafi, Saif al Islam. De repente, tras semanas de silencio sobre su escondite, a las horas de la noticia de la muerte de su padre en Sirte, surgen reportes de que también él ha sido capturado y herido, o muerto, pero en otro lugar del país.

Cualesquiera que hayan sido las circunstancias que las hicieron posibles, la imágenes de la muerte de los Gadafi están llamadas a tener un tremendo impacto entre los libios, tanto como lo tuvieron las emisiones radiales de la voz grabada de Muamar Gadafi en las pasadas semanas. La persistencia de la voz del exdictador —sin lugar a dudas suya, desafiante y amenazante, muy viva— era incluso más perturbadora que si hubiera tenido una presencia televisada, pues de alguna manera eso le permitía elevar el aura de invencibilidad que había construido durante cuarenta años. Invisible, Gadafi podía estar a la vez en todas partes y en ninguna, un potencial ave fénix presta a levantarse de las cenizas de Libia. La imagen de Gadafi muriendo, o muerto, en el suelo, siendo golpeado por sus ejecutores, sin embargo, ha puesto el pago para todo.

* Corresponsal de guerra de The New Yorker

Por Jon Lee Anderson* / Especial para El Espectador

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