La debacle de la Unasur

La organización regional, que demostró potencial para temas como defensa, cultura y turismo, nunca superó sus fallas para responder a las coyunturas políticas, como la crisis venezolana.

Mauricio Jaramillo Jassir*
24 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
El expresidente Lula da Silva (I) y Hugo Chávez fueron los padres de Unasur, en 2008.  / EFE
El expresidente Lula da Silva (I) y Hugo Chávez fueron los padres de Unasur, en 2008. / EFE
Foto: EFE - Cezaro De Luca

La disolución de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) parecería inminente por la suspensión de la participación de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú. Desde hace más de un año, el organismo arrastra una crisis por el vacío de poder en la Secretaría General y cumplido el período de la Presidencia pro tempore de Argentina, el balance es triste.

La crisis que pone en riesgo la existencia de tal bloque es una mala noticia para Suramérica, pues deja en suspenso avances sustanciales que se habían logrado durante una década. En primer lugar, vale la pena señalar que Unasur se constituyó en la primera organización de concertación política regional que involucró a la zona andina y el Cono Sur, regiones que habían desarrollado procesos de integración de forma separada. La primera desde 1969 tras el Acuerdo de Cartagena que dio nacimiento al entonces Pacto Andino (luego Comunidad Andina) y el segundo, tras el surgimiento de Mercosur en 1991 mediante la firma del Tratado de Asunción.

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Unasur además ha sido importante porque involucró en el seno de la institucionalidad suramericana a Chile, que no es parte como miembro ni de la CAN ni de Mercosur. Desde la época de Augusto Pinochet, el país tuvo un modelo de inserción separado del resto de países de su zona natural, la andina. Y finalmente, no menos importante es que Unasur haya integrado a Guyana y Surinam, naciones que aunque geográficamente hacen parte de Suramérica, se han sentido ajenas, por lo que el esfuerzo de estos años había sido aún más estimable.

En segundo lugar, Unasur sirvió como un mecanismo para la gestión de crisis. En 2015, cuando pocos pensaban que fuera posible que en Venezuela se convocara a elecciones legislativas, una comisión de países compuesta por Brasil, Colombia, Ecuador y Uruguay logró que finalmente el Consejo Nacional Electoral venezolano acordara una fecha y el 6 de diciembre se llevaran a cabo tales comicios. Ello se consiguió bajo el paraguas de Unasur, único organismo que finalmente envió una misión de acompañamiento para el proceso, que terminó en una de las victorias electorales más importantes para la oposición.

También, cuando de forma arbitraria el gobierno de Nicolás Maduro ordenó la salida de miles de colombianos de ese territorio y se produjo una aguda crisis fronteriza, el único esquema de negociación que permitió un diálogo entre ambos presidentes fue la Presidencia pro tempore y la Secretaría General de Unasur.

Finalmente, la disputa territorial entre Guyana y Venezuela por la zona del Esequibo también fue testigo de una facilitación de Unasur, en medio de enormes dificultades por el cambio de gobierno tanto en Venezuela con la muerte de Hugo Chávez como en Guyana por la llegada de David Granger. De manera torpe, Maduro puso en riesgo todos los acuerdos que mantenían un delicado equilibrio entre ambas naciones (intercambio de arroz por petróleo) y que habían sido largamente negociados por su antecesor y el expresidente guyanés Donald Ramotar.

Y en tercer lugar, Unasur se encargó de promover proyectos emblemáticos que poco a poco han venido perdiendo fuerza, a medida que los gobiernos conservadores se han constituido como mayoría. La puesta en marcha de una ciudadanía suramericana alcanzó importantes niveles de concreción con la extensión de la visa Mercosur a la mayoría de países de Suramérica. Ésta permite que ciudadanos de al menos diez países de la zona circulen libremente y, mediante un trámite relativamente sencillo, obtengan un permiso de trabajo.

El objetivo final consistía en poner a la zona en un estatus similar al de Europa en términos de ciudadanía regional. A esto se suma el emblemático Consejo de Defensa Suramericano, que pretendió poner en sintonía las doctrinas de defensa de los 12 estados en torno al tema de la paz.

Con miras a la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas (Ungass) dedicada el tema drogas en 2016, y gracias al Consejo Suramericano para el Problema Mundial de las Drogas, por primera vez en la historia los doce países tuvieron una postura común que aunque no reflejaba un consenso, mostraba los mínimos para construir tal. Y también fue rescatable la idea de introducir una cláusula democrática para defender el Estado de derecho en momentos de ruptura. Aquello quedó comprometido, cuando no existieron claros consensos o para condenar el golpe contra Dilma Rousseff o el autogolpe de Estado de Nicolás Maduro, cuando disolvió la Asamblea Nacional.

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Poco a poco, el organismo fue perdiendo relevancia ante la dificultad para encontrar consensos y responder a desafíos puntuales. Dicho de otro modo, Unasur tiene un potencial enorme para proyectos estructurales (infraestructura, defensa, ciudadanía regional, y promoción de la cultura y del turismo), pero mostró enormes falencias para responder a las coyunturas críticas. En especial, dos crisis pusieron esto en evidencia. Su inacción cuando Rousseff enfrentaba un proceso lleno de irregularidades y con un contenido político claro. Que los doce países no se pusieran de acuerdo para sancionar al gobierno de Michel Temer, fue menos grave que el hecho de que ni siquiera se hubiese discutido el tema abiertamente. Pero nada ha resultado tan nocivo para la imagen del organismo como la inacción y poca visibilidad desde la llegada a la Presidencia pro tempore de Argentina. Con un divorcio consumado entre Buenos Aires y Caracas, las posibilidades de que Unasur tuviera algún tipo de mediación en la gravísima crisis venezolana se esfumaron. Las propuestas argentinas para nombrar a un nuevo secretario general fueron bloqueadas caprichosamente por las autoridades venezolanas, que pusieron por encima de los intereses regionales, las rencillas con algunos gobiernos.

La construcción regional suramericana no debería prescindir de un espacio de integración y de concertación política que, aunque plagado de dificultades, ha enaltecido la unidad en momentos en que la misma urge para responder a desafíos inmediatos como una salida a la crisis en Venezuela, las constantes amenazas de Trump y la necesidad inaplazable de que Suramérica cuente con un espacio de diálogo político que permita la gestión en conjunto de crisis.

*Profesor de la Universidad del Rosario. @mauricio181212

Por Mauricio Jaramillo Jassir*

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