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La educación, ¿remedio infalible?

El periodista y analista argentino Andrés Oppenheimer explora la realidad latinoamericana a raíz de su nuevo '¡Basta de historias!'.

Sergio Otálora Montenegro, especial para El Espectador
21 de junio de 2011 - 11:14 p. m.

Ser maestro tiene, dentro de la escala de valores de sociedades como la colombiana, una connotación negativa: por lo general, es el pobre de la familia. Muy educado, pero en la olla. Y, encima, intelectual de izquierda. O sindicalista.

Puede ser del sector público o del privado. Si tuvo la suerte de trabajar en una institución a la que asisten los retoños del estrato ocho (es decir, colegio bilingüe, presidentes, ministros y altos ejecutivos pasaron por sus aulas) ganará más, de golpe su retiro será sin (muchos) contratiempos e incluso —si cumplía su misión con esmero y lograba entender el arisco universo juvenil— habrá dejado huella profunda en el alma de sus estudiantes. Si le tocó ser maestro de escuela pública, el panorama es más difícil: baja remuneración, el salón de clase es la prolongación de los conflictos de afuera, drogas, pandillas, violencia, desesperanza. En ese ambiente, hay educadores, hombres y mujeres, que lo dan todo por sus alumnos, ellos tratan de evitar que esa vida en ciernes no naufrague.

¿Por qué si la educación forma parte esencial de la formación psicológica e intelectual de un ser humano, en América Latina (e incluso en Estados Unidos, donde, a pesar de los grandes proyectos de Obama en ese campo, hay dramáticos recortes presupuestales en el sistema escolar público de varios estados) tiene tan bajo valor social, ocupa los últimos lugares en las prioridades estratégicas de los gobiernos, así hablen, con agua en la boca, de cobertura escolar de casi el cien por ciento?

¿Hay desigualdad social porque existe un deficiente sistema educativo que la perpetúa, o esa precariedad académica es más bien uno de los tantos síntomas de una estructura económica y social excluyente e injusta?

La receta perfecta

El último libro de Andrés Oppenheimer, ¡Basta de Historias! (el título es apenas un gancho) ve la educación como la llave maestra que abrirá las puertas del desarrollo del siglo XXI, marcado por la economía del conocimiento.

Para sustentar su idea, visitó disímiles países (Singapur, China, India, Finlandia, Israel, entre otros) con una característica en común: sistemas educativos fuertes y exitosos, generadores de innovación científica y tecnológica. Además, los maestros son bien pagos, la docencia tiene un elevado estatus social, el conocimiento es considerado pieza maestra del desarrollo.

En Finlandia, por ejemplo, según cuenta Oppenheimer, los profesores necesitan tener maestría para enseñar en primero elemental. Y una licenciatura para trabajar en un jardín infantil. En ese país, los que siguen la carrera de maestros son reclutados del 10% de los bachilleres con los mejores puntajes académicos. En Singapur, la Universidad Nacional ocupa el lugar número 30 entre las mejores del mundo; el país, además, está en el primer puesto en ciencias en los exámenes internacionales que evalúan los conocimientos de los estudiantes de cuarto y octavo grado en ciencias y matemáticas.

Pero hay otro elemento común a estas experiencias que reseña Oppenheimer: todos esos países han globalizado sus economías y no dependen, para su avance, de las materias primas sino de productos y servicios con valor agregado. Si a esto le añadimos un sistema educativo eficiente que genere innovación, se cierra el círculo virtuoso, la receta perfecta para, supuestamente, salir del atraso e ingresar a las grandes ligas.

La letra con sangre entra

— ¿No es un poco voluntarista pensar que la educación va a resolver todos los problemas estructurales de nuestros países? Le pregunto a Oppenheimer, este polémico argentino que llegó a Estados Unidos en 1977, meses después del golpe de Videla, y que con el paso del tiempo, de sus libros y columnas, se ha convertido en un influyente analista de la realidad latinoamericana.

— Con la mala educación que reciben nuestros niños —dice— estamos propagando la desigualdad. Hace 40 años, Corea del Sur era un país mucho más pobre que Colombia. Hoy en día es muchísimo más rico. ¿Por qué? Porque le han apostado a la mejora de la calidad educativa. Las cifras son aterradoras: el año pasado Corea del Sur registró 8.800 patentes en Estados Unidos; Colombia, 7. En el caso de India, por ejemplo, Nehru empezó a crear institutos de alta tecnología, cuando había 80% de analfabetismo, la gente lo criticaba. El tipo se emperró, y hoy en día, 50 años después, la tecnología y los ingenieros que él formó son el motor de la economía de India. Primero crearon la oferta de ingenieros y después vino la demanda de las empresas.

— En India, en China, en Corea del Sur hubo reformas estructurales importantes, no sólo fue la educación el motor…

— No. Una de las claves fue la educación.

— Además son sociedades montadas sobre un autoritarismo impresionante, usted mismo lo dice en su libro. Ya sea en el ámbito político o en el familiar.

— Yo no creo para nada en eso.  En esos países existe una cultura familiar de la educación, que no está relacionada con el autoritarismo sino con el confucianismo. Confucio era obsesivo por la educación.

El vicio de la historia

Oppenheimer arranca su libro con una crítica contra el supuesto vicio latinoamericano de enredarse en la historia. Pareciera darle la razón la reciente exhumación de los restos de Salvador Allende.

— ¿No es injusto con América Latina hablar de su obsesión por la historia, cuando hay, tantas cuentas pendientes con el pasado, que siguen determinando el presente?

— Todos los países tienen cuentas pendientes. China tiene 5.000 años de cuentas pendientes y están mirando para adelante. El año pasado, con los bicentenarios, ya fue el colmo, países que se gastaron cientos de millones de dólares en festejos. En lugar de estar hablando de cómo mejorar la educación y reducir la pobreza, estamos sacando próceres de un ataúd para meterlos en otro.

— Bueno, pero recuerde la frase de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla…

— Sí pero al mismo tiempo yo te diría que un pueblo que vive obsesionado con su historia, nunca va a pasar al futuro. Creo que la clave del libro es que estamos demasiado obsesionados con la economía y muy poco obsesionados con la educación. Lo que estamos viendo en América Latina es que el crecimiento económico, por sí mismo, no reduce la desigualdad.

— Como en Perú. Casi una década de crecimiento económico, y nada que llega a los pobres.

— Exactamente. Lo que yo estoy proponiendo es un PIB educativo para que los países tengan dos medidas: crecimiento económico y crecimiento educativo. Porque si crecemos en lo primero, pero no en lo segundo, el fruto de ese progreso sólo va a caer en aquellos que están insertados en la economía formal. Y la señora que está vendiendo limones en la calle, indígena o marginada, no va a poder beneficiarse de ese auge económico.

Universidad pública para ricos

— La reforma educativa nació en Argentina, las universidades públicas fueron sitios donde se educó la élite en varios países de la región.

— Hoy en día están entre las más atrasadas del planeta. No hay una universidad latinoamericana entre las 200 mejores del mundo.

— Claro que las universidades públicas se desarrollaron más como instituciones al servicio del pueblo, con una proyección de crítica social, y no como semilleros de innovación al servicio de la empresa privada.

— Sí, pero eso hoy juega en contra no a favor. Hoy en día son productoras de estudiantes desertores del sistema educativo. Carreras de cinco años, no hay de dos o tres para técnicos. Todos estamos estudiando humanidades. En Argentina, ya es disparatado: 29.000 estudiantes de psicología contra 8.000 estudiantes de ingeniería. Nosotros, con la supuesta función social de la universidad gratuita, estamos penalizando a los pobres y subvencionando a los ricos.

— Los pobres ya no llegan a las universidades públicas. ¿Según eso, entonces, dichas instituciones están educando a los ricos?

—Nooo. Yo estoy a favor de la universidad pública modernizada. En Finlandia, el rector de la Universidad de Helsinki me decía que los días de la universidad gratuita están contados. Si tienes un joven que aplica a la universidad, y fue a una escuela secundaria que sabes que vale US$2.000 al mes, es ridículo que no le cobres nada. Creo que la universidad pública tiene gran futuro, debe seguir cumpliendo su función social, pero, como en Chile, combinándola con la investigación, la innovación a favor del país.

***

Al final de su libro, Oppenheimer plantea lo que él llama “las doce claves del progreso”. En suma: convertir la educación en un gran propósito nacional, quitarle ese estigma de escampadero para profesionales varados y abrirla al mundo, a la globalización.

¿Será posible tanta belleza en sociedades con desigualdades abismales como la nuestra, en la que, sin reformas dramáticas en su modelo de desarrollo, en su mismo sistema educativo excluyente, esos beneficios de la investigación para el mercado quedarán sin duda en las mismas manos de siempre?

Por Sergio Otálora Montenegro, especial para El Espectador

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