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La encrucijada del cliente “número nueve”

El escándalo por prostitución del gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, es menos un problema criminal que un drama moral.

Juan Camilo Maldonado Tovar
11 de marzo de 2008 - 04:34 p. m.

El escándalo por prostitución del gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, es menos un problema criminal que un drama moral. Para un hombre que se irguió como el defensor público de la rectitud y la ley, su destape es hoy motivo de celebración de sus enemigos, y fábula siniestra de la doble moral en la política.

Pese a que el viernes pasado Eliot Spizer, gobernador de Nueva York, supo que el mundo entero sabría de su afición por las prostitutas caras, decidió mantener las apariencias. Recibió el recado de su secretaria, quien le dijo que los fiscales de la corte estatal lo estaban buscando, se marchó a su apartamento en Manhattan y se preparó para al día siguiente asistir a la cena anual del prestigioso Gridirion Club. Durante la cena, según informó ayer el periódico The New York Times, a Spizer se le vio “efervescente”.

Este mismo diario, 24 horas después, le cambiaría el ánimo al gobernador demócrata, conocido durante ocho años como el más implacable fiscal que haya tenido el estado de Nueva York. El más implacable hasta el lunes, cuando el Times publicó un informe preliminar en su página de internet, donde revelaba que Spizer era cliente de una red de sofisticadas scorts, acompañantes sexuales, y que según documentos filtrados por los fiscales encargados de desmantelar la red, el Gobernador había pagado 4.300 dólares a una prostituta de nombre Kristen.

Aunque su primer año como gobernador había estado lleno de intrigas políticas y malestares públicos, Spizer seguía en los últimos meses manteniendo el honroso y mesiánico apelativo de “Sheriff de Wallstreet”. Durante sus ocho años al frente de la fiscalía de Nueva York puso en aprietos a los más poderosos criminales de cuello blanco de Manhattan. Con una mezcla de rigurosidad detectivesca y elocuencia moralista, persiguió a empresas contaminantes, compañías farmacéuticas, fabricantes de armas y operadores de Wall Street poco ortodoxos, aventajados especialistas en esquivar los aún imperfectos sistemas de seguridad de los mercados de valores.

El lunes, los grandes medios norteamericanos coincidían en unas u otras palabras, con la cáustica apreciación de Daniel Gross, de la revista Slate: “Aunque el Dow Jones vaya de nuevo hacia abajo, la desgracia del gobernador Spitzer le ha dado cierto aire de felicidad a los operadores de Wall Street”.

Nick Paumgartenn, en un perfil del gobernador publicado en la revista New Yorker en diciembre de 2007, describe al gobernador tras su primer año de gestión como: “Un vengador populista, un consentido de los medios, una promesa democrática, un Rudy Giuliani progesivo, una panacea a punto de suceder, un seguro candidato judío en la carrera presidencial”.


Pero su carrera se vino abajo el lunes en la mañana. El New York Times anunció que cuatro administradores del servicio de prostitución por internet, el Club del Emperador, habían sido capturados por autoridades norteamericanas. Entre el material probatorio que los fiscales presentaron ante la Corte de Nueva York y que simultáneamente se filtró al periódico neoyorquino, se encontraban documentos y grabaciones que mencionaban a Spitzer como el cliente número 9 de esta empresa.

Según el material, Spizer hizo uso de los servicios del Club por última vez el 13 de febrero en el Hotel Mayflower, de Washington, donde pagó 4.300 dólares por un rato de distracción con una mujer con el alias de “Kristen”. En un país que le cobra caro a sus funcionarios públicos, cualquier desliz de índole moral o legal, la conversación que Kristen sostuvo esa noche con su superior, Temeka Rachel Lewis, está a punto de costarle a Spitzer su gobernación:

-No pienso que (Spitzer) sea difícil. No soy una idiota, yo estoy aquí por una razón, tal vez por eso las otras crean que él lo sea-, dice Kristen.

-Tú lo ves de una manera única- responde Rachel, -nunca nadie lo ve así-.

Según Rachel, otras prostitutas le habrían contado -“que (el cliente N° 9) te pide hacer cosas que, de pronto, tú no considerarías muy seguras- ya sabes-, quiero decir… cosas muy básicas.

Spitzer, padre de tres hijos, nieto de inmigrantes judíos e hijo de una exitosa pareja dedicada a los bienes raíces, apareció el lunes ante decenas de cámaras. Le pidió perdón a su familia, con su esposa al lado, visiblemente afectada por la decepción. Y afirmó hermético: “He actuado de una manera que he violado las obligaciones hacia mi familia, y que de alguna manera quebranta mi sentido del bien y del mal”.

Tras portar el estandarte de la rectitud y la moral, que lo condujo a perseguir a toda suerte de villanos, Spitzer se convirtió el lunes en la víctima por excelencia de su propia medicina, según una regocijada hipótesis de la revista Slate. Ahora enfrenta un proceso que por la dramática doble-moral que revela, le cobrará con seguridad todas las frases ejemplarizantes que alguna vez emitió en su vida. Frases con las que con frecuencia sermoneaba a periodistas como Nick Paumgarten, a quien alguna vez le dijo, cuando no podía imaginar que esto pasaría:

“Las decisiones más duras y las respuestas correctas para tomar esas decisiones siguen siendo las mismas a las que tú llegas cuando te sientas y dices: okay, ¿qué estamos tratando de hacer? ¿Cuáles son los correctos valores morales que deben guiarnos? Para esto hay que hacer caso omiso a toda la política. Y hacer caso omiso a los gritos y las vociferaciones”.

Por Juan Camilo Maldonado Tovar

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