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La higiene japonesa y su papel frente al COVID-19

Nuestro corresponsal en Japón nos explica los factores sociales, culturales y religiosos que le permiten a ese país ser uno de los líderes en la lucha contra el coronavirus.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
12 de julio de 2020 - 02:00 a. m.
La  pulcra cotidianidad en el metro de Tokio.   / Cortesía de Gonzalo Robledo
La pulcra cotidianidad en el metro de Tokio. / Cortesía de Gonzalo Robledo

La conocida higiene de los japoneses, que al final de los partidos internacionales de fútbol dejan impecable el trozo de estadio donde estuvieron sentados, ayuda a explicar el bajo número de contagios por COVID-19 en un país con 126 millones de habitantes y la mayor densidad de personas mayores del mundo.

El pasado 25 de mayo —después de cincuenta días de una cuarentena blanda que, sin multas ni penalización, apenas logró mermar las multitudes que salían diligentes a cumplir con sus horarios habituales de trabajo—, el gobierno japonés anunció el regreso escalado a la normalidad.

Las cifras del COVID-19, unos 20.000 contagiados y menos de mil fallecidos hasta la primera semana de junio, sorprenden a los especialistas, ya que Japón no reaccionó al inicio de la pandemia con la celeridad y la contundencia de países vecinos, como Taiwán y Corea del Sur.

Sin poder constitucional para decretar un confinamiento, el gobierno declaró un estado de emergencia. Se cerraron las entradas al país y dejaron de funcionar escuelas, grandes almacenes, museos, teatros y cines. Se pospusieron torneos deportivos y se recomendó a las empresas poner en práctica el teletrabajo. Muchos restaurantes redujeron su horario de servicio o adoptaron la entrega a domicilio.

Como apoyo económico, se anunció un presupuesto de unos US$2 billones (el 40 % del PIB, según la agencia de noticias Kyodo), en el que se incluye una ayuda individual para cada residente en el archipiélago de unos US$930.

Japón se dedicó a tratar solo “clústeres” de contagiados, localizados después de identificar al enfermo inicial a través de una prueba de PCR a individuos con síntomas como fiebre. Este método fue calificado por muchos médicos de insuficiente, dada la gran densidad demográfica. Hasta la tercera semana de junio se contabilizaban solo 370.000 pruebas de PCR a residentes.

La estrategia selectiva permitió que los hospitales mejor equipados se pudieron centrar en los casos críticos. Para tratar o aislar a los menos graves se habilitaron hoteles y hospitales de apoyo, lo que obligó a muchos centros médicos a interrumpir sus consultas habituales para dedicarse a la pandemia.

El sector médico sufrió pérdidas y, según el profesor Andy Crump, de la Universidad Keio, en Tokio, las medidas japonesas llevaban implícito el alto riesgo de la escasez de especialistas en enfermedades infecciosas. Muchos contagios, subrayó el académico, se produjeron dentro de los mismos hospitales por la poca experiencia en el manejo de los virus.

El confinamiento, al no ser vinculante ni acarrear amonestaciones o multas, fue incompleto. Los empleados de oficinas y fábricas se pusieron el tapabocas y siguieron yendo a sus trabajos en vagones de metro menos atiborrados, pero con poca distancia física entre pasajeros. Aunque las calles céntricas se vaciaron, muchas playas y parques tuvieron que cerrar o acordonar sus accesos ante la avalancha de gente que quería disfrutar del aire libre los fines de semana.

Los casos de contagio no se dispararon y aunque continúan, sobre todo en Tokio, la curva se aplanó. El inesperado resultado suscitó tantas explicaciones que un diligente bloguero recopiló 43 razones, entre las que figuran algunas tan peculiares como la poca saliva que se arroja al pronunciar el idioma japonés o la celosa vigilancia entre vecinos para hacer cumplir las recomendaciones oficiales.

Entre las teorías científicas más discutidas figura la protección que brindaría la vacuna antituberculosa BCG, establecida en Japón desde 1951, y la posibilidad de que los genes asiáticos reaccionen al coronavirus de una manera diferente al resto de la humanidad.

Especialistas como Shinya Yamanaka, Premio Nobel de Medicina de 2012, señalaron la posibilidad de que a los países más golpeados por el COVID-19 les haya tocado una cepa más agresiva del virus.

En un artículo publicado en la revista Nikkei Asian Review, el doctor Yamanaka evitó destacar una causa única del éxito japonés y citó la austera urbanidad de un país donde se saluda con reverencias en vez de apretones de manos o besos, dos formas de contacto hoy vilipendiadas por su alto riesgo.

El repudio a tocar extraños está vinculado a la pureza y la higiene, dos valores centrales del sintoísmo, la religión nipona cuyos templos tienen fuentes de agua limpia para enjuagarse la boca y lavarse las manos antes de entrar. Muchos turistas occidentales se sorprenden de que las puertas de los taxis en Japón se abran y se cierren de forma automática, y que los taxistas conduzcan con las manos enfundadas en guantes de un blanco impoluto.

El contacto físico se minimiza también en pequeñas tiendas, oficinas de correos, bancos o lavanderías, dotadas todas casi siempre de puertas automáticas. Cuando se paga en efectivo, tanto cliente como empleado evitan rigurosamente, por cortesía, el más mínimo roce entre manos.

Mientras algunos trenes de Tokio viajan en las horas punta llevando el 200 % de su capacidad, es habitual que todo el que esté resfriado lleve un tapabocas para proteger a los demás. En épocas de alergia al polen, el tapabocas es omnipresente y su uso está tan arraigado que sirve de disfraz a quien no tuvo tiempo de maquillarse y es usado por actores famosos que quieren pasar desapercibidos en medio de la multitud.

El gel antibacterial a la entrada de edificios y comercios es habitual desde finales del siglo pasado y la práctica de las aerolíneas de ofrecer toallas hervidas a sus pasajeros es un invento de los aristócratas japoneses del siglo VIII para asear las manos de sus invitados antes de sentarse a la mesa. Hoy, en muchos restaurantes, el comensal que usa el baño es esperado a la salida por un camarero que le entrega una toalla caliente para que se desinfecte antes de volver a la mesa.

Para confirmar la obsesión japonesa con la asepsia basta entrar en una web llamada urecon.jp, donde la búsqueda en japonés de la expresión “toallas húmedas” arroja las cien variedades más vendidas de unos pañuelos sintéticos empapados en alcohol usados para desinfectar mesas, baños, utensilios de cocina y hasta perros y gatos.

El hogar japonés está libre de la invasión masiva de gérmenes que arrastramos cada día de la calle en las suelas de nuestros zapatos, ya que es costumbre descalzarse a la entrada. Los estudiantes usan zapatos exclusivos para el interior de los colegios y allí aprenden los beneficios de la higiene formando grupos para limpiar a fondo aulas, baños y corredores.

Como la recogida de basura de los aficionados en los estadios, la normalidad japonesa podría dejar su impronta en el mundo cuando se confirme el rol de la higiene en contrarrestar un virus que ha instalado los tapabocas, los guantes y los desinfectantes en la cotidianidad de muchos países.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

La situación de los colombianos en Japón por la pandemia

Hasta el 9 de julio, un total de 42 colombianos no residentes en Japón continuaban a la espera de una fecha para poder volver al país. A las restricciones de fronteras originadas en la pandemia se suma la carencia de vuelos directos entre las dos naciones. Según fuentes consulares en Tokio, 31 compatriotas volvieron en un vuelo especial a través de México en mayo. El sábado 4 de julio, otros tres colombianos partieron hacia Bogotá a través de un vuelo de Qatar Air-ways, vía Doha y São Paulo, en el que también pudieron comprar pasajes más de dos centenares de connacionales que estaban estancados en otros países asiáticos y Oceanía. La Embajada en Tokio ha recibido recursos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia para ayudar a los colombianos estancados en Japón. Algunas familias de connacionales residentes los han acogido en sus hogares. También familias japonesas los han alojado y la Asociación de Amistad Colombia-Japón recaudó entre sus miembros 900 mil yenes (unos $31 millones), que repartió entre 25 de los compatriotas. Para algunos de ellos, la donación recibida les ayudó a pagar la extensión de la visa para seguir allí. Japón mantiene cerradas las puertas a 129 países, incluido casi todo el continente americano.

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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