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La incertidumbre y el deporte marcan el primer paso hacia “la nueva normalidad” en España

A pesar de las medidas de alivio, el Gobierno decretó el uso obligatorio del tapabocas en el transporte público y en cualquier espacio donde no pueda garantizarse la distancia de seguridad de dos metros. Así se vive el desconfinamiento desde Barcelona.

Sebastián Montes
01 de junio de 2020 - 12:19 p. m.
El 31 de marzo, marcó un total de 9.222 casos en una sola jornada dentro de todo el territorio nacional de España.
El 31 de marzo, marcó un total de 9.222 casos en una sola jornada dentro de todo el territorio nacional de España.
Foto: Sebastián Montes

El 2 de mayo es un día que los españoles tienen guardado en la memoria histórica de su país. Fue un momento de cambio, tras el levantamiento de la sociedad madrileña contra las tropas de Napoleón Bonaparte en 1808, acontecimiento que sentó las bases para la guerra de independencia contra el imperio francés, que duró hasta 1814. Sin embargo, desde este año dejó de ser el único referente nacional en dicha fecha, pues significó el primer paso del regreso de sus habitantes a la normalidad en medio de la pandemia del coronavirus.

“Si la evolución de la pandemia prosigue en un estado positivo como lo está haciendo hasta ahora, a partir del próximo día 2 de mayo se permitirá la salida para realizar actividad física individual y paseos con las personas con las que convivimos, siempre en las condiciones que nos marquen las autoridades sanitarias”, anunció el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el pasado 26 de abril.

Para entonces, el virus empezó a dar los primeros respiros al país ibérico luego de semanas críticas. Si bien los datos del Ministerio de Sanidad revelaron un total de 1.729 casos de infección, cifra que creció 0,8% frente al día anterior, los números del pico de la pandemia ya estaban bastante lejos. Registrado el 31 de marzo, marcó un total de 9.222 casos en una sola jornada dentro de todo el territorio nacional. Desde entonces, y hasta el día del anuncio, la caída en el total de contagios diarios fue de 81%. Había razones para empezar a sentirse optimista.

A pesar del júbilo inicial, aún había que tomar precauciones, pues apenas se vivía el inicio progresivo del desconfinamiento general que llegaría luego de 42 días en los que todo el país se sometía a uno de los procesos de cuarentena más estrictos de toda Europa. Solo una semana antes, los menores de 14 años tenían permitido salir a pasear durante una hora junto a uno de sus padres y con una distancia de hasta dos metros de otros transeúntes. De resto, las salidas se limitaban a actividades de primera necesidad, como acudir a centros hospitalarios o a supermercados.

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La medida de alivio entraba en vigor entre las 8:00 p.m. y las 11:00 p.m. En casa, mis compañeros de cuarto y yo alistábamos ropa deportiva y una bolsa con dos sixpack de ‘Estrella Damm’ para subir a los parques y jardines que rodean el Castillo de Montjuic, ubicado a unos minutos de nuestro apartamento en Poble Sec, un barrio pequeño de Barcelona. La idea era simple: ver el atardecer tomando un par de cervezas y pasar el rato sentados en el césped, para luego regresar al cabo de dos horas.

Tras casi dos meses sin salir a nada que no fuera estrictamente necesario, no podíamos controlar la ansiedad y las ganas de dar un paseo, por pequeño que fuera. No pasó un segundo después de que el reloj marcara las 8:00 p.m. cuando abrimos la puerta y bajamos las escaleras desde el sexto y último piso de nuestro edificio hasta la planta baja. Pero nada más al llegar nos estrellamos contra una realidad que no habíamos imaginado.

Nos tomó mucho tiempo decidirnos a girar la perilla de la entrada principal y pisar la calle, igual que los vecinos de los edificios aledaños. Sobre todo, al ver las calles inundadas de gente, como hace dos meses no se veía. El panorama fue extraño. Parecía increíble ver a tantas personas reunidas al mismo tiempo, por lo que las miradas entre cada transeúnte que se disponía a hacer deporte reflejaban más temor que alegría. Era como si la humanidad hubiera olvidado lo que era interactuar.

Debo confesar que mi primera reacción al salir fue de preocupación. Entendí que, al igual que yo, todo Barcelona necesitaba salir a despejar la mente y sentir un pequeño atisbo de libertad tras el confinamiento, pero no dejé de imaginar la posibilidad de que, tal como lo advirtieron los expertos del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, hubiera posibles rebrotes en concentraciones tan altas de gente.

Al principio pareció no importar, pero conforme pasaron los minutos, el intercambio de miradas entre la gente que caminaba y corría en nuestra misma dirección se tornaba más tenso. Todos éramos posibles portadores de la infección, y el hecho de ir a un mismo sitio representaba un foco donde el virus podía hacer de las suyas. Conscientes de ello, mis roomies y yo caminamos mas despacio para tomar distancia de los grupos de chicos que nos rodeaban y continuamos nuestro rumbo en silencio total, mientras asimilábamos la nueva realidad que nos revelaba la pandemia.

La tensión se relajó tan pronto llegamos a los jardines del Mirador. Buscamos un sitio para sentarnos y tomar las latas de cerveza que ya estaban tibias por los minutos que llevábamos de caminata y el calor reinante que avisaba el inicio del verano europeo. Eran casi las 9:00 p.m. y el sol apenas se ponía. Habíamos llegado justo a tiempo para ver el primer atardecer al aire que recordábamos apreciar. Justo en ese momento, se escucharon las primeras risas.

Preferí no contar los grupos de amigos que vi en la rotonda que daba al mirador. En su lugar, decidí escuchar sus carcajadas y apreciar la felicidad que reflejaban sus rostros tras semanas sin saludarse en persona y sin compartir anécdotas. Tal vez no había mucho que contar debido al encierro, pero en momentos como este, cualquier conversación, por insulsa que fuera, se convertía en un momento en memorable mientras la acompañaba la luz de luna que se asomaba en el cielo, tomando el relevo de un día caluroso y dando paso a una noche tibia.

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Volvió poco a poco el silencio para apreciar una media luna que apareció tímidamente en medio de los árboles que ya recuperaron sus hojas en la primavera que quedó atrás. Ninguno de los presentes había visto una luna tan grande como esa noche, por lo que cada persona que pude ver no despegó sus ojos de ella, casi como si estuvieran hechizados por la mística que algunas veces acompaña la noche. En mi caso particular, el embrujo me llevó a seguir reflexionando, y a no dejar de preguntarme que pasaría después de este primer paso que quedará anclado en la memoria de uno de los países más golpeados por la pandemia.

La respuesta a mis cuestionamientos llegó dos días después, cuando el Gobierno de España anunció el inicio de un proceso de desescalada progresiva dentro de todo el territorio nacional cuyos avances dependían del impacto del virus en las 17 comunidades autónomas del país. Esta etapa, que en principio duraría una semana, consistía en la apertura de comercios con atención supeditada a cita previa, restaurantes con entrega de comida para llevar, centros educativos para desinfección y regreso de trabajos administrativos, así como centros de culto a 33% de aforo.

Además de estas medidas, el gobierno de Pedro Sánchez habilitó dos franjas horarias entre las 6:00 a.m. y las 10:00 a.m. y las 8:00 p.m. y las 11:00 p.m. para actividades deportivas y caminatas, prolongando así la medida de alivio que inauguró el desconfinamiento y permitiendo a los ciudadanos reactivar la vida en las ciudades poco a poco.

Pasado este periodo, el proceso continuaría con otras tres fases de dos semanas cada una hasta llegar a la “nueva normalidad” que, según el calendario entregado por el Gobierno, llegaría el 25 de junio como mínimo, aunque eso dependía de que cada comunidad autónoma cambiara de etapa al mismo tiempo.

El director del Centro de Alerta y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, aclaró que la desescalada se haría de manera asimétrica y de acuerdo al comportamiento del virus en cada comunidad. A partir de indicadores como el número de nuevos infectados o fallecidos, se haría una evaluación que determinaría el paso a una nueva fase o la prolongación de la actual.

La situación parecía favorable para toda España, pues las cifras llegaban a 364 nuevos casos y 164 fallecidos, aunque en el caso concreto de Cataluña, sus 132 contagios de la jornada del 4 de mayo hacían suponer que la fase 0 sería más larga de lo esperado. Y si bien había un panorama que invitaba a la prudencia, las medidas de alivio alentaban a la población a realizar nuevas actividades y a reactivar la vida económica con una de las necesidades más inmediatas desde que la pandemia llegó a una etapa avanzada: cortarse el cabello.

“La verdad es que hemos estado a tope. Cerramos durante dos meses, pero ahora tenemos los días llenos”, comenta Pako, peluquero catalán que ve como florece su negocio a medida que suena el teléfono con pedidos de citas para perfilar barbas o acortar melenas que necesitan un retoque. Su local en la Avenida Mistral le permite atender a dos personas a la vez, aunque dadas las circunstancias prefiere ser cauto y dedicar su tiempo a una sola. Da citas de media hora, aunque le bastan 15 minutos para transformar un cabello de ocho meses sin cortar en un look de catálogo.

Acudí a Pako por recomendación de uno de mis roomies, quien me aseguró que además del corte tendría una buena conversación. No se equivocó, pues además de darme el look que pedí, similar al James Bond de Daniel Craig, me recordó mis raíces al hablarme de Colombia desde el primer minuto en que llegué a su negocio. No fue difícil para él saber de dónde venía, pues traje puesta la camiseta que utilizó la selección para el Mundial de Rusia.

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Antes de atenderme, se despidió de un polaco que acude cada mes desde hace un año para retocar su corte y me pidió que esperara unos minutos mientras se adaptaba a las medidas de seguridad impuestas por el Gobierno. Además de desinfectar la silla donde me sentaría, las tijeras y las máquinas, cambió el delantal que usó el cliente anterior por uno totalmente nuevo y me pidió que pasara tras barrer rápidamente el pelo que quedaba en el suelo.

Mientras me quitaba todo el cabello que no corté desde que llegué a Barcelona el pasado 10 de septiembre, me expresó su deseo de viajar a Cali, Medellín, Barranquilla y San Andrés y Providencia, solo por nombrar algunas regiones del país, así como de comer sancocho con jugo de lulo. Me recomendó un restaurante colombiano que queda a 10 minutos de su local, que seguramente visitaré tan pronto les permitan recibir gente en los establecimientos, pues no logro recordar cuando fue la última vez que probé un plato 100% colombiano.

Mientras terminó de darme los últimos retoques, un madrileño hacía fila para acudir a su cita, la octava del día para Pako. Le pagué los 10 euros que cobra por cualquier tipo de corte y me despedí asegurándole que volvería al cabo de unos meses. Mientras me alejé, hice cálculos de cuánto podría estar ganando en las siete horas que mantiene el negocio abierto de lunes a sábado. Con un día lleno, llegaría hasta 150 diarios. No es una mala suma, menos en tiempos tan delicados como estos.

Antes de volver a casa, decidí pasar al mini super a comprar cebollas para preparar los huevos revueltos de mi desayuno. Agarré cuatro que se veían grandes para tener la cuota semanal y me dispuse a pagar el euro y medio que costaban, pero debí esperar a que Hakim, tendero proveniente de Pakistán, terminara de organizar el dinero en su caja registradora luego de una compra bastante lucrativa.

“Nos ha ido mejor ahora que los restaurantes están cerrados, pero en cuanto a la cantidad de gente que viene, estos meses han sido peores”, comentó ante mi curiosidad sobre su actividad en medio del confinamiento. Con las restricciones para que la gente pueda salir, se ha hecho difícil mantener el flujo de personas al que estaba acostumbrado en su tienda, y no es para menos: Durante toda la fase 0 se decretó que la población solo podría abandonar el confinamiento mediante franjas horarias distribuidas por edades.

La consellera de Salud de la Generalitat de Cataluña, Alba Vergés, anunció al inicio de la desescalada que las franjas se dividían en turnos de dos horas, iniciando de 9:00 a.m. a 11:00 a.m. para personas mayores y ciudadanos con discapacidades que requieran acompañamiento; de 11:00 a.m. a 1:00 p.m. se habilitaron los espacios públicos para niños hasta los cinco años, para luego emplear tres horas de pausa para desinfección y continuar de 4:00 p.m. a 6:00 p.m. con menores de edad entre seis y 13 años y de 6:00 p.m. a 8:00 p.m. entre 14 y 17 años, añadiendo a ese último periodo el tránsito de personas en paro laboral, teletrabajo o acogidas al Expediente de Regulación Temporal de Empleo (Erte), utilizados para reducir contratos o suspender jornadas laborales de manera temporal.

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“Si todo el mundo acaba mezclado, no se conseguirá minimizar las aglomeraciones”, afirmó Vergés a medida que avanzaba la desescalada y mientras se acercaban los periodos para solicitar el avance de las comunidades autónomas a la fase 1, cosa que Cataluña no hizo durante dos semanas en las que las cifras no estuvieron de su lado. Para el 9 de mayo, registró 151 casos de los 621 nuevos contagios registrados en España, abarcando 24,3% del total, mientras que el 16 de mayo llegó a 123 de los 539 presentados ese día, llegando a 23%. En ambos escenarios, fue la zona con los indicadores más altos.

Para relajar un poco las medidas, se llegó a un acuerdo con el gobierno central para buscar un punto intermedio en Barcelona, además de comunidades como Madrid y Castilla y León, que también se quedaron rezagadas debido a sus cifras. Fue así cuando llegó la fase 0,5 para estas tres regiones, en donde se aligeró la obligación de acudir a establecimientos comerciales con cita previa, las bibliotecas habilitaron el préstamo de libros, los museos abrieron a un tercio de aforo y las playas quedaron disponibles de 6:00 a.m. a 8:00 p.m., aunque solo para hacer deporte. Permanecer en la arena y bañarse en el mar fueron actividades que quedaron restringidos hasta avanzar a la fase 2.

Junto a estas nuevas medidas de precaución, las curvas siguieron bajando hasta encadenar una semana consecutiva con menos de 100 muertos diarios en toda la nación, reduciendo las cifras a niveles registrados al inicio del estado de alarma, decretado el pasado 14 de marzo. Ante los avances registrados, las autoridades siguieron pidiendo precaución y controlando las medidas de circulación de toda la población, a tal punto que el pasado 21 de mayo, el Gobierno estableció el uso de tapabocas como obligatorio en espacios públicos donde no se pudiera garantizar la distancia mínima de seguridad de dos metros.

No obstante, la paciencia y el seguimiento de las recomendaciones por parte de la ciudadanía rindieron sus frutos un día después, cuando el ministro de Sanidad, Salvador Illa, anunció que las comunidades de Madrid, Castilla y León, además de Barcelona y su zona metropolitana, pudieron avanzar a fase 1 desde el lunes 25 de mayo, permitiendo que toda España atravesara la primera etapa de la desescalada luego de tres semanas de avances desiguales pero necesarios para garantizar la seguridad de sus habitantes.

Para cuando toda la población logró llegar a la fase 1, España se ubicó en el quinto lugar de países más afectados por el Covid 19, solo superado por Estados Unidos, Rusia, Brasil y Reino Unido, según datos de la Universidad Johns Hopkins. “El proceso de desescalada es complejo y difícil, y por tanto hay que apelar a la prudencia”, aseguró Illa en una rueda de prensa donde reveló que 53% de habitantes españoles ya habían superado la primera etapa, mientras que el 47% restante ya se hallaba en la fase 2 de la desescalada, totalizando 22 millones de habitantes en el tercer ciclo del camino hacia la nueva normalidad.

¿Qué pasará después? ¿Habrá más retrasos en el avance de las fases que quedan? Será difícil saberlo mientras el virus no quede erradicado por completo, pero al menos ya se cumplió la parte más importante de cualquier proceso: dar el primer paso. Lo que venga más adelante solo el tiempo lo dirá.

Por Sebastián Montes

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