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Huir para seguir huyendo: la realidad del sistema migratorio europeo

Los últimos acuerdos del Unión Europea han eliminado la posibilidad de acogerse al derecho de asilo a millones de personas que huyen de regímenes políticos autoritarios, hambrunas, persecuciones, guerras y todo tipo de catástrofes humanas.

Marta Moreno Guerrero
11 de agosto de 2020 - 01:11 p. m.
Cerca de 22 millones de migrantes siguen huyendo del sistema migratorio europeo para no ser repatriados a sus países.
Cerca de 22 millones de migrantes siguen huyendo del sistema migratorio europeo para no ser repatriados a sus países.
Foto: Marta Moreno Guerrero - Marta Moreno Guerrero

“He visto la muerte, he sentido la muerte y yo mismo me he dicho que estaba muerto, nunca podría creer que iba a conseguir pasar esto”, así describe Madali la travesía que le llevó a cruzar el Mediterráneo. Una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.

Madali se encuentra en Algeciras, ciudad al sur de España. Está nervioso. Nunca ha estado seguro de querer contar su historia. Ha sido su novia, María, quien le ha convencido.

La ruta migratoria del Mediterráneo occidental supone uno de los accesos de África a Europa. La puerta de entrada para aquellos que huyen de regímenes políticos autoritarios, hambrunas, persecuciones, guerras y todo tipo de catástrofes humanas. Por ello, deberían ser reconocidos como refugiados, según la Convención de Ginebra, pero los últimos acuerdos del Unión Europea (UE) han eliminado la posibilidad de acogerse al derecho de asilo.

“Vamos hacia un endurecimiento mucho más profundo que consiste en cerrar aún más a fronteras. Una de las primeras medidas que tomaron los griegos con la crisis del Covid-19 fue frenar las peticiones de asilo. Lo que es un daño fundamental a los Derechos Humanos”, explica Sami Nair, politólogo francés, quien también fue Delegado Interministerial de Codesarrollo y Migraciones Internacionales del gobierno francés, y eurodiputado entre 1999 y 2004.

Madali huyó de Guinea Conakry, “un día cogí un taxi para llegar hasta ahí (ciudad de Bambeto), y nos encontramos en medio de una emboscada. Los militares me atraparon y empezaron a golpearme sin descanso hasta que me rompieron huesos.”

Guinea Conakry se encuentra inmersa en una ola de manifestaciones en contra de su actual presidente, Alpha Conté. El gobernante intenta cambiar la Constitución puesto que esta impide que un mismo presidente esté en el poder por más de diez años (dos mandatos de cinco años cada uno). En un intento de legitimar este cambio constitucional, Conté organizó un referéndum con el que pretendía obtener la aprobación del pueblo. Lejos de conseguirlo, esta maniobra provocó cientos de manifestaciones a lo largo de todo el país.

“Las autoridades dijeron que en el momento en el que los heridos se recuperaran, serían encarcelados. Entonces fui de Guinea para llegar a Marruecos”. La ruta migratoria elegida por Madali, ruta del Mediterráneo occidental, es la elegida por más de 2.000 migrantes en lo que llevamos de año, y casi 25.000 en 2019, según datos de la Comisión Europea. Este recorrido tiene como última etapa, antes de atreverse a cruzar a Europa, Marruecos. Una vez en allí, “el hombre con el que habíamos negociado y que nos iba ayudar a pasar la frontera, cogió nuestro dinero y se escapó.”

Las mafias son uno de los peligros más comunes en estos viajes. Pedir mil euros por un hueco en una lancha con otras 50 personas desde Nador, por viajar en el motor de un avión en Marrakech o en las ruedas de un camión en Tánger, o simplemente pedir una cantidad adelantada a modo de reserva y desaparecer.

Por su parte, la Unión Europea, en lugar de ofrecer una respuesta útil a los flujos migratorios ha firmado acuerdos con Marruecos, Libia y Turquía, con los cuales compra el endurecimiento de los controles a cambio de acuerdos económicos y comerciales.

En el caso de esta ruta, la UE aprobó un acuerdo con Marruecos por el cual desembolsaría 140 millones de euros a cambio de que este frenase a los migrantes antes de llegar a la frontera. Este acuerdo, según la Comisión Europea, suponía una “ayuda en la protección de los migrantes en situación vulnerable y en la intensificación de la lucha contra el tráfico de migrantes y la trata de seres humanos, al mismo tiempo que se mejora la capacidad de las autoridades marroquíes de gestionar sus fronteras”.

Sin embargo, este dinero es destinado a las fuerzas policiales en el país, para llevar a cabo redadas indiscriminadas en los barrios donde se alojan los migrantes, o en campamentos improvisados. Madali vivió así durante un tiempo, “si se supiera lo que ocurre allí, es muy fuerte. La gente duerme en tiendas hechas de madera. Todo es manual, se hacen las casas con plásticos, y se duerme sobre la hierba, a pesar del frío y de la lluvia. Para comer tienes que ir al bosque.”

Sami Nair critica que “140 millones de euros no significan nada, sobre todo porque no sabemos cómo se van a utilizar. En realidad, es un dinero otorgado para que las autoridades marroquíes, tanto como las de Libia en su momento, controlen los flujos e impidan la llegada a España o Italia [de los migrantes]. En realidad, el problema de fondo es la que Unión Europea no quiere tener una respuesta a la altura del desafío planteado por los refugiados. Existe una orientación que consiste en subcontratar el tratamiento de los refugiados con los países no integrados en la UE”.

En Marruecos estas redadas son una constante, “la policía marroquí no te deja en paz. Cada cuatro o cinco horas te tienes que preparar para subir a la montaña”, así vivió Madali durante nueve meses. En ese tiempo no tuvo oportunidad de cruzar la frontera ni una sola vez, y del día que le llamaron para cruzarla dice no poder hablar, “pasaron cosas inimaginables”.

Saltar la valla que separa los municipios de Ceuta (ocho kilómetros de largo y diez de alto) y Melilla (12 kilómetros de largo y seis de alto) de Marruecos, fue la forma usada por más de 1.000 y casi 5.000 migrantes respectivamente para alcanzar Europa, según la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDHA).

El Estrecho de Gibraltar supone el segundo ‘atajo’ para alcanzar las costas europeas. En su punto más cercano tan solo 14 kilómetros de mar separan ambos continentes. “Nos metieron en una lancha con 150 personas; mujeres embarazadas, menores… Embarcamos a las dos de la madrugada y cuando estábamos en mitad del mar el barco se paró. El mar estaba muy agitado, había muchísima corriente y el agua empezaba a entrar en la lancha.” recuerda Madali.

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Solo en 2019, la cifra de muertos y desaparecidos en ese mar Mediterráneo ascendió a 585, según los datos de la APDHA.

Los últimos acontecimiento y sentencias, así como las denuncias por parte de las ONGs demuestran que no existe garantía de auxilio por parte de las fuerzas de seguridad españolas. Sami Nair explica que “no hay acuerdo en los países europeos para saber qué tipo de estrategia se puede poner en marcha para la gente se encuentra en situación de peligro en el mar Mediterráneo”.

Cuando hablamos de ruta migratoria, caemos en el error de creer que esta finaliza al llegar al país receptor. “Una vez en España, nos llevaron a un puerto, y al bajar de la lancha nos registraron, nos hicieron fotos y nos metieron en prisión durante tres días. Estábamos entre 25 y 30 personas durmiendo en colchones en el suelo y de comer nos dieron galletas y leche”. Los lugares de primera estancia como el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, suponen una cárcel donde las organizaciones humanitarias tienen el acceso limitado. Las condiciones de estos

centros de recepción no cumplen con las necesidades humanas básicas. “Al tercer día me empezó a doler el pie, ya no podía más y me fui en mitad de la noche”, explica Madali.

Son muchas las organizaciones que tratan de que esta recepción sea lo menos traumática posible para los migrantes. Mohcine Hammame es mediador intercultural de la ONGs Save the Children en Algeciras, “estos niños cargan con una mochila de traumas. Cuando hablamos con menores que llegan de Libia, sabemos que son menores que pueden tener riesgos de participación obligatoria en colectivos prohibidos. Entonces lo que intentamos es bajar la angustia psicosocial y proporcionarles las necesidades básicas.”

Tras los primeros días en territorio español, los migrantes son trasladados a los Centros de Atención Temporal de Extranjeros (CATE), centros que no están amparados por ninguna normativa y no disponen de una regulación alguna. “El objetivo de esta figura ha sido la de poner en marcha un sistema discriminatorio que agiliza los procesos de expulsión”, denuncia la asociación andaluza.

La actual normativa migratoria europea no contempla que la mayoría de los migrantes que llegan a los países fronterizos no desean quedarse en estos. “Después de los tres meses allí, yo no quería quedarme en España, quería ir a Bélgica” cuenta Madali. Mohcine lo llama “proyecto migratorio”, Sami Nair “migraciones secundarias”. Además, el antiguo ministro francés afirma que “hay un caos total entre los países europeos para ponerse de acuerdo. Es una situación de desacuerdo entre los países europeos cuya consecuencia esencial es la reducción de la voluntad de acogida. La no elaboración de nuevas herramientas conceptuales jurídicas para poder adecuarse a la realidad del campo migratorio.”

La historia de Madali es la realidad diaria de las costas europeas. Una realidad vista desde lejos por los mismos habitantes de estas ciudades costeras, que encuentran en el fenómeno migratorio la razón de los problemas sociales y económicos. Una mentalidad históricamente racista que se ha visto alimentada por un discurso político xenófobo que se ha extendido por Europa en los últimos años. “Asistimos, desde 2008, a un proceso que yo llamo renacionalización de la política migratoria”, explica Nair, “lo que significa que cada país está actuando en función de sus intereses particulares y no en función de un consenso con otros países europeos”.

“Cuando la gente ve a otros que no conocen, cuando ven sobre todo a los que entran a través de esa vía migratoria, piensan que son personas peligrosas, que roban, que golpean, que traen todo lo malo...”, se lamenta el guineano, quien ha vivido de primera mano lo que supone ser discriminado.

Aouatif y Desirée son dos activistas parte de la asociación Ex-MENAS quienes, a diario, ayudan a muchos menores migrantes no acompañados con sus estudios y trámites burocráticos. “Cuando llegan a este país (España) se encuentran con un sistema que los deja completamente desamparados”, se quejan ambas en una pequeña cafetería del barrio del Raval en Barcelona. “La gente ya ni se acerca, no quieren mezclarse, les ponemos todo tipo de barreras” explica Desireé quien tiene muy claro que “esto va a acabar mal, el odio solo crea más odio”.

“Solo quiero decir a esa gente que quiere cambiar de vida que lo piensen bien. Es un camino muy duro en el que no sabes lo que te espera”. Así termina Madali su historia. Actualmente, el guineano sigue esperando a que su situación se regularice.

Al igual que Madali, 22 millones de migrantes siguen huyendo del sistema migratorio europeo para no ser repatriados a sus países, de los cuales huyeron en busca de una oportunidad. Una realidad que supone no dejar de huir nunca.

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Por Marta Moreno Guerrero

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