No es difícil ver que, si la tal revolución molecular disipada se está cultivando en todo lado, cualquier expresión de crítica frente al estatus quo es motivo de sospecha y censura en el mundo conspirativo de Alex López Tapia.
Solo en un país insular como Colombia las ideas de un anodino tendrían la capacidad de afectar la conversación nacional. Pero es justamente lo que ha ocurrido con la mal llamada “teoría” de la revolución molecular disipada que promueve Alex López Tapia, un N.N. entre sus propios connacionales chilenos, quien de la noche a la mañana se ha convertido en gurú de las movilizaciones sociales del siglo 21 para la extrema derecha y peor, nuestra institución policial y militar. Desde un trino del 3 de mayo de Uribe instando a resistirla y a reconocer que el “terrorismo” es más grande que lo imaginado, la tal revolución ha estado en boca de todo el mundo, incluyendo muchos jóvenes.
Para tener una mejor idea de lo que plantea este charlatán neonazi y simpatizante del pinochetismo -- retratado recientemente por La Silla Vacía – analicé una entrevista en Youtube del portal peruano de derecha, El Montonero. En boca de López conceptos centrales del pensamiento postestructuralista francés no solo se tergiversan, sino que se transforman en un complot marxista-comunista contra el orden dominante. La deconstrucción, un método utilizado para develar el rol del lenguaje y los discursos en la construcción de significados y verdades anclados en el poder que determinan nuestra comprensión de la realidad, resulta para el chileno una herramienta utilizada por los marxistas para darle a todo un significado distinto para así salirse de la norma. Su ejemplo, la palabra “aborto” que realmente significa asesinato pero que mediante la deconstrucción se puede convertir en derechos de la mujer.
Por su parte, la revolución molecular en la obra del psicoanalista Felix Guattari, solo y en coautoría con Gilles Deleuze se refiere a la disrupción de formas dominantes de subjetividad en las sociedades de control que ocurre en distintos niveles de la vida, desde lo infra- hasta lo interpersonal, y que permite a los humanos emanciparse emocional y existencialmente. Abstrayéndose completamente de ello, López argumenta que se trata de una revolución política que no tiene estructura ni liderazgo identificable y en donde los actores se parecen a moléculas entre las cuales no hay coordinación ni verticalidad. Es disipada porque sus micro interacciones se desvanecen constantemente, dificultando la acción de la fuerza pública.
No es difícil ver que, si la tal revolución molecular disipada se está cultivando en todo lado, cualquier expresión de crítica frente al estatus quo es motivo de sospecha y censura en el mundo conspirativo de López. Aunque se trata de una visión extrema, es preocupante su hermandad con la lectura de la protesta social emanada de las tácticas contrainsurgentes en la raíz de la actividad policial en Colombia y el resto de las Américas. Además, la tendencia de ver como “enemigos internos” a los manifestantes, propia de la doctrina de seguridad nacional interactúa con la de reprimir al “otro” racializado como estamos viendo en la violencia contra indígenas y afrodescendientes en Cali. Una aplicación seria de la deconstrucción invitaría a mostrar de qué manera la representación discursiva de quienes protestan como “vándalos” o “terroristas” produce una realidad en la que es no solo lícita sin necesaria reprimirlos. Si con semejantes ideas la derecha colombiana, la Policía y el Ejército, y el gobierno Duque pretenden interpretar y responder adecuadamente al paro nacional, apaga y vámonos.