Las acusaciones que persiguen al Papa Francisco y su pontificado

La iglesia católica ha estado ante los ojos del mundo las últimas semanas debido a los graves escándalos de pederastia y encubrimiento de abusos por parte de los mismos jerarcas. El papa Francisco enfrenta una de las crisis más grandes de la institución (en la que muchos desaprueban sus mandatos), y que pone a prueba su pontificado.

Richard Pérez-Peña / The New York Times
01 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.
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Foto: EFE - ANGELO CARCONI

Para quienes no conocen a profundidad las doctrinas y políticas de la Iglesia católica romana, puede ser difícil dilucidar por qué han despertado tantas protestas las nuevas acusaciones en contra del papa Francisco, las cuales combinan los escándalos de abuso sexual que han sacudido a la Iglesia y una amarga lucha interna entre distintas facciones acerca de la dirección que debe seguir.

No se sabe a ciencia cierta cuán estrecha es la relación entre ambos factores, ni cuán fidedignas son las recriminaciones en contra del papa. No obstante, justo cuando la Iglesia atraviesa una crisis internacional, en gran parte debido a generaciones de conductas sexuales inadecuadas y encubrimientos, cualquier sospecha de complicidad de Francisco, independientemente de su naturaleza, podría poner en peligro su pontificado.

Así que a continuación presentamos las respuestas a algunas de las principales preguntas que ha suscitado la controversia.

P: ¿De qué se ha acusado al papa?

R: El arzobispo Carlo Maria Viganò dio a conocer una carta en la que afirma que el papa Francisco, sus predecesores y otros miembros de la jerarquía eclesiástica supieron de la conducta sexual indebida del cardenal Theodore E. McCarrick, arzobispo de Washington, varios años antes de que se hiciera pública.

En esa carta, Viganò señala que le dijo a Francisco en 2013 que el papa anterior, Benedicto XVI, le había ordenado a McCarrick “retirarse a una vida de oración y penitencia” debido a las acusaciones en su contra. Sin embargo, según escribió Viganò, el papa le concedió a McCarrick facultades para participar en la selección de los obispos estadounidenses.

El mes pasado, McCarrick se vio obligado a renunciar y Viganò sugirió que el papa también debería hacerlo. El papa indicó que las acusaciones son absurdas y no ameritan ninguna respuesta.

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La carta coincidió con la visita del papa a Irlanda, donde la Iglesia no ha logrado dar una respuesta eficaz a las revelaciones sobre abusos y encubrimientos cometidos por los clérigos, lo que ha deteriorado mucho su autoridad. En vista de las críticas que recibió por su aparente frivolización de acusaciones similares hechas en Chile y otros lugares, desde hace algunos meses Francisco ha hecho todo lo posible para demostrar que las toma más en serio.

Viganò, quien fungió como representante del Vaticano en Estados Unidos hasta que Francisco lo retiró del cargo en 2016, desde hace tiempo ha manifestado su oposición al papa y ha hecho campaña en contra de la que considera una influencia perniciosa de los sacerdotes homosexuales. En su carta, no solo acusó a los dirigentes de la Iglesia, identificados por nombre, de encubrir conductas inadecuadas de los clérigos, sino que también afirmó que algunos de ellos son homosexuales.

Señaló la homosexualidad como el origen de los escándalos de abuso que sufre la Iglesia y aseveró que una camarilla homosexual está corrompiendo la institución desde el interior.

Esa historia, sumada a algunas incoherencias detectadas en la descripción de los hechos según Viganò, ha dado pie a que se cuestionen sus inquietudes respecto del trato que se le dio a McCarrick, pues quizá le interese más aprovechar el caso para atacar al pontífice con quien está en desacuerdo.

P: ¿Qué divisiones ideológicas existen en la Iglesia?

R: Los temas más polémicos se relacionan con problemas sociales como la homosexualidad, el aborto, el divorcio y las segundas nupcias, con respecto a los cuales la opinión pública en los países occidentales se ha apartado de las enseñanzas de la Iglesia.

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Los defensores del papa enfatizan que su principal objetivo no es cambiar la doctrina eclesiástica, sino cómo trata la Iglesia a quienes no se apegan a ella. Sus críticos, por otra parte, creen que Francisco está socavando principios establecidos e inmutables.

Francisco cimbró al mundo católico muy poco tiempo después de su elección como papa en 2013, cuando dijo: “Si una persona es gay y busca a Dios, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?”. Lo hizo de nuevo menos de dos meses después, cuando advirtió que la Iglesia “no puede obsesionarse” con temas como el aborto, la homosexualidad y el control natal.

En su declaración de 2016 acerca de la familia, urgió a los sacerdotes y las congregaciones a acoger a las personas que durante mucho tiempo rechazaron por considerarlas pecadoras, además de concentrarse más en misiones sociales como servir a los pobres. También fue en contra de la tradición cuando propuso una Iglesia con un gobierno menos centralizado y urgió a elementos de la Iglesia de todo el mundo a encontrar su propia manera de enfrentar los asuntos difíciles.

En la Iglesia también persisten enfrentamientos ideológicos más antiguos que no han podido resolverse desde el Concilio Vaticano Segundo, celebrado en la década de los sesenta. Existen grupos ultraconservadores dentro de la Iglesia que se oponen a los cambios aplicados desde entonces, como que los sacerdotes celebren misa en otros idiomas además del latín y les permitan dar la comunión a los feligreses en la mano en vez de la lengua.

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P: ¿Quién se opone a Francisco dentro de la Iglesia, y por qué?

R: Existe un grupo significativo de prelados tradicionalistas que están en contra de las medidas que tomó el papa para liberalizar a la Iglesia y adecuarla a las actitudes de la vida moderna, pues consideran que equivale a restarle fuerza a la doctrina. Algunos integrantes de este grupo son los cardenales alemanes Gerhard Müller y Walter Brandmüller, el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke y el cardenal italiano Carlo Caffarra, quien murió el año pasado.

“A algunos obispos les parece muy bien lo que está haciendo el papa Francisco, a otros no les parece bien y esperan su partida para que goce de la recompensa eterna, y a otros sencillamente los confunde el papa Francisco”, explicó Thomas J. Reese, sacerdote jesuita que escribe para el medio noticioso The National Catholic Reporter. “En realidad, los que no están de acuerdo con él, quienes se aferran más a sus ideologías, son los que hacen más declaraciones”.

Tampoco quiere decir que los obispos sean los únicos que se oponen a las acciones de Francisco. El año pasado, decenas de académicos católicos firmaron una carta pública en la que criticaron las declaraciones del papa con respecto a la familia.

Esta oposición es, en gran medida, ideológica; no obstante, los defensores del papa afirman que en buena parte se trata tan solo de poder.

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Francisco ha ignorado algunas veces las recomendaciones de los conservadores que ocupan posiciones importantes en la Iglesia para designar arzobispos y cardenales. Además, se ha manifestado en contra del “clericalismo”, la primacía de la autoridad de la jerarquía eclesiástica. Con toda deliberación ha rechazado algunos de los privilegios inherentes a su cargo, como vivir en el Palacio Apostólico.

“Criticó la forma en que los sacerdotes y obispos de todo el mundo han vivido y trabajado desde hace varios años”, subrayó John Thavis, autor de libros sobre la Iglesia y sus líderes. “Los progresistas estaban muy satisfechos; los tradicionalistas, por el contrario, estaban perturbados”.

P: ¿No ha habido controversias siempre?

R: Las controversias doctrinales han existido desde la fundación de la Iglesia, pero por lo regular se mantenían en secreto.

Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, que dirigieron a la Iglesia durante 35 años, no solo desaceleraron el ritmo del cambio después del Concilio Vaticano Segundo, sino que además aplicaron una disciplina férrea entre obispos y teólogos en los seminarios.

Francisco, por su parte, en contra de las expectativas de los conservadores, varias veces ha propiciado desacuerdos, y lo han complacido.

Por Richard Pérez-Peña / The New York Times

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