Las cicatrices que dejó la caída del comunismo en el Este

Aunque la mayoría de los europeos que vivían del lado este de Europa manifiestan que la Caída del Muro fue buena para sus países, también manifiestan que la actualidad dista mucho del futuro esperanzador que imaginaron en 1989 cuando cayó la Cortina de Hierro.

Jesús Mesa / @JesusMesa
09 de noviembre de 2019 - 04:00 a. m.
El mapa de Europa ha cambiado y con ella también el pensamiento de sus ciudadanos. / AFP
El mapa de Europa ha cambiado y con ella también el pensamiento de sus ciudadanos. / AFP

En noviembre de 1989, Europa estaba de cabeza. Partida en dos, en el bloque del este, país tras país, el comunismo se fue cayendo como una fila de dominós. La caída del Muro de Berlín solo fue una fotografía que ilustraba perfectamente lo que sucedía en los países del Este, que desde comienzos de ese año pedían a gritos un cambio rotundo.

Berlín, ciudad que supo ser grande y fue la capital de Alemania antes de su división tras la Segunda Guerra Mundial, era para 1989 una pequeña isla, un experimento fallido. Un símbolo viviente de la Guerra Fría, que estaba próxima a terminar. Los berlineses, mientras tanto, vivían como ratones de laboratorio, con un muro que los dividía de sus iguales, aunque el hormigón les recordaba que eran distintos.

Pero ese 9 de noviembre cambió todo. La caída del Muro fue el símbolo que necesitaban los países del este para por fin salir del yugo de la Unión Soviética, que solo dos años después se disolvió. Meses antes Polonia y Checoslovaquia habían expresado su descontento con las políticas y la represión comunista, pero todas las revoluciones necesitan de una foto. Los jóvenes martillando el muro se convirtieron en el símbolo de que el futuro sería mejor.

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Han pasado treinta años desde aquella fría noche de noviembre. El mapa de Europa ha cambiado y con ella también el pensamiento de sus ciudadanos. Muchos de los países del bloque del Este han aprovechado la apertura que les dio salir de la Cortina de Hierro para mejorar sus economías. En la actualidad, al menos once de los países del Bloque del Este se han vinculado formalmente a la Unión Europea.

Treinta años después los habitantes de los países que conformaron el bloque del Este siguen apoyando ese vuelco político y social que comenzó a finales de los ochentas. No se manifiestan arrepentidos de haber cambiado sus gobiernos, pero tampoco están del todo satisfechos con la actual situación política y económica que viven sus países. 

Es cierto que países como Polonia, Hungría, o Eslovaquia nunca habían estado mejor que ahora. Desde 1989, el PIB per cápita de Polonia ha aumentado casi un 700 por ciento. En Eslovaquia, esa cifra es del 635 por ciento, en Hungría, del 324 por ciento. Las ciudades capitales prosperan, la clase media ha escalado; los jóvenes no pueden imaginar un mundo sin las libertades con las que han crecido. Pero las personas no son estadísticas.

“Al igual que en Occidente, la riqueza que llegó a algunos después de 1989 no se ha compartido de manera justa”, explica Tim Judah, reportero británico que cubrió los hechos del Muro de Berlín y los que le sucedieron.

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Un estudio realizado por el instituto estadounidense Pew Research Center, con la colaboración de la Fundación Körber, de Alemania, reveló que son pocos quienes lamentan la caída de la Cortina de Hierro, pero también muestra que la mayoría de los habitantes del este no está completamente satisfecha con sus actuales circunstancias. De hecho, al igual que en Occidente, un número considerable de ciudadanos de Europa central y oriental está preocupado por el funcionamiento de los sistemas políticos de su país y por problemas como la desigualdad.

Cuando se les pregunta sobre los cambios hacia la democracia multipartidista y la economía de mercado que se produjeron tras el colapso del comunismo, el público encuestado de Europa central y del este aprueba mayormente estos cambios. Por ejemplo, el 85 % de los polacos apoya los cambios hacia la democracia y el capitalismo. No obstante, el apoyo no es unánime; más de un tercio de los búlgaros y los ucranianos no está de acuerdo, al igual que aproximadamente la mitad de Rusia.

“El hecho es que está surgiendo una nueva generación para la cual el "anticomunismo" ya no es un punto de referencia. Su punto de referencia es el poder actual, "malvado". Y de algún modo tienen razón. El espíritu del futuro luminoso, que prevaleció tras la caída del comunismo, ha desaparecido hace mucho tiempo, afirma Boris Kalnoky, politólogo alemán a la Deutsche Welle”.

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Los diferentes niveles de entusiasmo con respecto a la democracia y la economía de libre mercado pueden estar influenciados, en parte, por cómo cada uno de estos países se ha adaptado a Occidente. En países como Polonia, la República Checa y Lituania, donde la mayoría afirma que la situación económica de su país es mejor actualmente que durante el comunismo, la gente se muestra por lo general positiva con respecto a estos cambios.

En cambio, en Rusia, Ucrania y Bulgaria, donde la gente muestra menos entusiasmo por los cambios económicos tras el comunismo, más de la mitad afirma actualmente que las cosas van peor ahora para la mayoría que durante la era comunista.

“Servicios como la salud y la educación, que tenían amplia cobertura durante los años del comunismo, han sufrido, especialmente fuera de las capitales y las grandes ciudades, alimentando el resentimiento que proporciona un terreno fértil para los nacionalistas y populistas”, agrega.

Aunque se han vinculado exitosamente a la Unión Europea, países como Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa han manifestado varios desencuentros frente a los valores que se profesan desde Bruselas. Eso sí, euroescépticos no son, pues las economías de estos cuatro países se han beneficiado enormemente de los subsidios de la UE.

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De corriente conservadora, estos países, otrora comunistas, su visión para Europa difiere de la de Bruselas, que profesa la unión y la libre circulación de personas. Para el primer ministro húngaro Viktor Orban, o el polaco Mateusz Morawiecki, su visión de Europa es una en la que el Estado nación es fuerte e independiente. La cuestión ya no oscila entre el comunismo y el capitalismo, sino entre el nacionalismo y el globalismo.

De hecho, de acuerdo con el restudio de Pew Research Centre, las opiniones de los europeos del este están más divididas con respecto al progreso en el orden público y los valores familiares. Los países de la antigua cortina de hierro viven con dos sociedades, como las describió Boris Kalnoky, los jóvenes que crecieron libres y viven en una sociedad globalizada, y aquellos que no son muy jóvenes, pero tampoco muy viejos, ni muy ricos ni muy pobres, que ya tienen familias y un trabajo. Que tienen sus raíces en sus países.

Las más recientes encuestas muestran que los gobiernos de Polonia, Serbia y Hungría, de corriente populista, no tienen nada que temer en este momento. Es un poco diferente en Rumania y Eslovaquia, donde las próximas elecciones pueden traer cambios. Pasa algo similar en República Checa, donde las movilizaciones ciudadanas provocaron la caída de una élite corrupta que se aprovechó de las instituciones democráticas para perpetuarse en el poder por más de 20 años.

El desafío lo tiene Bruselas, que tras la caída del Muro se convirtió en la alternativa para los países que quedaron huérfanos tras la caída de la URSS.

“La clave para un cambio radica en una promesa de prosperidad para la generación joven en sus países, no en la promesa de un futuro mejor en Alemania o Inglaterra”, concluye el politólogo alemán Boris Kalnoky.

Por Jesús Mesa / @JesusMesa

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