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“Las mujeres tenemos los pies en la tierra”

Michelle Bachelet, presidenta de Chile, es una de las líderes más influyentes de América Latina. Quiere promover a Íngrid Betancourt para el Premio Nobel de Paz.

Gabriela Cañas / Especial de El País, Santiago
08 de julio de 2008 - 09:43 p. m.

La resiliencia es, según los expertos en psicología, la capacidad de algunos sujetos para sobreponerse a tragedias o períodos de dolor emocional. Si esa resiliencia es la adecuada, entonces el sujeto puede resultar incluso fortalecido a causa de los contratiempos.

Michelle Bachelet se considera a sí misma una persona "resiliente" con un instinto constructivo que le nace de forma natural, y ése puede ser, quizá, su gran secreto. Su secreto a voces.

Hija de un militar víctima de sus propios compañeros de milicia, la dramática historia de Michelle Bachelet es similar a la de miles de compatriotas: fue víctima de un cruento golpe de Estado y de una dictadura cruel e implacable. Ella misma, junto a su madre, sufrió el cautiverio, unas torturas que siempre ha minimizado y, finalmente, el exilio.

 Tal vez por eso llevará a nivel regional la propuesta de postular a Íngrid Betancourt para el Premio Nobel de Paz.  “Sería un mensaje de creencia en la fortaleza del espíritu humano, un mensaje de paz y un repudio definitivo a toda forma de terrorismo”, aseguró.

Bachelet ayudó a restaurar la democracia en su país. Fue ministra de Salud primero y ministra de Defensa después. Jefa suprema, en fin, de esa institución que tanto dolor infligió a su vida y a la de su propio país. Presidenta de la República desde enero de 2006, Michelle Bachelet se encuentra hoy entre los líderes más conocidos y valorados del mundo. La revista Time la incluyó recientemente en el listado de los 100 personajes más influyentes del planeta.

En Chile, sin embargo, su liderazgo parece estar en sus horas más bajas. Y ello a pesar de que todos los analistas internacionales coinciden en seguir señalando a Chile como el país más exitoso de América Latina por su crecimiento económico, por sus políticas sociales y su estabilidad financiera. Huelgas de estudiantes y transportadores le complican el panorama

¿Es la militar una institución que usted quiere, a pesar de todo lo ocurrido?

Yo sentí que a través de mi historia podía tender puentes entre los dos mundos. Mi acercamiento fue genérico, pero tuvo consecuencias en lo personal. Recuperé los afectos y descubrí que muchas de las cosas que yo había vivido ahí tenían que ver con mi carácter, con mi forma de ver las cosas.

Mi padre era un hombre muy excepcional, un hombre muy recto, con gran sentido del deber y gran amor al país, a la patria. Es mi sustento como política: sentir que uno se debe a su país, a la patria, pero no como un concepto abstracto, sino a las personas. Sentí que conectando la política con el mundo militar yo podía hacer una diferencia.


Durante la dictadura pinochetista, que duró hasta 1990, murieron 3.197 personas y hubo 1.197 detenidos desaparecidos. Entre las víctimas figura el general de Brigada de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, el padre de la ahora presidenta de Chile. ¿Cómo vivió aquella pérdida?

Era difícil aquello sólo desde la óptica personal porque lo estábamos viviendo de forma colectiva. La gente desaparecía, aparecía muerta. La sensación era que en Chile estaba pasando un horror que en lo personal afectaba a mi familia. Muchos otros estaban viviendo dolores muy profundos.

Supongo que lo de Villa Grimaldi, en donde pasó presa tres semanas, fue terrible para usted. ¿Cómo pudo superar y perdonar todo aquello?

No sé si mi capacidad de resiliencia, como le llaman los expertos, tiene que ver con mi padre o con mi madre. Probablemente con los dos. Porque mi madre tiene hoy día la misma actitud que yo. Ella cree que tenemos que aprender de la historia. Todo ese dolor se fue transformando en otra fuerza.

¿Y qué fue lo que más le ayudó a transformar esa fuerza?

No sé. Tal vez  buscar la manera de que nuestro país recuperara la democracia.

¿Y ese deseo es tan fuerte como para aceptar que usted pudiera cruzarse por la calle con su propio torturador o el de su padre?

Efectivamente. Mi madre y yo nos encontramos a la vuelta del exilio con personas que tuvieron cargos relevantes, que tomaron decisiones complejas que significaron la muerte y las torturas de mucha gente. Y luego en democracia nos encontramos con mucha gente, incluso en el Parlamento, que tuvieron responsabilidades políticas importantes en lo sucedido. Y, bueno, se desarrollaron conductas democráticas de relacionamiento. Yo diría que nuestro país hizo una transición que algunos criticaron mucho, pero que ha sido bastante efectiva por su ritmo y su gradualidad.


¿Cómo no dejarse arrastrar por la “alta política” y no perder pie con la realidad?

Creo que las mujeres, por nuestra experiencia desde que nacemos, estamos muy capacitadas para estar inmersas en la reali dad. Porque nos toca hacernos cargo de muchas cosas. Tenemos un aprendizaje social, desde muy chicas, que habitualmente nos hace prácticas, realistas, con los pies en la tierra.

¿Significa algo para usted que en Latinoamérica haya ahora en la cúspide dos mujeres (Bachelet y Cristina Fernández en Argentina), dos sindicalistas (Lula en Brasil y Evo Morales en Bolivia), un obispo (Fernando Lugo en Paraguay), dos médicos (de nuevo Bachelet y Tabaré Vázquez en Uruguay) y un militar (Hugo Chávez en Venezuela)?

En Brasil, el pasado mes de mayo, cuando asumí la presidencia pro témpore de la Unión de Suramérica (Unasur), nos reunimos Evo, Lula y esta presidenta. ¿Quién, hace cinco años, hubiera imaginado que en una testera como ésta estaríamos un indígena, un líder sindical y una mujer? Esto demuestra que América Latina es otra.

¿Cree que puede ser el gran momento de América Latina?

A América Latina se le dijo en los años ochenta que su nivel de pobreza y subdesarrollo eran producto de no haber hecho las reformas económicas necesarias. Las hicieron y están registrando crecimientos económicos importantes y sostenidos, pero la pobreza se mantuvo igual o se incrementó.

A mi juicio, lo que sucedió es que las políticas económicas no llevaron de la mano las políticas sociales para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Somos prácticamente el primer país de Latinoamérica en todos los indicadores: mayor expectativa de vida, menor mortalidad materna e infantil (después de Cuba) y baja tasa de desnutrición. Y son indicadores ya similares a los de los países más ricos del mundo.


No hago más que escuchar que la presidenta Bachelet está acabada, que a este gobierno no le queda nada por hacer. ¿Qué pasa?

Hoy mismo cuento con el 48% de la aprobación de la gente, pero es verdad que ha habido momentos duros y difíciles. En todo caso, yo voy a gobernar hasta el último día de mi mandato y seguimos haciendo miles de cosas en infraestructuras y mejoras sociales.

¿Qué explicación da entonces al desencanto de los chilenos?

Los Latinobarómetros demuestran que los ciudadanos chilenos siempre se sienten más infelices que los demás. Los chilenos somos extraordinariamente exigentes. También creo que los medios de comunicación influyen negativamente en este sentido. Mi aspiración no es que los medios oculten los problemas, pero echo de menos el equilibrio.

¿A qué se dedicará cuando termine su mandato?

Voy a seguir trabajando, porque aún no habré cumplido los 60 y he sido siempre activa. Seguiré con mi vocación pública y sé que dedicaré más tiempo a mi familia. Desde luego, escribiré un libro.

¿Ha ido tomando notas?

No, pero tengo buena memoria. Y creo que ese libro será bueno para Chile, para mujeres que ocupen puestos similares y también para los hombres. Es bueno que ellos se pongan de vez en cuando los zapatos de otros y sepan lo que significa ser mujer y nuestras dificultades al asumir un cargo; que sepan que a las mujeres nos valoran distinto.

Por Gabriela Cañas / Especial de El País, Santiago

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