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Las sorpresas de la historia, por William Ospina

A propósito de los 100 primeros días de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos, el escritor colombiano William Ospina revela una columna que había dejado inédita y resultó premonitoria.

William Ospina / Especial para El Espectador
05 de mayo de 2021 - 05:45 p. m.
Donald Trump y Joe Biden. ¿Quién es el más radical de los dos? Pregunta que se hace el columnista en este artículo.
Donald Trump y Joe Biden. ¿Quién es el más radical de los dos? Pregunta que se hace el columnista en este artículo.
Foto: Agencia AFP

Son muchas las columnas que, por alguna razón, he escrito y no he publicado. Hace algo más de cuatro años, cuando Donald Trump aún no se posesionaba, escribí este texto, “La pesadilla en casa”, que hasta ahora permaneció inédito. Lo consideré apenas una meditación personal, pero con los años me parece que ha ganado mucho, no solo como presentimiento de lo que sería el mandato de Trump, sino de los cambios colosales que su nefasta administración haría cada vez más urgentes, y que ahora parecen insinuarse con el nuevo gobierno demócrata. Intempestivamente, ese gobernante aún más radical que yo presentía en las últimas líneas, podría terminar siendo el propio Joe Biden. (Video recomendado: William Ospina explica, a raíz de las protestas sociales en Colombia, por qué no solo van a caer las estatuas).

“La pesadilla en casa” (18. 11. 2016)

“Ya se equivocó George Bush enfrentando una guerra irregular con invasiones de ejércitos, pensando más en las reservas petroleras del Medio Oriente que en la gente que lo habita, cobrando tres mil muertos con medio millón, instaurando la tortura, la ilegalidad y la guerra injusta como instrumentos para defender la democracia.

Muchos gritamos hasta el cansancio hace quince años que estaban sembrando tempestades, y que los primeros relámpagos del siglo XXI: la demolición criminal de las torres gemelas, la invasión de Irak, la instauración del campo de concentración de Guantánamo y la destrucción de los gobiernos laicos del mundo islámico, eran apenas el preludio de cosas peores. (Recomendamos: Análisis de la profesora Sandra Borda sobre los primeros 100 días de la presidencia de Joe Biden).

Una vez invadido Irak, lo más difícil era encontrar la puerta de salida, y los invasores no la encontraron. Entraron a saco en Libia, y convirtieron una hoguera en un incendio. No fueron a Siria a salvar a la gente sino la llave del petróleo, y ahora Afganistán, Irak, Siria y Libia no sólo son escuelas del terror sino surtidores de emigrantes desesperados que hacen oscilar a Europa entre la compasión y el rechazo, y hacen crecer en Occidente los purgatorios de la mala conciencia.

Pero esos no son los únicos incendios que alumbran nuestra época. Los más poderosos habían sido encendidos antes, a comienzos de los ochenta, cuando Reagan y Tatcher le recetaron al mundo la panacea del mercado libre de ataduras morales, y convirtieron los estados en cómplices insensibles de una globalización sin ética, una industria sin escrúpulos, y una ciencia, una tecnología y una academia subordinadas al lucro y al poder.

Todo estaba ya bosquejado en el proyecto del gran capital y de su revolución industrial, pero la vieja doctrina liberal imponía límites a la impaciencia del mercado, una frágil telaraña de derechos: al trabajo, a la protección social, a la educación humanista y compleja, a la salud como principio de dignidad y no como negocio sin entrañas, a la defensa de las costumbres y a la protección de los hondos valores de una civilización milenaria, pero todo eso fue borrado de un plumazo por los profetas del fin de la historia.

También la crítica del gran capital, el sueño socialista, había intentado confrontar los males de la modernidad, pero esas aventuras sucumbieron al estatismo y a la burocracia, no pudieron oponer a la mera idea del poder como sustantivo la renovadora idea del poder como verbo, y terminaron siendo las puntas de lanza del gran capital, fortalecido por la centralización y la arbitrariedad, en Rusia, en China y en otras naciones que soñaron con un socialismo romántico.

Fue la caída de la Unión Soviética lo que pareció confirmar la ilusión de que el modelo neoliberal había triunfado sin fisuras y que el proyecto civilizatorio se simplificaría en un mero carnaval consumista, pero mientras el muro de Berlín era comercializado en fragmentos y la red de internet sincronizaba los relojes globales, la caja de Pandora estaba a punto de abrirse.

Acabamos de vivir la primera elección en la que el mundo entero habría querido votar y cada persona en el mundo tenía decidido su voto. Estados Unidos, con su poderío planetario y su enorme capacidad de influir en la vida de todas las naciones, está viviendo primero que el resto del mundo el desencadenamiento de la gran crisis de la época. No parece un azar que la misma semana en que un actor abanderado de la causa ambiental divulgó para el mundo entero un documento alarmado sobre el enorme peligro del calentamiento global, haya sido elegido Donald Trump, el gran negador del cambio climático, como presidente de la primera potencia mundial. Tal vez tenía que ser así: tal vez es necesario que todas las cartas estén sobre la mesa para que la humanidad advierta la magnitud de los peligros que se ciernen sobre el planeta.

Hace una semana Zizek dijo que a lo mejor el triunfo de Trump pondría al mundo a pensar, y lo dijo con evidente horror. Los Clinton y los Obama, sosegadores de conciencias, son los grandes voceros del capitalismo mundial, asesores de empresas, toleradores del lobby de las multinacionales, que compra y vende conciencias políticas frente a la crisis; esos políticos de la estabilidad aparente, sentados en sus arsenales nucleares y sostenidos por el cartel de los combustibles fósiles, gerencian, procurando que no nos alarmemos, la gestación del desastre.

Hoy la humanidad parece dividirse en dos partes: la que se esfuerza por no advertir el horror que vivimos, y sigue cantando la alabanza del progreso y el salmo del consumismo tecnológico y del optimismo industrial, y la que advierte que algo está mal pero toma decisiones desesperadas.

Elegir a Trump es una pésima decisión, la más peligrosa que hayan tomado en su historia los Estados Unidos, pero a lo mejor es un instintivo mecanismo de alarma: hoy no hay nadie en el mundo que no esté alarmado. Y tal vez, como lo dijo Borges en tiempos de Hitler, los más alarmados son los que fingen estar felices con su triunfo. Porque lo que necesita hoy el mundo es un gran movimiento social de alarma, y podría producirlo más poderosamente este engendro de la sociedad del espectáculo, este fantoche prepotente que utiliza la misoginia y la xenofobia como instrumentos publicitarios, que es capaz de insultar a pueblos enteros, ofender naciones, calumniar religiones, y desnudar el trasfondo de ignorancia aldeana, de ingratitud con su propio pasado de inmigrantes, de irresponsabilidad con el planeta, que palpita en el corazón de los amos del mundo.

Pareciera que fueron ellos los que eligieron a Donald Trump: los que quieren negar el cambio climático porque les parece incómodo renunciar al desaforado consumo de combustibles fósiles, los que quieren que se abran las fronteras para los capitales y las mercancías pero que se cierren para las personas que huyen de sus patrias arruinadas por el mismo modelo económico, los que quieren el sueño americano a expensas de la pesadilla global, los que alimentan guerras lejanas y no quieren que las esquirlas de esas guerras les estallen en la cara. Pero los designios de Dios son inescrutables, y los que querían la pesadilla lejos ahora la tienen en casa.

Pero digo que no fueron ellos los que eligieron a Donald Trump. Trump obtuvo menos votos que McCain y que Rumpsey; la derecha letárgica de los estados centrales votó como siempre: es el eterno fondo de un país ignorante y satisfecho en su tedio. Fueron las fuerzas vivas y conscientes las que ahora se abstuvieron.

Hillary Clinton obtuvo nueve millones de votos menos que los de Obama en la pasada elección: asombrosamente parece que Obama sólo dejó desencanto. Esa política ambigua de irse de Irak pero quedarse, de recibir el Nobel de paz pero conservar los arsenales nucleares, de prometer la transición energética pero no hacerla, de hablar bien de los inmigrantes pero deportarlos como nunca, de prometer el cierre de Guantánamo pero dejarlo abierto, de permitir sin clamar al cielo la ostentosa criminalidad policial contra la población negra, de reformar la salud pero no reformarla, tiene su precio.

Si los Estados Unidos sobreviven a este bufón egotista, la caricatura del magnate de Monopolio, que convirtió la democracia en un reality show; si el mundo sobrevive a su enorme inconsciencia, la próxima vez tendrá que elegir a Bernie Sanders, o a alguien todavía más radical”.

Hoy, más de cuatro años después, solo puedo añadir que estos son algunos titulares recientes. “EE. UU. vuelve a la lucha climática y promete recortar a la mitad sus emisiones en una década. Biden se compromete ante 40 líderes mundiales a tener un sistema eléctrico libre de emisiones de dióxido de carbono en 2035”. “Biden prevé subir los impuestos a las rentas más altas para financiar nuevos programas sociales. El impuesto sobre la renta para los estadounidenses que ingresan más de 400.000 dólares al año podría elevarse dos puntos y medio, hasta el 39,6%”. “Biden: ‘El racismo sistémico es una mancha en el alma de Estados Unidos’. El presidente estadounidense califica el veredicto contra el expolicía que mató a George Floyd como “un paso gigante para la justicia”. “Joe Biden quiere enterrar 40 años de hegemonía neoliberal”. “El presidente de Estados Unidos es más ambicioso que los líderes europeos en buscar soluciones para reactivar la economía con un programa de estímulos sin precedentes”. “Biden retirará todas las tropas de Afganistán el 11 de septiembre”.

Estas son, estas pueden ser, las sorpresas de la historia.

Por William Ospina / Especial para El Espectador

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Daniel(qwdmh)16 de mayo de 2021 - 05:16 p. m.
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Sergio(jp3dw)06 de mayo de 2021 - 09:29 p. m.
gracias
JOSE(mpvhd)05 de mayo de 2021 - 08:23 p. m.
W.O. además de ser un escritor. poeta y novelista, conoce y ha denunciado las fallas de nuestra democracia y de nuestro sistema de educación. Muchos esperaríamos de él una opinión sobre la coyuntura actual del país y cuáles, según él, serían algunas pistas de solución.
Armando(18556)05 de mayo de 2021 - 07:07 p. m.
Estupenda y sabia columna de este gran pensador que alumbra la oscuridad de época.
  • Helena(66766)06 de mayo de 2021 - 11:17 p. m.
    Excelente su comentario...
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