Libia, en la encrucijada de la guerra y la autoderminación

La tensión en Libia crece, a la sombra de la crisis entre Irán y Estados Unidos. Turquía, que tiene intereses económico en el país, con especial atención en el gas, anunció el envío de tropas, un hecho que no hace sino empeorar el contexto libio.

Felipe Medina Gutiérrez*
29 de enero de 2020 - 02:00 a. m.
Mujeres libias pasan junto a un automóvil dañado luego de la explosión de un cohete en el distrito meridional de Tripoli de Hadhba al-Badri, el 28 de enero de 2020.
 / AFP
Mujeres libias pasan junto a un automóvil dañado luego de la explosión de un cohete en el distrito meridional de Tripoli de Hadhba al-Badri, el 28 de enero de 2020. / AFP

En la sombra de la crisis entre Irán y Estados Unidos, la tensión en Libia crece pues puede ser escenario de un conflicto mucho más profundo del que vive desde 2011, cuando la OTAN puso fin al gobierno de Muammar al-Qaddafi y el país entró en una guerra abierta. Turquía anunció el envío de tropas y los intentos de mediación en Rusia y Alemania no han llevado a ningún acuerdo entre los diferentes sectores.

Libia se encuentra en el Norte de África con una importante posición estratégica pues tiene acceso directo al mar Mediterráneo y cercano al continente europeo. Cuenta con una población alrededor de los 6.7 millones de habitantes y pasó de ser uno de los países más pobres a uno de los más prósperos de toda África, en especial debido a sus extensas reservas petroleras. Sin embargo, en la actualidad gran parte de su infraestructura está destruida y es el escenario de combates entre diferentes sectores armados.

Poco escuchamos en la prensa colombiana acerca de la grave situación en Libia. A la suma de más de 5.000 muertos (sólo entre 2014-2016), el país afronta una crisis donde cerca de 897.000 personas requieren urgentemente de ayuda humanitaria y la cifra de desplazados asciende a 400.000 (según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, OCHA). Este escenario no está lejos de catástrofes humanitarias como las de Siria y Yemen.

Lo que más impactó a toda la humanidad fue la noticia del tráfico de personas (hombres, mujeres y niños) y nuevas formas de esclavitud en Libia. Se trata de una práctica recurrente generalmente en el caso de los migrantes, mayoritariamente africanos, que se dirigen a Europa, muchos de ellos abusados sexualmente. Es un negocio lucrativo en el que participan contrabandistas profesionales asistidos por funcionarios del gobierno libio.

La crisis en Libia tiene raíces en la historia contemporánea del país. Muammar al-Qaddafi tomó las riendas desde el año de 1969, derrocando a la monarquía del rey Idris I al-Sanusi (en el poder desde 1951), y estableciendo en 1977 lo que se llamó la Yamahiriyya (cuyo significado en árabe se aproxima al “estado de masas”). Los 42 años que duró su gobierno se caracterizaron por un envidiable desarrollo económico, un reparto selectivo del poder, al igual que hechos de represión y violación a los derechos humanos.

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La actual guerra es también un remanente de lo que dejaron las revueltas populares de 2011. Si bien en el inicio hubo un movimiento genuino de protesta en contra de algunas políticas del gobierno de Qaddafi, rápidamente el proceso fue interrumpido por varios factores, entre ellos, la aparición de grupos armados, conflictos tribales y la intervención política y militar de la OTAN, Estados Unidos, Francia y potencias regionales, como Emiratos Árabes, Qatar, Arabia Saudí, entre otras.

Qaddafi no quiso entregar el poder y fue asesinado el 20 de octubre de 2011. El ataque aéreo al convoy militar (una suma de fuerzas estadounidenses y francesas) donde se trasladaba en la región de Sirte no lo mató, pero si lo dejó a merced de un grupo de libios extremistas (provenientes de Misrata) que lo “lincharon” hasta su muerte. El video de este suceso todavía puede verse en YouTube. Contrario a lo que se pensó, y de hecho a las promesas de las potencias extranjeras protagonistas en el derrocamiento de Qaddafi y que hoy buscan una solución a la guerra, el país nunca encontró el rumbo y el Estado colapsó.

El Consejo Nacional de Transición (CNT) que reemplazó al gobierno, dio paso a la elección de 2012. Allí los libios eligieron al Congreso General de la Nación (CGN) estamento que en 18 meses debía establecer un nuevo gobierno que reemplazara al CNT. Producto de las nuevas elecciones de 2014, se formó la Cámara de Representantes (CR), pero muchos miembros del CGN no reconocieron a este nuevo organismo. Así inició el dilema de los “dos gobiernos” en Libia, el liderado por la CR hoy basado en Tobruk y el CGN en Trípoli (no confundirla con la ciudad con el mismo nombre en Líbano).

Otros elementos profundizaron la crisis: la presencia significativa de organizaciones como Al-Qaida en el Magreb Islámico (AQMI), el Estado Islámico (EI) en Libia y el proyecto de Jalifa Haftar, un general que acompañó el gobierno de Qaddafi durante muchos años pero que después se tornó opositor, inició una expansión militar mediante el denominado “Ejército Nacional Libio” para recuperar todo el territorio y derrotar a sus contradictores (ej. Operación Dignidad), con especial atención en algunas de las milicias de corte islámico, apoyadas por el CGN. En la actualidad Haftar es apoyado por la CR (y regionalmente por Egipto, Emiratos Árabes y Arabia Saudí, mientras que el gobierno en Trípoli por Qatar y Turquía).

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En el 2015 Naciones Unidas intentó mediar y en Marruecos se pactó la creación del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), con la participación tanto del CR como del CGN. Su vigencia finalizó en 2017 y las diferencias entre diversos sectores brotaron nuevamente. Haftar lanzó una nueva operación para tomar la capital, donde se encuentra la sede del GAN, y desde hace un par de meses insiste en que está en curso la “última batalla”.

En los últimos días, la situación se volvió más compleja. Turquía, que tiene intereses económicos en Libia (con especial atención en el gas), anunció el envío de tropas para apoyar al GAN (incluido un contingente de combatientes sirios), que no hace sino empeorar el contexto libio. Tras una fallida visita de Erdoğan al nuevo presidente de Túnez, Qais Said, quien se rehusó a participar de esta operación, y ante la incertidumbre de la implementación de lo pactado recientemente en Berlin, parece que Haftar seguirá hasta las últimas consecuencias. A lo anterior hay que sumarle el tema de los intereses tribales, de las milicias en Libia (llamadas Thuwar), que constituyen un reto hacia cualquier reconstrucción del Estado, tal como sucede en el caso iraquí (conservando las diferencias entre los dos escenarios) y la expansión de grupos armados como AQMI y el EI, si bien debilitado en Siria e Irak, pero que en Libia encontró un buen fortín para renacer.

Todo esto sucede en Libia, ante los ojos de las grandes potencias quienes dan “licencia” a actores regionales para emprender proyectos violentos, mientras nadie se preocupa por el bienestar de los libios.

* Universidad Externado de Colombia

Por Felipe Medina Gutiérrez*

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