Lo que Macron no entendió de los ciudadanos franceses

A Emmanuel Macron le estalló la crisis más grande de su gobierno: los chalecos amarillos siguen protestando contra su política social y fiscal.

Adam Nossiter - The New York Times
04 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
El presidente francés, Emmanuel Macron, no logra convencer a los manifestantes.  / AFP
El presidente francés, Emmanuel Macron, no logra convencer a los manifestantes. / AFP
Foto: AFP - LUDOVIC MARIN

El presidente de Francia Emmanuel Macron ha implementado un cambio ambicioso tras otro en su búsqueda por inyectar algo de dinamismo a Francia.

Ha aligerado un extenso código laboral. Se ha enfrentado a sindicatos que alguna vez tuvieron poder. Ha recortado el financiamiento para los alcaldes de las comunas e introdujo uno nuevo: una visión audaz para una “transición ecológica”, que promete cerrar catorce reactores nucleares antes del 2035 y reducir el uso de los combustibles fósiles.

Sin embargo, al igual que con sus medidas anteriores, Macron no tuvo que ir muy lejos para encontrar evidencia de que su visión a largo plazo para Francia no satisface las necesidades inmediatas y más urgentes de sus ciudadanos.

La gente común opina que las peroratas del presidente respecto del futuro del planeta no toman en cuenta la lucha que ellos libran mes con mes, y están exigiendo que los escuche. “Parece que es sordo”, dijo Fabrice Schlegel, quien ha ayudado a liderar algunas de las protestas ciudadanas que han agitado a Francia en las semanas recientes. “Nos está hablando sobre una ‘transición ecológica’. Este político está flotando en el espacio sideral”.

El sábado hubo caos en París, y se espera que haya más disturbios, todo a raíz de la ansiedad que han provocado el estancamiento de los salarios, los impuestos sobre el combustible y la incertidumbre de cómo pagar las cuentas mensuales.

Las protestas masivas, organizadas por Internet, han surgido de la nada y ahora se extienden por todo el país. Están sucediendo de manera independiente a cualquier partido político o sindicato y son encabezadas por diferentes personas. Muchos de los manifestantes dicen que nunca habían salido a reclamar a las calles, y que ni siquiera son parte del electorado.

Estas manifestaciones, que algunos historiadores comparan con las revueltas de campesinos del siglo XIV, son quizá el desafío más peligroso que ha enfrentado hasta ahora el joven presidente, quien ha prometido transformar no solo la industria energética francesa, sino también partes de su economía y la red de protección social, la cual Francia ya no puede costear, en su opinión.

El día que Macron tenía planeado, desde hacía tiempo, promover su programa energético, se vio obligado a dedicar gran parte de su discurso, no al verde de la ecología, sino al amarillo de los Chalecos Amarillos, como se hacen llamar los manifestantes, a partir de sus simbólicos chalecos para seguridad en carreteras.

“Lo que quiero que entiendan los franceses, en particular aquellos que dicen cosas como: ‘Escuchamos al presidente, al gobierno, hablar del fin del mundo, pero nosotros estamos hablando del fin de mes’, lo que quiero que comprendan es que vamos a encargarnos de ambas cosas”, declaró Macron en su discurso ante funcionarios de gobierno en París. No obstante, pese a su insistencia en haber comprendido el sentir de la gente, el presidente no ofreció alivio alguno —en específico para el aumento al impuesto sobre la gasolina, que es especialmente detestado— y a muchos les pareció que su discurso no estuvo en consonancia con el momento político. Lea también: París lamenta una violenta jornada de protestas

Mientras el presidente hablaba, la televisión francesa mostraba imágenes de los manifestantes ciudadanos que inundaron las calles de París la semana pasada. El hecho de que Francia, el país más dependiente de la energía nuclear en el mundo, quizá reduzca su consumo un 50 por ciento les importaba relativamente poco, dijeron con desdeño en varias entrevistas consecutivas.

Desde el momento en que entró en funciones, el problema de Macron ha sido que la extensión de su visión siempre ha sido más grande que la profundidad real de su apoyo.

El exbanquero de inversiones, sin experiencia en la política, fue electo prácticamente por omisión en el 2017, al haber hecho una campaña insurgente tras huir del debilitado Partido Socialista, donde nunca pudo encajar. François Fillon, el político de centroderecha que iba a la delantera, se derrumbó bajo el peso de un escándalo. Muchos electores franceses dijeron que no podían votar por la alternativa de extrema derecha, Marine Le Pen.

Los franceses apostaron por un rostro nuevo y votaron por el cambio, pero quizá obtuvieron más de lo que deseaban. Es un acuerdo que ahora provoca que les remuerda la conciencia a muchos electores y que le han pasado factura a su líder osado, pero políticamente ingenuo, quien ha caído de manera constante en los sondeos de opinión.

La semana pasada, Macron repitió que entendía la tensa situación que impera en su país. “Comprendo este miedo”, afirmó en su discurso. “Escucho la inconformidad. He escuchado esa ira, en parte, justificada”.

Prometió realizar una “gran reunión de base”, con miembros de los Chalecos Amarillos, para encontrar “soluciones”.

Sin embargo, Macron no se comprometió a anular el aumento al impuesto a la gasolina, que ha impulsado muchas de las protestas en las calles. No prometió luchar por salarios más elevados, algo que los manifestantes del sábado, muchos de ellos mujeres y hombres trabajadores, dijeron considerar como un factor esencial para su supervivencia.

Tampoco se comprometió a aligerar la carga tributaria para los franceses comunes y corrientes, la cual ha aumentado 25.000 millones de euros por año del 2002 al 2017. El único posible compromiso al que accedió fue una promesa de revaluar los impuestos sobre la gasolina cada tres meses.

Por lo tanto, es posible que el discurso de Macron no haya logrado estar a la altura de las circunstancias. Así lo sugirieron las reacciones negativas de los Chalecos Amarillos y sus líderes. Las expresiones reiteradas de solidaridad y comprensión de Macron no lograron conmover a su audiencia. Le recomendamos: El contagio de los chalecos amarillos: de Francia a Bélgica

Ellos despreciaron la elocuencia y el reconocimiento por parte de Macron de que muchos Chalecos Amarillos se encontraban en una situación imposible: obligados a salir de las ciudades, debido a los elevados precios de vivienda, y ahora superados por los ascendentes precios de la gasolina en las zonas rurales.

“Creo entender, de manera muy profunda, las esperanzas y las frustraciones, el enojo callado, el resentimiento y el rencor que están sintiendo los ciudadanos ante funcionarios que parecen distantes o indiferentes”, dijo Macron con un gesto triunfal. 

Esas palabras no tranquilizaron a Schlegel, el líder de la manifestación, quien se describe como un emprendedor. “Dista mucho de ser lo que necesitamos”, comentó por teléfono desde Jura, un área cercana a la frontera con Suiza. “No está escuchando el enojo. Fue típico de Macron. El porcentaje que tiene el Estado en la EDF” —la empresa de electricidad propiedad en gran medida del Estado— “les importa un comino a los franceses”.

Schlegel dijo que el movimiento de los Chalecos Amarillos no ha terminado. “Esta situación sigue evolucionando”, afirmó. “La gente no ha llegado hasta aquí para nada. Él no ha desalentado a nadie, sino todo lo contrario”.

Por Adam Nossiter - The New York Times

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