Los usos políticos del coronavirus

La lucha contra las epidemias exige fortalecer los sistemas de salud pública, investigación científica y colaboración política. Pero algunos líderes se preocupan más de su agenda personal.

Camilo Gómez Forero @camilogomez8
01 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
El presidente de EE. UU., Donald Trump, insinuó que tiene todo bajo control. Sus científicos dicen que la amenaza es mayor de lo que piensa. / AFP
El presidente de EE. UU., Donald Trump, insinuó que tiene todo bajo control. Sus científicos dicen que la amenaza es mayor de lo que piensa. / AFP

El brote del Covid-19, como el de la influenza porcina en 2009 o el del SARS en 2002, ha causado pánico a nivel global. Y esto se debe no solo a los peligros reales de la enfermedad, que ya ha matado a cerca de 3.000 personas, sino a la ola de desinformación que nos ha golpeado a la par de la propagación del virus. Pero en medio de este frenesí en el que está el mundo, atento minuto a minuto a las noticias sobre la epidemia, hay un detalle que no puede pasar de agache: cómo la política, de manera alarmante, ha infectado el tratamiento del coronavirus.

Ante la amenaza latente, algunos políticos y líderes de opinión han mostrado su cara más oportunista. En Italia, por ejemplo, donde la cifra de contagiados se aproxima de a poco a los mil, la gestión de este brote se convirtió en una batalla política que ha enfrentado al actual primer ministro, Giuseppe Conte, con el exministro del Interior Matteo Salvini. Este último, quien además es líder del partido de ultraderecha La Liga, aprovechó el caos causado por la propagación del virus para atacar al gobierno y exigir controles fronterizos más fuertes, pues siempre ha culpado a los migrantes de los problemas del país. “Renuncie, si no puede defender a Italia y a los italianos”, le dijo a Conte a comienzos de esta semana.

En repetidas ocasiones, el líder de La Liga ha acusado a la migración de poner en riesgo la salud y la seguridad de los italianos, aun cuando el virus ni siquiera había llegado a su territorio. “En Civitavecchia, 6.000 pasajeros de cruceros están atrapados a bordo por dos casos sospechosos, mientras en Taranto los puertos están abiertos para 400 presuntos refugiados de quién sabe dónde. Debemos blindar nuestras fronteras”, dijo Salvini el 30 de enero.

El líder derechista no está solo. Los gobernantes de Lombardía, Attilo Fontana, y Véneto, Luca Zaia, las principales regiones afectadas por la propagación del virus, pertenecen al partido de Salvini y también han atacado al gobierno, dando lugar a un intenso choque entre ambas fuerzas políticas. Las fricciones se han trasladado por el interior del país. En la isla napolitana de Ischia se intentó prohibir al acceso a lombardos y vénetos para prevenir la propagación, pero la medida no se ha podido llevar a cabo. Italia es el país de Europa con más casos registrados hasta ahora, pese a que fue el primer país en suspender vuelos hacia y desde China. Pero sus cifras tienen una razón de ser: las autoridades han realizado más controles que ningún otro país en la región, hasta 10 veces más que Alemania y Francia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Salvini defiende con sus ataques su posición más radical: que una Italia con fronteras duras es una nación más segura. Y eso también tiene una razón de fondo. El Senado justo se estaba preparando para decidir si llevaba a cabo un juicio contra el líder de La Liga por bloquear el barco de la ONG española Open Armas en 2019, cuando era ministro del Interior, pero el debate se aplazó porque un miembro del Legislativo entró en cuarentena por temor a estar contagiado. Al sembrar el caos, Salvini busca adeptos para defender su posición frente a los migrantes. Como dice la periodista Ana Alonso, de El Independiente, por estos días “el populismo se frota las manos con la expansión del coronavirus por Europa”.

Una política que le sigue el juego a Salvini es la ultraderechista francesa Marine Le Pen, quien también se mostró a favor de controles más estrictos en las fronteras europeas como medida para defenderse del brote. Incluso llegó a pedir que se cerraran las fronteras con Italia en caso de que la situación se hubiera salido de control. El cierre de las fronteras de la zona Schengen fue una idea que deambuló por el continente a principios de esta semana, hasta que fue rechazada con vehemencia por los líderes de las naciones miembros de la Unión Europea en Bruselas. Esta medida, así como las restricciones de viaje, no son del todo una buena herramienta para detener el coronavirus, como tampoco lo son las cuarentenas, y esto lo dice la ciencia.

“La historia ha demostrado que detener la propagación de una enfermedad infecciosa se vuelve más difícil cuando estos métodos de control se implementan de manera inapropiada o desigual. Los cierres de fronteras protegieron algunas aldeas agrícolas durante la influenza española en 1918 y 1919, pero también impidieron que países como Portugal obtuvieran recursos de salud”, escribió Nsikan Akpan, editor de ciencia de la revista National Geographic.

Además, en la última edición del Journal of Emergency Management, la profesora Nicole Errett, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Washington, señaló que en una revisión realizada junto con sus colegas de las anteriores prohibiciones de viajes implementadas para detener el ébola y el SARS, “la mayoría solo fue efectiva a corto plazo”. En otras investigaciones se encontró que, aunque estas medidas podían retrasar la propagación de epidemias de una semana a dos meses, la incidencia de la enfermedad solo disminuía 3 %.

La UE les respondió a Le Pen y a Salvini que, dado que la OMS no había dado recomendaciones para cerrar fronteras, no había razón para promover esta propuesta y consideraba lamentable que el coronavirus se hubiera politizado. “Las decisiones deben tomarse con tres criterios en asuntos como el control de fronteras: con base científica, deben ser proporcionadas y coordinadas con el resto para actuar de forma unitaria”, afirmó Janez Lenarcic, comisario de Gestión de Crisis. “Esta es una situación preocupante, pero no debemos ceder al pánico”, agregó Stella Kyriakides, comisaria europea de Salud y Seguridad Alimentaria. Aunque se han hecho repetidos llamados a la calma, la llegada del coronavirus al Viejo Continente supone un reto para la capacidad política y diplomática del bloque para gestionar una crisis sin alarmismo. Pero fuera del continente, la situación no es distinta.

Del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la crisis del coronavirus comienza a verse como un arma que usarán los candidatos en las elecciones presidenciales de noviembre, tanto del lado demócrata como de los republicanos. Durante su conferencia de prensa el miércoles, para pronunciarse sobre el coronavirus, el presidente y candidato Donald Trump alardeó de cómo había frenado la propagación del virus en su país al cortar los viajes desde China y sugirió que vendrían más restricciones similares. Sus halcones de política exterior, como el senador Josh Hawley, comenzaron a trabajar en su estrategia contra China. Hawley presentó un proyecto de ley para que los fabricantes de dispositivos médicos entreguen información detallada sobre sus cadenas de suministro con el fin de evaluar los riesgos a la seguridad nacional. Le puede interesar: Primera muerte por coronavirus en EE. UU. da paso a pelea política entre demócratas y republicanos 

“Si bien se presenta como una forma para que el gobierno se asegure de que Estados Unidos esté preparado para una crisis de salud pública, la ley de Hawley también es un paso hacia una mayor planificación central. No es difícil ver cómo Hawley o Trump podrían, en algún momento en el futuro, afirmar que la cadena de suministros médicos de Estados Unidos depende demasiado de China, de la misma manera que Trump utilizó un riesgo ficticio de ‘seguridad nacional’ para justificar los aranceles al acero y el aluminio. Esos aranceles no han funcionado, pero Hawley, que cree que la guerra comercial de Trump es una propuesta a largo plazo, apenas disfraza su intento de sentar las bases para un mayor proteccionismo”, destaca Eric Boehm, periodista de Reason.

Del lado demócrata no hay diferencias. “Algo más inquietante que el coronavirus es lo que está sucediendo aquí mismo en los Estados Unidos. Y no es médico. Es político. Los demócratas y sus compinches de los medios han decidido armar el miedo y también el sufrimiento para mejorar sus posibilidades contra Trump en noviembre”, denunció la presentadora de Fox News, Laura Ingraham. Aunque su discurso era notablemente parcializado, tiene razón.

Los candidatos Joe Biden y Michael Bloomberg, por ejemplo, señalaron que, tras la crisis originada por el virus, el presidente Trump ha desgarrado el sistema de salud con sus recortes a los Institutos Nacionales de Salud y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, algo que, según Biden, Barack Obama había aumentado. Pero eso no es cierto: Trump sí propuso recortes, pero el Congreso nunca los aprobó.

“Nada impide que los demócratas utilicen el brote de coronavirus para argumentar a favor de gastar más dinero que no tenemos… Al igual que nada evitará que los republicanos usen la enfermedad para impulsar su agenda contra el comercio. No importa cuán grave pueda ser el brote, pueden apostar a que los políticos encontrarán una manera de empeorarlo”, recalca Boehm.

El uso político, sin embargo, no se queda de puertas para adentro en Estados Unidos. El senador republicano Tom Cotton sugirió en una entrevista, sin ninguna evidencia, que el coronavirus era parte de la guerra biológica del Partido Comunista Chino. “Ese virus no se originó en el mercado de animales de Wuhan. No sabemos dónde. Pero sabemos que a pocas millas de ese mercado se encuentra el único superlaboratorio de cuatro niveles de bioseguridad de China que investiga las enfermedades infecciosas humanas. La carga de la prueba recae en el Partido Comunista Chino”, señaló.

China, epicentro de la epidemia, enfrenta por otro lado una batalla contra la discriminación originada por el brote. En varios países se reporta un aumento de la xenofobia hacia ciudadanos originarios de ese país. Algunos gobiernos, como el ruso, han tomado medidas que a los ojos de los Pekín son altamente discriminatorias. La embajada de China en Moscú señaló en una carta que rechazaba el “monitoreo ubicuo” que se estaba realizando a sus ciudadanos, como que Mosgortrans, operador de la red de autobuses, había pedido a sus conductores informar sobre pasajeros chinos y reportar su presencia. “El monitoreo especial de los ciudadanos chinos en el transporte público de Moscú no existe en ningún país, ni siquiera en los Estados Unidos y en los Estados occidentales”, decía la misiva.

“Esta emergencia sanitaria ha revelado un aspecto aún más tóxico que se manifiesta y propaga con cualquier tipo de tragedia: el racismo, la convicción de que todo lo que no sea blanco y occidental origina los males del planeta”, escribió Agus Morales, periodista de The New York Times. “Las ideologías racistas explotan el miedo: ninguno tan atávico como el biológico. En el rastreo del origen de una epidemia hay un deber científico, pero cuando desde el sofá lo asumimos como un deber ciudadano y buscamos la semilla de la tragedia, el principio de todo, empiezan el morbo y la cacería cultural. En el imaginario colectivo racista, el coronavirus se sincroniza con los hábitos alimenticios y costumbres de higiene en China, igual que el ébola que asoló África Occidental”, agregó.

La desinformación ha sido una causa de la xenofobia. Las teorías de conspiración han figurado en los medios estatales rusos, siguiendo patrones del pasado. “Los especialistas en medicina de Rusia han capitalizado el miedo y la confusión de la epidemia para culpar a Estados Unidos, siguiendo un patrón bien establecido de campañas de desinformación rusas anteriores y evocando un complot de la era de la Guerra Fría por la KGB para pintar al VIH como un arma biológica… Las campañas de desinformación de Rusia a menudo se basan en un núcleo de verdad que luego explotan y distorsionan más allá del reconocimiento”, escribió Amy Mackinnon de Foreign Policy.

El coronavirus ha sido un terremoto político para los países acusados de tener sistemas diseñados para guardar silencio, como el caso de China o Irán. “El coronavirus expuso los peligros del estado de vigilancia autoritario y su obsesión por el control de la información y la comunicación. En un sistema que carece de transparencia y que prefiere el imperio de los hombres al de la ley, se acostumbraron a falsear números y a encubrir problemas para proteger su reputación”, dijo a Infobae Benjamin Hillman, investigador del Colegio de Asia y el Pacífico, de la Universidad Nacional Australiana.

Irán, con sanciones y su economía en crisis, también enfrenta este problema. Las relaciones con sus vecinos se complicaron aún más luego de convertirse en uno de los países con más casos registrados. Por lo menos siete funcionarios del gobierno, incluida Masoumeh Ebtekar, diputada del presidente, están contagiados. A pesar de la gravedad de la situación, el presidente iraní, Hassan Rohaní, está culpando a otros por las fallas de su gobierno. “Es una de las conspiraciones del enemigo para propagar el miedo en nuestro país y cerrarlo”, declaró.

En todo el mundo, sin excepción, se está hablando del coronavirus. Pero uno de los mayores peligros para el futuro es que esta epidemia esté siendo usada para efectos políticos. Y esta es una realidad que ya ha llegado a las más altas esferas. El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha denunciado que el aumento de casos de Covid-19 fuera de China llevó a algunos medios y políticos a “presionar” al organismo para declarar una pandemia, lo que aumentaría el miedo innecesariamente. “No deberíamos estar demasiado ansiosos por declarar una pandemia sin un análisis cuidadoso y claro de los hechos. El uso descuidado de la palabra pandemia no tiene ningún beneficio tangible, pero tiene un riesgo significativo en términos de amplificar el miedo y el estigma innecesarios e injustificados, y los sistemas paralizantes”, advirtió desde Ginebra.

Por Camilo Gómez Forero @camilogomez8

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