Maduro en el “perder-perder”

El mandatario venezolano, después de que asumió su segundo gobierno, se ha enfrentado a decisiones en las que las dos opciones que tiene están entre perder o perder. Eso opina un profesor e investigador de la Universidad Central de Venezuela.

Antonio De Lisio*
09 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, se ha tenido que enfrentar a una oposición sólida y organizada.  / AFP
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, se ha tenido que enfrentar a una oposición sólida y organizada. / AFP

El 23 de febrero (23F) y el 4 de marzo (4M) Maduro ha tenido que enfrentar los retos de la entrada de la ayuda humanitaria, resultado de la debacle social y económica del país, y las consecuencias de su reelección, producto de unas elecciones consideradas ilegítimas por la mayoría de la población venezolana y la comunidad internacional democrática. Se trata de asuntos de tal profundidad y complejidad, que Maduro, cuando asumió su segundo mandato, hace dos meses, apostó por la incapacidad de respuesta de la aparentemente debilitada oposición. Sin embargo, a él y a sus colaboradores más cercanos les falló el cálculo y subestimaron los esfuerzos de reconstrucción que la oposición hizo durante todo el año 2018, después de los fracasos de la convocatoria al referéndum revocatorio de 2016 y de las manifestaciones de calle pidiendo adelanto de elecciones en 2017. Tampoco, leyeron claramente las implicaciones que tuvo la renovación de la dirigencia opositora en la Asamblea Nacional (AN) en las elecciones de 2015, con la incorporación como diputados del liderazgo proveniente de las luchas estudiantiles de las universidades públicas y privadas.

(Le puede interesar: Plan País: El programa de la oposición para recuperar a Venezuela)

Es así como frente a la profundidad de la crisis económica, social y política del país, la oposición —renovando la Junta Directiva de la AN y reconstruyendo su tejido social de soporte con el Frente Amplio Venezuela Libre y la Plataforma de Conflicto, desde el 11 de enero pasado— ha logrado movilizar a la población frente a la debacle humanitaria y la ilegitimidad de Maduro. Igualmente, ha mostrado la cohesión interna para articular la presión internacional por la convocatoria a elecciones libres, competitivas y transparentes. Sin embargo, no se trata solo de lo que la oposición ha hecho sino de cómo lo ha hecho y quién ha encabezado la lucha, y es esta manera de hacer las cosas, teniendo a la cabeza al presidente encargado, Juan Guaidó, lo que ha puesto a especialmente a Maduro en una situación de “perder-perder”. Se ha tratado de una estrategia basada no en las orientaciones guerreristas de Sun Tzu o Clausewitz, sino en la no violencia de Gene Sharp, frente a la cual a un régimen que muestra como soporte especial la fuerza de las armas se le dificultan las respuestas políticas exitosas.

De la misma manera, la irrupción de un liderazgo opositor de millennials, que se desenvuelven en la comunicación 2.0 de las redes sociales, trastoca tanto el maniqueísmo de lo nuevo bolivariano frente a lo viejo opositor como la hegemonía comunicacional que se ha impuesto en los medios de comunicación tradicionales en Venezuela. Atendiendo a estas consideraciones, que marcan singularmente la avanzada opositora de este 2019, a continuación evaluamos el “perder-perder” reciente de Maduro.

Las imágenes de camiones con suministros ardiendo, la ministra de Prisiones al lado de convictos armados disparando contra la ayuda humanitaria, los obstáculos físicos puestos en los puentes fronterizos y los grupos paramilitares causando el terror en las ciudades venezolanas fronterizas de San Antonio del Táchira y Ureña mostraron el rostro más terrorífico del poder tiránico. Sin embargo, la situación llegó al paroxismo del lado de la frontera brasileña, donde los pemones, pueblo originario del sur venezolano, fueron objetos de las balas y la persecución, con un trágico balance de muertos, heridos, detenidos y desplazados. Si Maduro hubiese dejado pasar la ayuda, igual hubiese perdido, ya que estaría aceptando una realidad por tantos años negada, pero de una manera menos cruenta, pudiendo incluso tratar de capitalizar la distribución de los insumos y ordenando, una vez en Venezuela, su repartición mediante los Ministerios encargados de la Salud y la Educación.

(Ver más: Oposición venezolana se reunió en Brasilia con el Grupo de Lima y EE.UU. )

Claro que la decisión de no dejar entrar la ayuda puso en tela de juicio la capacidad del presidente (e) el 23F, sin embargo el 4M abrió un nuevo episodio para la medición política de fuerza, con el retorno de Guaidó al país, después de haber cruzado la frontera hacia Cúcuta para encabezar la inconclusa entrada de la ayuda y de la gira que lo llevó a diferentes destinos en Latinoamérica. Otra vez se planteó el dilema de perder dejando entrar a Guaidó o perder apresándolo, recordando que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) le había impuesto la prohibición de salir del país. En esta oportunidad se escogió perder con el menor costo, dejándolo entrar, por el principal aeropuerto del país, con 12 embajadores de países europeos y americanos esperándolo como comité de recibimiento, y un pueblo en vigilia de la llegada, volcado en las calles de las principales ciudades. De tal manera que se logró el entramado que ponía muy alto el costo político de su apresamiento. En caso de hacerlo las sanciones internacionales y las protestas de calle no se hubiesen hecho esperar.

Sin embargo, no previeron el impacto políticamente demoledor de las imágenes del regreso victorioso del presidente, con millennials subiendo al techo de la camioneta que lo transportaba para una improvisada conversación con los centenares que lo recibieron apenas saliendo del aeropuerto, en las inmediaciones de un sector de viviendas populares, bajando los tubos del andamio de la tarima donde se dirigió a millares de personas en Caracas. También subestimaron la capacidad comunicacional de un discurso conciliador especialmente dirigido al rol de los empleados públicos y la exigencia a los militares del control de los paramilitares. En fin, iconografía y narrativa que indican que un régimen basado en la coerción clientelista y las armas hacen parte de un proyecto político prácticamente agotado.

*Profesor de la Universidad Central de Venezuela miembro de la red académica del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad del Rosario.

Por Antonio De Lisio*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar