Nadie sabe en quién creer tras las elecciones hondureñas

Tras las elecciones del pasado 26 de noviembre, Salvador Nasralla aventaja al presidente Juan Hernández por varios puntos porcentuales. A pesar de eso, el mandatario también se declaró vencedor.

Mateo Guerrero Guerrero
28 de noviembre de 2017 - 03:00 a. m.
 Salvador Nasralla es el candidato por Alianza de Oposición. / AFP
Salvador Nasralla es el candidato por Alianza de Oposición. / AFP

Desde hace meses se sabía que las elecciones en Honduras serían atípicas, pero nadie esperó que en la madrugada después de la votación el país iba a amanecer con candidatos que se autoproclaman ganadores.

“¡Gracias Honduras! Unidos lo hemos logrado. Soy el nuevo presidente electo de Honduras”, escribió en Twitter Salvador Nasralla, antiguo presentador de televisión y catedrático que, al frente del Partido Alianza de Oposición, y con el 68 % de las mesas escrutadas, logró sacarle una ventaja de cinco puntos porcentuales a su principal contrincante, el actual mandatario, Juan Orlando Hernández, quien, por su parte, también salió a decir que los hondureños habían favorecido su candidatura.

(Lea también: Narcotráfico, corridos y una candidatura ilegítima: Honduras elige presidente)

Antes de las elecciones del domingo, a Honduras llegó un ejército de 16.000 observadores pertenecientes a la Unión Europea, la Organización de Estados americanos (OEA) y otro puñado de organizaciones internacionales. La idea era garantizar la transparencia del proceso electoral y, sin embargo, la victoria autoproclamada tanto de Hernández, como de Nasralla, junto al anuncio del Tribunal Supremo Electoral, según el cual los resultados definitivos se conocerán “a más tardar el jueves”, no ayudan a resolver la tensión que crece en el país centroamericano.

Las elecciones hondureñas tenían dos elementos atípicos. Por un lado, se trata de los primeros comicios en los que un presidente se postula para ser reelegido, un detalle que en Honduras resulta particularmente sensible.

En 2009, el presidente Manuel Zelaya propuso una consulta popular para preguntarles a los hondureños si querían reformar la Constitución. La idea era que le dejaran postular una segunda candidatura presidencial consecutiva, algo que desde 1982, desde el fin de las dictaduras militares, había quedado expresamente prohibido.

La reacción del ejército y la clase política de honduras ante los deseos reeleccionistas de Zelaya fue sacarlo del poder, por lo que, en un principio, es difícil comprender que hoy el presidente conservador Juan Orlando Hernández busque su reelección con tanta tranquilidad.

Para la socióloga Mirna Flores, profesora de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), la polémica candidatura de Hernández se explica por el poder que acumuló desde el Congreso, donde llegó en 2010. Allí se aseguró de realizar nombramientos en la Corte Suprema de Justicia y en el Tribunal Supremo Electoral para que, cinco años después, nadie se opusiera a la reforma constitucional que facilitó su candidatura que, para sus opositores, seguía siendo abiertamente ilegal.

El segundo rasgo particular de estas elecciones las conecta con el contexto global. Como el referéndum separatista en Cataluña, o las elecciones que llevaron a Trump en la Casa Blanca, los comicios en Honduras también tuvieron encima el fantasma de la injerencia extranjera.

“Exigimos que el señor Nicolás Maduro saque sus manos de nuestro proceso electoral”, expresó a través de un comunicado el partido de gobierno. El motivo del llamado era un informe de la compañía Imix Digital, que la formación política del presidente pagó con dinero de sus propios bolsillos y, según el cual, las redes sociales de los hondureños habían sido inundadas por mensajes políticos que venían desde Venezuela.

(Honduras confundida en medio de la campaña electoral)

Según la denuncia del Partido Nacional, agentes del gobierno venezolano habían “ingresado por puntos ciegos de nuestras fronteras y por vías regulares mediante el uso de documentación falsa suplantando la identidad de personas inocentes” con el fin de apoyar logística y económicamente al candidato de Alianza de Oposición.

No es la primera vez que la influencia de Venezuela se convierte en una preocupación en la política hondureña. Para el sociólogo José Llopis, el golpe de Estado contra Zelaya en 2009 también se explica por medidas que lo acercaron a la izquierda bolivariana, como incrementar el salario mínimo, el gasto social, abaratar el combustible y, por encima de todo, adherirse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), el bloque político y económico promovido por Cuba y Venezuela.

“En efecto, sabemos que la cuestión mediática es fundamental para conformar la opinión pública, por lo tanto, el equipo de campaña de Hernández planteó una estrategia para desprestigiar a la oposición y señalar que, en caso de elegir a Nasralla, el país está expuesto a estar en una situación como la de Venezuela”, añade el profesor Llopis.

Es probable que a Hernández le resultara útil desviar la atención con Venezuela para que el electorado no lo castigara por los escándalos de corrupción del gobierno. Están las voces que lo acusan de nepotismo por haber nombrado a su hermana al frente del Ministerio de Estrategia y Comunicaciones. También los que todavía recuerdan el desfalco millonario con el que dineros del Instituto Hondureño de Seguro Social terminaron en las arcas del partido de gobierno y, por si todo esto no fuera poco, están los narcotraficantes que en medio de sus negociaciones con la justicia estadounidense han salpicado a políticos y militares cercanos a Hernández e incluso han admitido que contribuyeron a la financiación de su campaña.

José Carlos Cardona, profesor de historia de la UNAH, recuerda que, según una encuesta del PNUD, antes del golpe de Estado de 2009, la única confianza que tenía la sociedad hondureña en sus instituciones estaba puesta en el proceso electoral. “Estábamos seguros de que el voto de confianza o castigo podía ser efectivo, que al menos ese mecanismo electoral funcionaba”, advierte el catedrático. “Después todo se derrumbó, obviamente”.

Ocho años después de la destitución de Zelaya, en la que se pasó por encima del 49,9 % de los votantes que respaldaron su candidatura en 2005 y fue fraguado por los militares y la clase política que hoy están en el poder, los hondureños tienen todavía menos motivos para confiar en sus instituciones.

A los escándalos de corrupción del gobierno de Hernández y la facilidad con la que el presidente logró doblar las normas para sacar adelante su candidatura se suma ahora la demora del Tribunal Supremo Electoral en dar resultados definitivos para las elecciones.

Decir que los resultados podrían llegar el jueves, justo el día en que se van la mayoría de los observadores internacionales, levanta todavía más suspicacias, algo que parece tener a Hernández sin cuidado porque, a pesar de que no exista ningún reporte oficial que lo declare ganador, a través de Twitter no dudó en agradecer las llamadas de felicitación que, supuestamente, habría recibido de mandatarios como Lenin Moreno, de Ecuador, y Jimmy Morales, de Guatemala.

Por Mateo Guerrero Guerrero

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