“Ni delincuentes, ni ilegales, somos trabajadores internacionales”

Los siguientes testimonios fueron recogidos en la casa del migrante de Ciudad Juárez, Chihuahua (México), a un par de kilómetros de la línea fronteriza que separa a Latinoamérica de Estados Unidos.

G. Jaramillo Rojas- Especial para El Espectador
19 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
Fotos: Dahian Cifuentes
Fotos: Dahian Cifuentes

Además del desierto y el popularísimo río Bravo, antiguos límites naturales de esta zona divisoria, hay un infranqueable muro que, más que la xenofobia y el odio, simboliza, escuetamente, el miedo y la paranoia yanquis.

Por la montaña o el desierto, descalza o equipada, sana o herida, con muros de diez metros o ejércitos posicionados para disparar, la migración no para, ni va a parar, “porque los sueños son para cumplirlos”.

JAIME HERNÁNDEZ, 64 AÑOS, COMAYAGUA, HONDURAS

Soy carpintero profesional. Me gustaría conocer Tierra del Fuego, Argentina. Si pudiera irme para allá a trabajar no dudaría en hacerlo, porque he visto fotos y videos y creo que son los paisajes más hermosos del mundo. Me fui de mi país porque la situación económica es imposible y la violencia es pan de cada día.

Fui deportado en el 2015. Entré a EE.UU. en el 2000. Cuando me deportaron, me encerraron durante un año en un calabozo. Me tuvieron ahí porque el proceso de deportación es muy demorado. Durante ese año solo veía la luz natural una vez por día, 15 minutos, en una yarda muy pequeña. 

En Estados Unidos trabajé en la parte de construcción, en Los Ángeles, y nunca me quedó tiempo de aprender inglés porque siempre intenté mantener dos trabajos y para aprender inglés hay que estudiar y estudiando no se puede trabajar.

En el 2000 crucé la frontera ilegalmente por el desierto. Caminé ocho días absolutamente solo, porque uno viene solo a la vida y tiene que irse solo. 

No tengo nada de familia en EE.UU. Nunca quise arriesgar a mis hijas en Honduras. Vuelvo a intentar cruzar porque ya no me acostumbro a mi país y tampoco quiero volver. Mis hijas ya están grandes y tienen sus familias y pues estar allá es estorbarles porque uno, cuando está viejo, es inservible. Esa es la verdad.

Yo, si no puedo cruzar la línea, me quedo acá, en México, porque tengo papeles de acá y podría conseguirme una chamba. Si me tocara esa triste suerte me iría pero para Sonora, a trabajar de cualquier cosa. Dicen que allá es bueno, lo único son los carteles de la droga, pero vuelvo y digo, yo ya todo viejo no les sirvo ni siquiera a ellos. 

Trump es un gran jugador de póquer. Un estratega, pero él no se manda solo. El mismo gobierno de Estados Unidos lo va a contener porque es imposible que el racismo de él llegue a nosotros. Por ahí lo único que está cumpliendo es lo de las deportaciones. Yo soy una muestra de eso. De resto el tipo sólo habla por hablar, por ejemplo, el muro ya lleva construido muchos años, entonces ¿qué es lo que quiere hacer? Por ahí ponerlo más alto, pero eso no servirá de nada: pueden ponernos bombas, ejércitos, infiernos, lo que quieran, y todos los que queremos trabajar y vivir en Estados Unidos nunca vamos a dejar de intentarlo, porque los sueños son para cumplirlos. 

La economía de EE.UU. depende en un 60 % de la mano extranjera, de la cual más de la mitad es latina. Si Trump nos saca a todos los latinos del país, él mismo se cae, con país y todo.

Si no logro entrar ahora, lo intentaré dos veces más. Es el plazo que me doy. Me gusta la adrenalina. Pero si realmente no lo logro porque estoy muy viejo y el sol y el frío y el hambre y las caminatas me quedan grandes, pues me quedo en México, y ahorro, para hacer lo que nunca he hecho que es pagarle a un coyote. Espero no hacerlo. Confío en mi cuerpo. Cruzar el desierto es sufrir unos días, pero pasarla muy bien y tranquilo varios años, claro, si no te agarran.

Para mí no existe el fracaso. ¿Qué es eso?

Para cruzar por el desierto hay que prepararse psicológicamente. Si tu mente no está preparada para sufrir o aguantar frío, hambre o cansancio durante varios días, mejor que no lo intentes, porque la mente es la que domina todo el cuerpo. Si uno se dice a sí mismo que no tiene hambre y se lo cree, uno no tiene hambre ni va a darle. Así de sencillo. También hay que tener buen estado físico y hacer algo de ejercicio, porque si toca correr, nadie lo va a hacer por uno.

En Ciudad Juárez, actualmente trabajo en un vivero. Quiero ahorrar algo de dinero para que cuando entre a Estados Unidos tenga lo necesario para moverme. Cruzaré apenas complete 200 dólares, que es lo que necesito para ir desde Texas a California. Siempre he cruzado por Nogales, pero esta vez será por acá, porque está más fácil. Hay es que cuidarse los pies. Irse solo con la muda de ropa que llevas puesta. Y una gorra, claro. Lo único que uno debe llevar externamente, sí o sí, es unos buenos litros de agua, finalmente, si te ven, te deshaces de ellos y te pones a correr y, si te agarran, ellos te van a dar algo de beber. Entre más liviano te vayas, mejor.

Me ha tocado ver huesos humanos en el desierto de Arizona, pegados a mochilas y en posiciones muy dolorosas.

La primera vez que entré a EE.UU. simplemente me sentí a salvo, después de haber pasado tantas penurias, sentí tranquilidad. Es indescriptible lo que uno siente, pero lo mejor es cuando uno consigue el primer trabajo. Hay que esforzarse, pero es el paraíso.

La Bestia siempre ha sido mi medio de transporte. Uno debe montarse callado y viajar sin involucrarse con nadie. Luchando por lo de uno. Eso es lo que yo les digo a las nuevas generaciones que piensan en pasar: Uno tiene que pasar solo, sin ver ni escuchar nada. Otras personas siempre te generan problemas. Los polleros agarran gente del tren y después los venden a los narcos.

La primera vez que intenté cruzar fue en 1989, pero esa vez me arrepentí. Después volví en el 95 y ahí entré, tranquilo, pero en el 99 salí porque fui al funeral de mi madre en Honduras y en el 2000 volví a entrar. 15 años duré, de un solo tiro, porque si le sumamos los primeros 4, serían 19. Mucho tiempo. Yo ya me siento más de allá que de acá. Aunque no tenga el pinche papel ese que llaman Green Card.

Si algo tengo claro es que ya nunca más volveré a mi país.

Todo lo pongo en manos de Dios, primeramente.

CARLOS AGUILAR, 24 AÑOS, SANTA ROSA DE COPÁN, HONDURAS

Llevo 15 días en Ciudad Juárez, estoy dispuesto a cruzar. Duré 4 años juntando dinero para venirme bien, sin necesidades, pero alguien se enteró y me secuestró 2 meses y por mi liberación pidió todos los ahorros.

Hace 7 meses entré a México, por Tapachula. Me monté en La Bestia. Para tomar La Bestia necesitas estar loco. Es una necesidad suicida. Uno ahí no conoce a nadie y el peor error es llevar plata porque te la roban y hasta te pueden matar. Yo no llevaba nada, pero sí intentaron extorsionarme y eso me obligó en varias ocasiones a saltar de vagón en vagón mientras el tren iba en movimiento.

Agarré 22 trenes. No es el mismo tren siempre, sino que va haciendo paradas, en las cuales tienes que esperar hasta tres o cuatro días mientras viene otro al que te subes cuando está en marcha. Siempre tienes que estar pendiente de todo porque todo el mundo quiere hacerte mal por la necesidad que hay. La Bestia es una rifa.

Para cruzar cualquier día es bueno. Me la voy a jugar, cruzar la línea hasta entrar. Cero polleros porque para contactarlos hay que tener plata y yo no tengo. Iré por el desierto. Mucha gente me ha dicho que no lo haga, pero ellos no van a luchar por mis sueños y si me fui de mi país pensando en esto debo hacerlo a como dé lugar. El peligro está en todos lados y es cuestión de azar.

Si la logro pegar, si la logro coronar, no sé a dónde voy a llegar, pero ya estando allá algo tendrá que pasar. No sé hablar inglés, pero eso se aprende. Yo le entro a lo que sea, para trabajar no tengo miedo, lo que me da miedo es no poder trabajar y por eso me vine, porque en mi país eso estaba muy jodido. Trabajo en construcción, electricidad, fontanería, carpintería. Yo quiero trabajar para enviarles dinero a mis papás que ya están grandes y enfermos.

Yo me fui sin decirles nada. Salí el 20 de junio de 2016. Días antes les hice saber que me iba para El Salvador, para que cuando desapareciera ellos pensaran que me había ido para allá. Si les hubiera dicho que venía para acá, ellos habrían terminado de convencerme de no hacerlo, pero volvemos a lo mismo, ellos tampoco van a alcanzar mis sueños por mí.

Muchos dicen que estoy loco, pero yo no siento que eso sea así. En el camino me encontré con muchas cosas y gente loca de verdad. En la vida aprendí que cuando una persona llega de improviso a amenazarte no debes ponerte al nivel de ella. La gente sólo quiere meterte miedo y que vivas con él. Conocí pandilleros, narcos y gente muy mala. El peligro en La Bestia es, básicamente, que te mueras. Lo peor que vi fue cuando La Bestia partió en dos a un tipo que venía en el mismo vagón mío. Él venía drogado y no vio que tenía que agacharse para entrar a un túnel, y chocó, dejándonos a todos los que íbamos en el vagón sus piernas y un buen reguero de sangre, la otra parte de su cuerpo quién sabe a dónde fue a parar. 

Nenas casi no van. Aunque una vez vi cómo violaron a una como entre 30 hombres y yo me imagino que luego la mataron, porque no la volví a ver en el resto del trayecto. Una vez aguanté hambre 9 días porque La Bestia no paró hasta que llegó a la estación, y cuando me bajé pedí plata y me alcanzó para una botana, pero no alcancé ni a comérmela porque venía el otro tren.

MARLON OCOTEPEQUE, 22 AÑOS, EL PROGRESO, HONDURAS

Llevo viajando 4 años. Salí de mi país cuando tenía 18 porque mi sueño siempre ha sido llegar a EE. UU. a trabajar.

Ya me han deportado de allá 4 veces. 

Nunca he podido cruzar porque siempre me agarran en el camino. He trabajado por todo México en diferentes cosas. Esta vez pretendo cruzar en tres o cuatro días, rápido, otra vez por el desierto.

Una vez, cerca de Sonoyta, me deportaron porque llevaba una mochila llena de droga. Otra vez me agarraron en Calexico, al lado de Mexicali: yo iba corriendo con unas primas y unos compas, ya en territorio de ellos, y me quisieron meter cargos de pollero y me investigaron como por 10 meses, pero no encontraron nada. Por los lados de Tecate también me pasó: yo dormía, detrás de unas rocas, después de caminar toda la noche y la migra me vio. La última vez fue ya después de haber cruzado el muro de Tijuana, nadando por el mar. Mientras corría en la noche en dirección a las playas de San Diego un helicóptero me alumbró.

4 veces. Parece una broma. O una película de alguien con muy mala suerte.

Apenas me paguen las dos semanas que trabajé acá en Ciudad Juárez me cruzo.

Siempre me han enviado a Honduras y yo vuelvo a entrar a México, atravesándolo, arriba de La Bestia. Eso es muy peligroso, pero hay que hacerlo para poder llegar a la línea prácticamente gratis.

Tengo que ir a EE. UU. como sea, y no perder más tiempo. Necesito trabajar. No conozco a nadie allá y tampoco sé hablar inglés. Soy pobre y no hago nada malo, me han ofrecido meterme a carteles y pandillas, pero lo único que hice por ingenuidad fue esa mochila con droga con la que me agarraron la primera vez.

Todo el mundo dice que es peligroso, pero no para todos es la misma suerte. Lo único que me interesa de Estados Unidos son los dólares. Quiero ahorrar 50 mil para volver a mi país y vivir tranquilo en un campo, sembrando café con mi familia, que era lo que hacíamos hasta que gente de la Mara Salvatrucha nos desplazó y nos robó la tierra.

Voy a cruzar por Anapra o Puerto Paloma y esperaré el tren que cruza Texas, para no caminar tanto. 

Yo, realmente, puedo irme a cualquier lugar del mundo donde pueda ahorrar los 50 mil que necesito. Pero lo que me tiene pensando es que alguien me dijo que uno siempre quiere más, pero yo no creo que eso me pase a mí. Son 50 mil y ya, me devuelvo. No soy un hombre ambicioso. Sólo soy trabajador, aunque la migra de Estados Unidos diga lo contrario.

Por G. Jaramillo Rojas- Especial para El Espectador

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