Son varios los intentos de diálogo que se han hecho en Venezuela desde 2014, cuando la crisis política y social comenzó a desbordarse. Conversar, decían desde diversos sectores de la sociedad, es la única salida posible.
Hoy esa palabra es impronunciable y muy pocos la contemplan. Es más, despierta rechazo. Por el lado de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que reúne a todos los partidos de oposición, no les falta razón. El último intento de diálogo les costó caro: perdieron el fervor popular y la confianza de buena parte de la población.
El Gobierno, encabezado por el presidente, Nicolás Maduro, apela a él cuando la presión está al máximo. Lo ha usado para sabotear a sus contradictores políticos, convirtió los acercamientos en una burla y hoy nadie le cree.
El Espectador habló con un grupo de venezolanos —un rector de una universidad en Caracas, un astrofísico, un psicólogo y analista social, un escritor y un periodista— sobre el significado de dialogar en un país tan dividido. ¿Todavía es posible sentarse a conversar para resolver la crisis?
La gente le tiene aversión al diálogo
Creo que para que haya un diálogo que sirva para algo tiene que haber autenticidad y aquí en Venezuela, lamentablemente, el diálogo se ha utilizado mucho como un mecanismo de propaganda, un mecanismo para promover públicamente ideas y descalificar al contrario, pero no para llegar a acuerdos. En primer lugar, tiene que haber un reconocimiento mutuo, la gente tiene que reconocerse como interlocutores válidos para poder alcanzar algún resultado y en mi país no existe ese reconocimiento, porque todo se maneja con un lenguaje revolucionario, en el que se excluye a todo aquel que piense de una manera distinta. De tal manera que la palabra diálogo en lo que respecta al tema político en Venezuela ha perdido valor. Por eso la gente le tiene aversión en este momento a la palabra diálogo.
No podemos seguir tratando de superar las dificultades gravísimas generando divisiones entre los ciudadanos. Muchos venezolanos quisiéramos en este momento que surgiera un gobierno de unidad nacional que incorporara a todos los sectores del país; pero reitero: aquellos que piensan que estamos viviendo una revolución y que por lo tanto cualquier paradigma distinto al que representa esa revolución debe ser excluido, desconoce al 80 % o al 90 % de una nación que no quiere seguir manejando este tipo de discursos.
La solución democrática cuando existen dificultades de la magnitud de las que está viviendo Venezuela es convocar a elecciones, que se conforme un nuevo gobierno que logre superar las graves dificultades. En otras palabras, la solución institucional pacífica y democrática que pudiera lograr la superación de esas dificultades sería conducir unas elecciones libres en Venezuela al menor plazo posible para reconstruir el tejido social y, por supuesto, todo lo que es el aparato productivo y económico. Pero esa opción no parece estar abierta, porque el Ejecutivo nacional, que controla todos los poderes e instancias del Estado, se niega. Instalaron una Asamblea Nacional Constituyente completamente a espaldas de la voluntad de los venezolanos y a espaldas de la Constitución vigente, completamente ilegal. Todo eso nos tiene trancados.
En este momento, las expectativas de los jóvenes no van a poder ser satisfechas ni con llamados al diálogo ni con ofertas que no se concreten en mejoras de las condiciones de vida. La juventud venezolana demanda un futuro. Por eso, ellos no van a transigir a una solución que sea distinta a la que satisfaga sus múltiples expectativas. En este momento, son 121 muertos, 1.000 los heridos y 600 personas detenidas por razones políticas, es decir, por su forma de pensar, por oponerse al Gobierno. Eso es inaceptable y antidemocrático. No cabe duda de que Venezuela está viviendo una dictadura, una muy cruenta y la más grave de la que se tenga memoria en el país. Y no hay perspectivas de que esto vaya a disminuir en los próximos días.
Benjamín Sarifker
Rector de la Universidad Metropolitana de Caracas.
No hay otra salida
Cuando se plantea la palabra diálogo, sólo pienso en que tarde o temprano se tiene que dar. No veo otra salida. Venezuela necesita un acuerdo mínimo de respeto y de convivencia. Es el primer paso para, después, reinstitucionalizar al país.
Sin ese mínimo acuerdo, en el que la Asamblea Nacional reconoce el origen democrático de la presidencia de Nicolás Maduro y el presidente, la independencia del Parlamento, será imposible pasar al próximo paso, que es el de recobrar las instituciones en las que se basa cualquier régimen democrático.
La palabra diálogo causa malestar, porque está intrínsecamente asociada con las mesas de diálogo que fueron utilizadas por Maduro para aplacar las protestas de calle y ganar tiempo ante la grave crisis de gobernabilidad de 2014.
También se le asocia con la labor de los mediadores, exmandatarios internacionales, que son vistos como afectos al régimen y escuderos de las violaciones de los derechos humanos en Venezuela. El principal es el exjefe del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero.
En general, hay una gran desconfianza en los diferentes actores de la crisis venezolana. Y los discursos, tanto de oposición como de gobierno, han impulsado la idea de una victoria absoluta, es decir, la aniquilación -política en algunos casos y física en otros- del rival. Regresar sobre la palabra derramada es en este momento un costo político que pareciera nadie desea asumir.
Jován Pulgarín
Periodista, editor del portal “El Estímulo”.
Aceptamos negociar, pero no será un diálogo
Ciertamente es una palabra a la cual le hacemos caso omiso. No es impronunciable, es que sencillamente no nos significa nada cuando pensamos aplicarla a este nefasto régimen. Quienes tenemos un poquito más de formación política entendemos que tiene que haber una negociación para la salida de este régimen, pero hay que tener cuidado con la carga social de las palabras. Negociación involucra un trato dirigido a finalizar algo, diálogo no contempla un fin de nada, sino un acuerdo.
Aceptamos negociar, pero no será un diálogo. No puede haberlo cuando una de las partes va a actuar de mala fe. La paz en Colombia fue una negociación, no un diálogo. Algo finalizó. El oficialismo no quiere finalizar nada, quiere perpetuarse de la manera más vil. Desconoce la Asamblea Nacional, mantiene en sus puestos a jueces con prontuarios y no con hojas de vida académicas. Impone una constituyente al margen de todo lo establecido en la Constitución. Arma a colectivos paramilitares, detiene y encarcela.
Una minoría al margen de la Constitución y las leyes impone su voluntad por la armas. Habrá negociación, pero no hay espacio para un diálogo.
Luis Alberto Núñez
Astrofísico