¿Qué es lo que pasa en Yemen?

En este país confluyen todos los males: desde 2015 vive una guerra que ha dejado diez mil muertos, sufre la peor amenaza de hambruna en décadas y, además, el cólera y la desnutrición afecta a más de 800.000 personas. Pero ahí no paran los problemas.

Felipe Medina Gutiérrez*
28 de noviembre de 2017 - 07:16 p. m.
Más de once millones de niños necesitan ayuda humanitaria en Yemen.  / AFP
Más de once millones de niños necesitan ayuda humanitaria en Yemen. / AFP
Foto: AFP - MOHAMMED HUWAIS

Poca gente se ha enterado de la grave situación de Yemen: a la suma de más de 10.000 muertos, el país afronta la mayor amenaza de hambruna que se haya visto en décadas, múltiples casos crónicos de desnutrición (sobre todo infantil), una fuerte e incontrolable epidemia de cólera que ha afectado a más de 800.000 personas, falta de acceso al agua potable y a la electricidad, desplazamiento forzado y refugiados. 17 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente (según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, OCHA), igualando a crisis humanitarias como la de Siria en menor tiempo.

(Le puede interesar: La ONU, de manos atadas frente a la crisis de Yemen)

Todo esto ocurre en el territorio que alguna vez los romanos llamaron la Arabia Felix o Arabia Feliz. Ubicado al sur de la península Arábiga, cuenta con una importante posición estratégica con Bab al Mandab, punto de choque entre el mar Rojo y el océano Índico. Al ser el país más pobre de la península, contrasta con sus vecinos de grandes recursos, como Arabia Saudita, con quien comparte frontera, Emiratos Árabes y Catar. Sin embargo, poco escuchamos en la prensa occidental acerca de esta situación, y mucho menos en Colombia.

La crisis en Yemen tiene raíces en la historia contemporánea del país, sobre todo a partir de una unificación ficticia entre Yemen del norte y Yemen del sur (antes, la República Democrática Popular del Yemen) en la década de 1990, y a lo largo del gobierno dictatorial y de patronazgo del expresidente Ali Abdulá Salih, quien permaneció más de 30 años en el poder.

La situación en Yemen también es un remanente de lo que dejaron las revueltas árabes de 2011. Si bien las protestas populares presionaron la entrega “pacífica” del poder por parte de Salih, ello sólo pudo ser posible debido a la intervención y el plan de transición de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), en especial de Arabia Saudita, iniciativa que fue apoyada por la ONU, la Unión Europea y Estados Unidos.

Más allá de problemas como la inmunidad legal a Salih y la no disolución de su partido de gobierno, el poder no se transfirió a los movimientos que originaron las revueltas, sino a Abd Rabu Mansur Hadi, quien ejercía como vicepresidente desde 1994 hasta 2012, ahora nombrado como presidente interino.

Su elección fue bastante discutida y controvertida por muchos sectores, entre ellos el ascendiente movimiento hutí, cuya mayoría de miembros o simpatizantes son musulmanes chiitas de la vertiente zaydí del islam, así como el movimiento secesionista en el sur Al Hirak, reactivado desde el 2007. De ahí que la “legitimidad” del mandatario estuviera en entredicho.

Lo cierto es que tras un fallido “diálogo nacional”, el movimiento hutí, aprovechando la inestabilidad en todo el país, tomó la capital, Saná, por la fuerza, estableciendo una alianza con el expresidente Salih para conformar un polo de poder distinto y rival al de Hadi.

La crisis se agudizó debido a la intervención militar liderada por Arabia Saudita con la intención de sofocar el levantamiento hutí y restablecer la “legitimidad” de Hadi, conformando una coalición con Marruecos, Egipto, Jordania, Baréin, Emiratos Árabes, y hasta hace muy poco Catar, expulsada recientemente de la coalición tras la ofensiva de Riad contra Doha. Esta alianza además cuenta con apoyo logístico de Estados Unidos, Reino Unido y España, quienes le venden permanentemente armamento.

Arabia Saudita ahora es dominada por el príncipe heredero Muhammad bin Salmán, de 31 años, quien controla el Ministerio de Defensa, la Corte Real, el Consejo para Asuntos de Economía y Desarrollo y el recién creado Comité Anticorrupción, desde donde ha adelantado una purga con la excusa de combatir la “corrupción”, deteniendo a influyentes líderes saudíes, como el magnate y príncipe Al Waleed bin Talal, quien cuenta con acciones en importantes compañías, como Apple y Twitter.

Para muchos, el presente conflicto se adecúa a un escenario de guerra proxy, o indirecta, entre Arabia Saudita e Irán. Si bien el tema es sujeto de diferentes posturas y discusión, cabe decir que, aunque la influencia e injerencia de Arabia Saudita son palpables, máxime si se tienen en cuenta la historia en común entre los dos países, la intervención de 2015 y la dependencia económica y política de Hadi al rey Salmán, la influencia de Irán no es tan clara y más bien ha sabido capitalizar a su favor la presente crisis. Hay una serie de elementos y circunstancias propias del contexto interno yemení que explican muchas de las cosas de la presente guerra y por ello este discurso a veces resulta bastante reduccionista.

A partir de 2015, la guerra ha tenido un impacto desastroso y trágico para la población yemení. Por un lado, a pesar de que la coalición, y en especial Arabia Saudita, ha sido incluida en la lista negra de grupos que cometen crímenes contra los menores, atribuyéndole 683 víctimas (según la ONU), continúa imponiendo un férreo bloqueo sobre los principales puntos de acceso, como aeropuertos y puertos marítimos, impidiendo la entrada y salida de la población y restringiendo el acceso de ayuda humanitaria.

Por el otro, la guerra involucra también el clamor de independencia en los territorios del sur, la expansión de grupos armados como Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) y el desarrollo del Estado Islámico, todo bajo el contexto de ataques con drones de Washington desde hace años. Diversas mesas de negociación, como lo fueron Ginebra y Kuwait, se han levantado sin llegar a acuerdo alguno, debido, entre otras cosas, a la falta de compromiso entre las partes, pero, sobre todo, porque en el terreno los bombardeos continúan.

Si bien lo más urgente por atender es la agenda humanitaria, lo que pasa en Yemen debe resolverse políticamente. Claro, si las principales potencias y organizaciones internacionales así lo desean.

* El Colegio de México

Por Felipe Medina Gutiérrez*

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