El 1˚ de enero de 1973, bajo el gobierno conservador del primer ministro, Edward Heath, y tras 12 años de espera, Gran Bretaña ingresó a la Unión Europea. Cuarenta y tres años después, por cuenta de un polémico referendo promovido por el primer ministro, David Cameron, el país comenzó un nuevo camino en solitario.
Los británicos, por un 51,9 % contra un 48,1 % de los votos, decidieron abandonar la Unión Europea. Un hecho que sacudió los cimientos del grupo comunitario y la política local. El primero en reconocer la victoria del Brexit y en asumir las consecuencias fue el propio Cameron, quien renunció a partir de octubre a su cargo.
Las otras consecuencias todavía son inciertas, al igual que el proceso para iniciar el retiro del país de la UE.
Tan pronto se conocieron los resultados, los líderes europeos pidieron un proceso de ruptura rápida para superar el mayor revés en la historia del proyecto. Sin embargo, sólo fue hasta marzo de 2017 cuando se activó el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, que establece un plazo de dos años para negociar los términos del divorcio.
Así lo determinó Teresa May, la primera ministra que reemplazó a Cameron y quien tuvo que asumir las negociaciones para materializar el retiro del país.
Comenzó una nueva era marcada por la incertidumbre y unas negociaciones que establecerían la nueva relación entre Gran Bretaña y la UE.
Los análisis posteriores de la votación establecieron que fue el descontento y el temor del ciudadano común con el incremento sustancial de los niveles de migración que ha recibido Gran Bretaña en el último lustro, acrecentados por la crisis de varias economías del continente europeo, el ingreso a la UE de 13 nuevos países desde 2004 y el principio fundamental comunitario de la libre circulación de personas, las principales razones que llevaron al triunfo del Brexit. El mensaje fue asimilado convenientemente por los movimientos populistas y nacionalistas que alimentan el antieuropeísmo en todo el continente.