"Reviviendo el 19 de septiembre": así vivió un colombiano la tragedia que enluta a México

Un estudiante narra los momentos de zozobra que se vivieron en Ciudad de México tras el violento terremoto de este martes, que deja ya al menos 230 víctimas mortales.

Johan Sebastián Mayorga /Especial para El Espectador
21 de septiembre de 2017 - 01:58 a. m.
Johan Sebastián Mayorga
Johan Sebastián Mayorga

Nací en Bogotá, pero estoy en la Ciudad de México desde hace poco más de un año haciendo mi maestría en filosofía. La tarde del 19 de septiembre quedará para siempre en mi memoria y no solo por la magnitud de la tragedia, también por el asombro y la alegría que me produjo ver a la gran mayoría de los habitantes de esta megalópolis moverse para ayudar a los que más lo necesitaban.

Me encontraba en la casa de un amigo en la calle Gabriel Mancera, en la colonia del Valle. Estaba con la señora que ayuda con el aseo de la casa y una mascota. Hacia las 11 a.m. sonó la alerta sísmica, me preocupé un poco, pero recordé que se hacía un simulacro, conmemorando lo ocurrido el 19 de septiembre de 1985. Sin embargo, dos horas después y sin previo aviso, el suelo empezó a moverse con mayor potencia a cada segundo, la alarma sonó en simultáneo. (Lea: Colombia envía rescatistas a México tras terremoto)

Lo primero que hice fue avisarle a la señora que saliéramos de la casa porque se iba a caer y agarré al perro para bajar con él en brazos. Sentí que la caída del edificio era inminente, pues el movimiento era cada vez más brusco y trepidante. Temblé de miedo al salir a la calle y ver que el cielo estaba cubierto por una espesa capa de humo marrón a unos 50 metros.

Me acerqué y con asombro y estupor vi que dos edificios quedaron reducidos a escombros; el miedo y la angustia me invadieron, pues no sabía la suerte mi novia y mis amigos. De inmediato avisé a mi familia en Colombia que estaba bien y, paulatinamente, iban llegando los mensajes de amigos y compañeros. La señal telefónica era intermitente. Caminé por la ciudad hasta la colonia Roma para saber la magnitud del desastre. (Lea: ¿Por qué tiembla tanto en Ciudad de México?)

Los escenarios apocalípticos representados en las películas se quedaron cortos al ver y sentir el caos y el ruido que se propagaba en la ciudad: ambulancias, helicópteros, alarmas, gente corriendo, calles vacías y otras concurridas, un sin fin de niños llorando y adultos angustiados por la suerte de sus familiares. Me encontré con mi amigo en la estación del metro “Centro Médico” y nos devolvimos a la colonia del Valle, de inmediato empezamos a ayudar en la zona. Con pala y carreta en mano empezamos a sacar escombros.

La tarea fue demasiado ardua, estuvimos más o menos seis horas sacando escombros y encontrando señales de vida para alertar a las autoridades competentes. Mientras estuve en la zona, rescataron a seis personas, no sé si vivas o muertas; también vi cómo sacaban mascotas del inmueble destrozado. Hacia las 8:00 de la noche, llegaron bomberos y personal de la Cruz roja y acordonaron la zona. Ya no se necesitaban voluntarios. (Lea aquí: La angustiante búsqueda de niños bajo los escombros de una escuela en México).

Más allá del impacto del acontecimiento, lo que realmente me conmovió fue, por un lado, ver cómo en pocos segundos todo tu mundo puede venirse abajo; en los escombros saqué juguetes, bicicletas, colchones, ropa y hasta un CD de clases de yoga, objetos, al fin y al cabo cotidianos. Por otro lado, me sorprendió la capacidad empática de muchos mexicanos que no dudaron en acercarse a los edificios afectados, sabiendo el peligro que se corría, y prestar cualquier tipo de ayuda. Muchos rompían paredes con picas y martillos, otros, como yo, transportábamos escombros; unos tantos coordinaban los espacios para que las operaciones no se entorpecieran; otros hicieron cadenas humanas para pasarse restos de escombros así como víveres y artículos de rescate y había quienes, finalmente, repartían comida y agua a los que estábamos sacando los restos.

Las consecuencias del temblor cada vez se hacen más grandes y notorias, pero sin la ayuda de la gente común y corriente, de esos héroes anónimos que no buscan nada a cambio de ayudar al otro, sin duda el desastre hubiera sido una catástrofe completa.

Por Johan Sebastián Mayorga /Especial para El Espectador

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