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Rodrigo Janot, el verdugo de la corrupción en la política brasileña

El procurador general ha pedido la cárcel para diputados y congresistas de alto rango y es el responsable de la caída de Eduardo Cunha. Aunque Dilma Rousseff lo puso en el puesto, apoyó siempre la legalidad de su juicio político.

Juan David Torres Duarte
14 de septiembre de 2016 - 05:53 p. m.
El procurador general de Brasil, Rodrigo Janot (izquierda), y el presidente del Senado, Renán Calheiros, durante una ceremonia en Brasilia. / EFE
El procurador general de Brasil, Rodrigo Janot (izquierda), y el presidente del Senado, Renán Calheiros, durante una ceremonia en Brasilia. / EFE

Hay que tener cuidado a la hora de calificar el trabajo de Rodrigo Janot. Como Procurador General de Brasil, a sus 56 años, ha pergeñado en tres años de labor una suma irregular de coraje, ingenuidad e independencia. Por momentos, Janot actúa como el salvador inexorable que requiere la sociedad brasileña para limpiarse del mal enquistado de la corrupción. En otras ocasiones, empedernido, obedece la ley al pie de la letra sin formular matices. Es posible decir, entonces, que Janot ejerce un trabajo cabal: desde que Dilma Rousseff lo nombró en 2013, su misión ha sido resguardar a las instituciones de la maleza creciente. Y eso ha hecho.

Primera escena: Coraje

Rodrigo Janot quizá ha tenido en mente replicar la historia de David y Goliat: el pequeño, apenas provisto con una onda, que descascara al gigante. En este caso, la metáfora impone dos representaciones. Rodrigo Janot es el David y su onda es la rigurosa constitución de Brasil de 1988. Su interpretación de la ley es tan rigurosa como tensa está la onda de David antes de arrojar la piedra. Por eso, el 7 de junio de este año Janot pidió cárcel para la cúpula entera del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, que a su vez funge como la línea de control de la política en Brasil: Renán Calheiros, presidente del Senado; Eduardo Cunha, entonces presidente suspendido de la Cámara de Diputados; Romero Jucá, senador, y José Sarney, expresidente. Una roca filosa contra cuatro.

Una semana después, el magistrado Teori Zavascki negó su pedido de prisión bajo el argumento de que carecía de pruebas: en una serie de grabaciones —recogidas por el expresidente de Transpetro Sergio Machado— Jucá, Calheiros y Sarney conversan sobre un plan para obstruir los procesos de la Operación Lava Jato. (Digresión: la Operación Lava Jato es aquella en que se busca dar con los responsables de sobornos millonarios entre empresas privadas y la estatal Petrobras).
Pese a su fracaso, queda en la memoria el hecho de que Janot quería desmembrar, amparado en un mandato legal, a los gamonales de la clase política en Brasil. Su fracaso, sin embargo, fue incompleto: a Eduardo Cunha, que por entonces ya había sido apartado de su cargo como presidente de la Cámara de Diputados, sí pudo incriminarlo. Por tener cuentas bancarias boyantes en Suiza; por servir como intermediario ilegal entre Petrobras y Samsung para activar un contrato en África; por esconder dinero; por utilizar su puesto en beneficio propio. Lo había llamado delincuente. Fue él quien ejecutó la primera chispa del exquisito incendio en que se tornó el desastre de Cunha: esta semana, con 450 votos en su contra, fue destituido de su curul como diputado y no podrá ejercer cargos públicos en los próximos ocho años.

Calheiros, al saber que Janot había pedido que lo encarcelaran, le espetó: “Ha perdido el límite del buen sentido y el límite del ridículo”.

Segunda escena: Ingenuidad

Rodrigo Janot parece dispuesto a rebatir aquel refrán popular que dicta que “no se muerde la mano de quien nos da de comer”. Quien señalaba que sus investigaciones eran políticas, dado que acusaba a los enemigos declarados de quien lo nombró, Dilma Rousseff, debieron entonces sorprenderse de que él mismo, cuando fue consultado, dijera que el impeachment en contra de la expresidenta estaba “dentro de los parámetros de la legalidad”.

En su concepto más legítimo, la ingenuidad es la incapacidad de reconocer que existen verdades que superan las reglas dictadas. Aquello que Janot llamaba “legalidad” era, en franca lid, cierto y noble y verdadero: el impeachment es un proceso al que se puede acudir para destituir a un presidente cuyas acciones resultan reprochables. La constitución rígida que Janot salvaguarda determina, además, qué tipos de crímenes se pueden adjudicar a un presidente para someterlo a este proceso.

A Rousseff la acusaron por haber tomado dinero de los bancos públicos para equilibrar las cuentas fiscales de su gobierno. Nunca estuvo claro, como afirmó el presidente de la OEA, Luis Almagro, si esos cargos constituían un crimen de responsabilidad, el único por el que se puede apartar a un presidente de su cargo.

Rodrigo Janot defendía la formalidad del proceso. Nunca analizó su fondo.

Tercera escena: declaración de independencia

Una señal diciente de que Rodrigo Janot ha ejecutado un trabajo decente: todos los bandos lo acusan de estar parcializado. Calheiros le había dicho que superaba el límite del ridículo. El doctor Dalmo de Abreu Dallari, profesor y miembro de la Unesco, dijo en una entrevista que Janot actuaba “de manera política” cuando pedía la anulación de Lula da Silva como Ministro de la Casa Civil. (Digresión: cuando Lula da Silva era sospechoso de corrupción y lavado de dinero, la expresidenta Dilma Rousseff lo nombró Ministro de la Casa Civil. El puesto le daba un fuero especial y lo protegía). Janot se ha tomado su papel tan en serio que aprobó el impeachment contra aquella que lo nombró, acusó a su maestro político e insistió en dar cárcel también a sus opositores.

Las declaraciones e investigaciones contra Lula da Silva no se detuvieron allí. Janot lo puso en el mismo plano que a los cuatro que había intentado llevar a prisión: dijo que había tratado de bloquear la Operación Lava Jato; dijo que una estructura de corrupción tan severa como la que se gestó en Petrobras no podía haber avanzado sin que Lula lo ignorara; dijo que era un integrante mayor de una célula del crimen. Pidió que investigaran a Rousseff, a los ministros Edinho Silva y José Eduardo Cardozo (el abogado defensor de Rousseff) y a Aécio Neves (líder de la oposición). De aquí y de allá.

Por Juan David Torres Duarte

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