Ser refugiado en época de la ultraderecha

Si antes ser refugiado era difícil, hoy la situación es casi terrorífica. Con Donald Trump, Jair Bolsonaro y los gobiernos de ultraderecha en Europa, el panorama para las cerca de 37.000 personas que se desplazan de su hogar a diario es complicado a corto plazo.

Nicolás Marín Navas
20 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
El 57% de los refugiados de todo el mundo vienen de Afganistán, Sudán del sur y Siria. / AFP
El 57% de los refugiados de todo el mundo vienen de Afganistán, Sudán del sur y Siria. / AFP

Hoy es el Día Mundial del Refugiado y nadie, en ninguna parte, debería pasarlo por alto. Comenzando por el hecho de que a diario cerca de 37.000 personas deben abandonar sus hogares huyendo de la violencia, persecuciones, crisis humanitarias y guerras. Actualmente, según la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), la cifra total de desplazados en todo el mundo a finales de 2018 llegó a setenta millones, pero solo 25,9 millones cuentan con el estatus de refugiados. Lo peor es que el panorama para esta población es turbio y no parece que vaya a mejorar en los próximos años.

Primero, porque cada día es un fenómeno más común. La guerra y el cambio climático suponen que cada día ciertos puntos geográficos se vuelvan inhabitables; no en vano el 57 % de los refugiados de todo el mundo vienen de Afganistán (2,7 millones), Sudán del Sur (2,3 millones) y Siria (6,7 millones), países con altísimos índices de violencia. Segundo, porque con la salida en escena de gobiernos de ultraderecha, especialmente en Europa, parece que en el corto plazo las políticas antimigrantes y de mano dura serán la constante.

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Eso sí, antes que nada, se debe diferenciar entre un migrante y un refugiado, a pesar de que muchas veces se presentan flujos mixtos entre ambos. Según la Acnur, un migrante es una persona que sale del lugar en el que vive para buscar mayores oportunidades laborales. “En ocasiones, provienen de países en pobreza extrema y pueden llegar a jugarse la vida para entrar en un país con el fin de trabajar”, señala el organismo.

En cambio, un refugiado es alguien que huye de conflictos armados, violencia o persecución étnica, religiosa, de género o por orientación sexual, y por ello se ve obligado a cruzar la frontera de su país para buscar seguridad.

Según Amnistía Internacional, actualmente el 84 % de los refugiados se encuentran en países en desarrollo, lo que dificulta la llegada e integración en los sistemas de salud y educación. “Las políticas restrictivas y cortas de miras obligan a mujeres, hombres, niñas y niños a emprender peligrosos viajes por tierra y por mar que ponen sus vidas en peligro y propician un negocio lucrativo para contrabandistas y traficantes de seres humanos”. En este momento, los países que más albergan personas con este estatus son Turquía (3,7 millones), Jordania (2,8 millones), Líbano (1,4 millones), Pakistán (1,4 millones), Uganda (1,2 millones), Sudán (1,1 millones) y Alemania (1,1 millones).

Es difícil para una persona dejar el lugar en el que siempre vivió, aun más en estas condiciones. En conversación con este diario, el médico psiquiatra y psicoanalista Hernán Santacruz aseguró que el proceso es mucho más duro cuando hay una distancia cultural considerable entre el país de salida y el de llegada. “Los migrantes de primera generación no se enferman; es decir, están embebidos en la lucha por la vida, en aprender el idioma, en sobrevivir en la nueva cultura; cosa que en general consiguen. La segunda generación —es decir, los que ya han nacido ahí— crecen en la dualidad de una cultura en casa y una afuera, en conflicto por la inevitable presión de los padres, que quieren retenerlos en las costumbres de origen”.

Esa atracción hacia la cultura en donde están estudiando y están creciendo es inevitable. Según Santacruz, también es una oportunidad si se hace correctamente: “Ese proceso de integración a la cultura nueva nadie lo ha podido hacer como los judíos, que se insertan perfectamente, pero mantienen una identidad que resiste toda presión, probablemente porque la mayoría de ellos tienen un manejo multilingüístico que el resto no, lo que les da una opción adaptativa, cultural y emocional diferente”.

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Y es que el lenguaje resulta crucial en estos fenómenos de integración. “Si tú hablas y escuchas y lees dos o más idiomas es más fácil adaptarse. Eso da una superioridad real, una capacidad adaptativa mayor que la que tiene un hombre que solo habla un idioma”, aseguró el experto.

Esta deficiencia podría empeorar ahora que la sociedad está sumida en las redes sociales, donde lo que predomina es el video y la imagen. Santacruz señaló: “El peso de la ignorancia lingüística del desconocimiento de la palabra es un problema mayor en todo el mundo y mucho más en los jóvenes, porque están arrastrados por la fascinación de la imagen y de las nuevas tecnologías comunicativas basadas en imágenes”.

“Eso te empobrece y te vulnerabiliza, porque si ni tu idioma lo sabes bien, si la mitad de las palabras cultas que habla una persona con otra no son entendidas por un miembro de la misma cultura de estrato sociocultural más bajo, esa es la brecha. La brecha verdadera no es solo la de la plata, es la del idioma”, remató.

Una de las cruces con las que cargan hoy en día los migrantes y refugiados es tener que padecer xenofobia por parte de la población receptora. Basta mirar el caso de la migración venezolana, la cual ha encontrado rechazo en diferentes países de la región. Santacruz, sin embargo, señala que estos comportamientos se dan por simple ignorancia. “Todos somos migrantes, ¿quién es de aquí? ¿Qué quiere decir ‘es de aquí’? Esto se pobló de migrantes que vinieron por el estrecho de Bering y colonizaron esta tierra que estaba sin humanos. Y además dentro de esta migración hay más migraciones. Los caribes viajan hasta México, hasta Amazonas, y hay lenguas amazónicas de origen Caribe”.

“Yo puedo entender que los daneses vean con extrañeza a un moreno turco de barba cerrada, braquicéfalo; pero nosotros somos todos mestizos y aquel que diga que no lo es es un ignorante, punto”, agregó.

Además, en términos biológicos el rechazo tampoco es justificable. “Todos somos de la misma especie, todos nos podemos cruzar con cualquier hembra o con cualquier macho y podemos tener crías fértiles. Eso significa que todos somos iguales biológicamente; si no, no podríamos tener hijos con una iraní o con una africana o con una sueca. Esa es la historia de la humanidad y nos mezclaremos y ojalá esto se potencie y finalmente haya por fin un solo fenotipo. Creo que pasará con certeza en unos 500 años, que en términos evolutivos no es nada”, sentencia Santacruz.

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El caso venezolano

Colombia, que vive también una difícil situación interna a pesar de la firma del Acuerdo de Paz, no es ajeno al problema: es uno de los países que más recibe migrantes, pero también es uno de los que más produce desplazados internos.

La ONG española Ayuda a los Refugiados advirtió sobre el aumento de las solicitudes de asilo por parte de colombianos en España en los últimos años. De acuerdo con Paloma Favieres, directora de políticas y campañas de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), “el aumento de solicitudes entre 2018 y 2019 refleja lo que está pasando en Colombia”.

Cifras del Ministerio del Interior de España dicen que los colombianos que solicitaron asilo en ese país pasaron de 656 en 2016 y 2.504 en 2017, a 8.650 en 2018 y 10.122 hasta junio de 2019.

Y si bien Colombia es uno de los países que más migrantes venezolanos recibe —1’200.000 de acuerdo con Naciones Unidas, seguido por Perú, con cerca de 700.000—, en el país han solicitado refugio 341.000 venezolanos, de acuerdo con el informe presentado ayer por la Acnur.

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Algunos expertos, como la catedrática Francesca Ramos, de la Universidad del Rosario, aseguran que difícilmente todos los venezolanos que salieron regresarán a su país en el corto plazo. “Los primeros que retornarían son los altamente calificados, pero la gran mayoría se va a quedar en los países a donde han emigrado, especialmente en Colombia”, señaló la docente.

Sin embargo, para Santacruz, el simple anhelo que sienten muchos de regresar ya es algo positivo en términos psicológicos. “Ellos no están aquí con la decisión de quedarse, sino de volver a su país cuando las condiciones económicas mejoren. Entonces no es una migración como la de los sirios, que saben que dejan atrás su país y que nunca van a poder volver a él. Es muy diferente, porque en términos de salud mental eso confiere una esperanza, y si uno tiene esperanzas está mejor que si no las tiene”.

 

Por Nicolás Marín Navas

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