Sergei Kysliak, el embajador ruso que sabía demasiado

Durante la campaña presidencial en EE.UU., Sergei Kysliak se reunió con varios asistentes de Donald Trump. Su regreso a Moscú deja sin respuesta preguntas sobre la influencia de su país en las elecciones.

redacción internacional
25 de julio de 2017 - 03:19 a. m.
Sergei Kysliak también representó al Gobierno ruso ante la OTAN. / Sputnik
Sergei Kysliak también representó al Gobierno ruso ante la OTAN. / Sputnik
Foto: Sputnik - Alexey Agarishev

“El embajador S. Kislyak ha concluido su misión en Washington D.C.”, publicó en Twitter la Embajada rusa para anunciar el regreso a Moscú de uno de los personajes más sonados en la historia sobre la interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales estadounidenses. Hasta hace unos días, mientras el Consejo de Negocios entre EE.UU. y Rusia organizaba una fiesta de despedida para el embajador Sergei Kislyak, la Embajada rusa insistía en que el funcionario no sería retirado de su cargo. Ante el secretismo y el no tan sorpresivo aviso sobre su salida, vale la pena preguntar: ¿Qué sabía Kislyak para que Vladimir Putin ordenara su regreso?

Si se sigue su rastro, las huellas del embajador ruso aparecen en casi todos los capítulos conocidos de la trama rusa. Para comenzar, durante los últimos días de la administración Obama el entonces presidente interrumpió brevemente sus vacaciones en Hawái para anunciar una orden ejecutiva que le daba autoridad adicional para “responder a cierta actividad cibernética que busca interferir y socavar nuestro proceso electoral e instituciones”. El efecto de esa disposición presidencial fue la expulsión de 35 miembros del cuerpo diplomático ruso, bajo el comando de Kysliak y acusados de interferir en las elecciones.

La respuesta de Trump, que para entonces ya era el presidente electo, no tardó en llegar: “Es hora de que el país se empiece a mover hacia cosas más grandes y mejores”, dijo el multimillonario con la esperanza de que todo el mundo mirara a otro lado, pero no fue así.

Tan solo 28 días después de haber sido nombrado, el asesor de seguridad nacional de Trump, Michael Flynn, anunció su renuncia.

Al parecer, Flynn se había reunido con Kislyak para discutir el levantamiento de sanciones que pesan contra el Kremlin, algo cada vez más plausible dada la admiración y simpatía que Trump mostró hacia Rusia y Vladimir Putin a lo largo de la campaña. Según sus propias declaraciones, lo que desencadenó la renuncia de Flynn fue no haberle dicho “toda la verdad” al vicepresidente Mike Pence sobre sus encuentros con el embajador ruso.

Otro que no dijo “toda la verdad” sobre sus encuentros con Kislyak es el ahora fiscal general Jeff Sessions.

En el formulario que los estadounidenses tienen que llenar antes de ocupar algunos cargos públicos de alto rango, se les pide reportar cada encuentro que hayan tenido con oficiales de gobiernos extranjeros. Sessions no señaló ninguno y se mantuvo en esa posición cuando fue llamado a una audiencia ante el comité de seguridad del Senado que, al igual que el FBI, adelanta investigaciones sobre la campaña de Trump.

A pesar de su instancia en afirmar lo contrario, según el Washington Post, Sessions se reunió con el embajador Kislyak al menos dos veces en medio de la carrera presidencial. Lo mismo ocurrió con Carter Page, uno de los asesores de campaña de Trump, y con Jared Kushner, el yerno del presidente.

Lo que se discutió en esos encuentros y los motivos detrás del secretismo que los rodea sigue siendo un misterio, pero ya es el motivo de un evidente nerviosismo para la administración Trump. Nada lo demuestra mejor que la noticia de que el presidente está buscando la asesoría de sus abogados para conocer mejor hasta dónde llegan sus facultades para indultar crímenes.

De nuevo, la respuesta de Trump, a través de Twitter, no logró disipar las dudas: “Aunque todos están de acuerdo en que el presidente de EE.UU. tiene el poder absoluto de perdonar, para qué pensar en eso cuando de momento el único crimen son las filtraciones contra nosotros”, escribió el presidente en referencia a la historia del Washington Post que revelaba su recién inaugurada curiosidad por el perdón presidencial.

Si en realidad no hay nada sospechoso detrás de las reuniones de su equipo con Kislyak, la torpeza de Trump no ha servido para levantar el manto de duda que las cubre. Al contrario, ha hecho que todo se vea todavía más raro.

En mayo de este año, en medio de una reunión con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov (en la que también participó embajador Kislyak), Trump no sólo reveló con candor información clasificada a los oficiales rusos que asistieron al encuentro, sino que, además, les confesó que se había quitado un peso de encima cuando despidió al director del FBI, James Comey, quien estaba a cargo de la investigación que se adelanta contra su campaña y que hoy está en manos del fiscal independiente Robert Mueller

En declaraciones parecidas, Trump le dijo al New York Times que se arrepentía de haber elegido a Jeff Sessions como fiscal general pues, tan pronto llegó al cargo, anunció que daría un paso al costado en todas las investigaciones relacionadas con el caso ruso.

En lugar de dar tranquilidad, el comportamiento de Trump solo sirve para generar más inquietudes que, si se suman al nerviosismo con el que su círculo cercano ha tratado de esconder sus encuentros con Kislyak, hacen pensar que, en el avión en el que el embajador regresa a Moscú, también se van muchas respuestas sobre lo que buscaba la campaña de Trump con sus numerosas y cada vez menos secretas reuniones con los rusos.

Por redacción internacional

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