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Torre de Tokio: crisantemos y espadas

Una columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
01 de noviembre de 2020 - 02:00 a. m.
Lámpara de papel con emblema del crisantemo, símbolo del trono imperial, en el santuario Meiji en Tokio.
Lámpara de papel con emblema del crisantemo, símbolo del trono imperial, en el santuario Meiji en Tokio.
Foto: Cortesía de Gonzalo Robledo

Quienes escribimos en idiomas de alfabeto sobre Japón recurrimos con frecuencia a una serie de simplificaciones y tópicos sobre el país formulados a mediados del siglo pasado por la antropóloga norteamericana Ruth Benedict y recogidos en su célebre libro El crisantemo y la espada.

Publicado en 1946, el texto fijó la percepción occidental de Japón como un país singular difícil de entender y, durante más de medio siglo, estuvo en la maleta de todo diplomático, periodista, empresario o político inteligente que se disponía a viajar al misterioso país del sol naciente. (Lea acá más columnas de este tema).

Para dibujar una cultura accesible a los norteamericanos, Benedict enmarcó a Japón en una serie de antinomias, de las cuales algunas siguen vigentes, como jerarquía contra igualdad; mientras que otras fueron cuestionadas por el tiempo, como la predilección por la espiritualidad sobre la riqueza material.

Los japoneses, dijo Benedict, prefieren una sociedad estática a una con movilidad social, y el comportamiento de sus ciudadanos está más determinado por la vergüenza y el qué dirán, que por el sentimiento de culpa.

Algunos estudiosos acusaron a Benedict de confundir la ideología ultranacionalista del gobierno de entonces con la idiosincrasia de toda una nación, y de haber cometido el pecado original de la etnografía al publicar un manual sobre el pueblo nipón sin haber puesto un pie en el archipiélago y sin aprender a conversar en su idioma.

Viajar a Japón no era una opción, pues el libro se empezó a gestar en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Benedict fue contratada por la Oficina de Información de Guerra para ayudar al gobierno estadounidense a entender, con estudios breves, la forma de pensar de los países enemigos.

Japón estaba en manos de un gobierno militarista que exaltaba los valores más convenientes en su cultura para justificar la expansión territorial en Asia, como los códigos del antiguo guerrero samurái y la devoción incondicional por la patria y el emperador.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el estudio de Benedict fue ampliado y convertido en un manual para los norteamericanos enviados a ayudar a reconstruir un Japón diezmado psicológicamente y con una economía arrasada tras constantes bombardeos aliados y los primeros ataques atómicos sobre civiles en la historia de la humanidad, en Hiroshima y Nagasaki.

Pese a ser tildado de herramienta de intervención política en su país, algunos académicos japoneses usaron El crisantemo y la espada como base para una teoría de Japón como un país homogéneo con una cultura impar, superior, controlado por una inmutable jerarquía.

Aunque desde su publicación ha surgido una cascada de estudios menos pintorescos o sesgados, producidos por las numerosas facultades de estudios orientales en Estados Unidos y Europa, la imagen de país excéntrico dentro de Asia, persiste.

Como todo estudio académico, sus lectores se dividen entre detractores, seguidores renuentes y admiradores elocuentes, como un par de antropólogos anónimos citados por Wikipedia quienes afirman que los colegas posteriores a Benedict no han hecho más que poner notas al pie de página a su libro.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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