Las memorias de un colombiano que recorrió Japón en el siglo XIX han sido publicadas en japonés y suscitan comentarios indignados por las descripciones poco amables de la vida en el archipiélago que hace su autor, un contratista de peones chinos llamado Nicolás Tanco Armero. “El japonés carece completamente de lo que se llama iniciativa, y de esa facultad creadora que es la verdadera manifestación del talento”, escribe el autor, nacido en Bogotá en 1830 y fallecido en Lima (Perú) en 1890.
Afirmaciones como, “Por una parte vemos que este pueblo carece de instrucción, de verdaderas dotes intelectuales…”, se suman a su desdén por la culinaria y la “desafinada” música japonesas, y hace que algunos lectores comenten su enfado en la web. El libro original se titula Recuerdos de mis últimos viajes, Japón, y su traductor es Tatsumaro Terazawa, exembajador de Japón en Bogotá, exfuncionario de Hacienda recién condecorado por el emperador Naruhito, banquero activo y prolífico escritor que va por su tercer libro dedicado a la política, la economía y la historia de Colombia.
Para Terazawa, las quejas de sus paisanos por el libro de Tanco Armero son lógicas, pues explica, “en ese momento Colombia estaba más adelantada que Japón”. El colombiano visitó por primera vez el archipiélago en 1871, cuatro años después de la Restauración Meiji, cuando el país ponía fin a su estructura feudal y empezaba a abrazar la economía de mercado y la industrialización. (Recomendamos más columnas sobre Japón: El machismo imperial).
Tanco Armero “vio una mezcla de sistema antiguo y moderno, y su mirada es la de alguien que describe honestamente la realidad”, asegura su traductor. Añade que su intención es aportar el punto de vista latinoamericano a la literatura extranjera sobre la época Meiji, dominada por escritores estadounidenses y europeos.
Para los occidentales, los viajes por el Lejano Oriente en ese entonces solían durar meses o años, y la palabra escrita era la herramienta preferida para dejar testimonio de recorridos por parajes exóticos que, en el caso de Japón, incluían frágiles casas de papel de arroz y mujeres en quimono y piel de porcelana similares a Madame Butterfly. Tanco Armero, hijo de un ministro de Hacienda, había sido educado en Nueva York y París, y en su recorrido por Japón prefirió alimentarse de ostras enlatadas, fois-gras y vinos europeos.
Japón era una escala turística en sus frecuentes viajes a China, adonde acudía a firmar contratos leoninos con hombres desposeídos para ayudar a remediar la escasez de mano de obra gratuita que producía la abolición de la esclavitud de africanos en las Américas.
Se dice que gracias a los contingentes de culís como los que llevó a Cuba, la isla caribeña pudo controlar más del 40 % de la producción mundial de azúcar en el siglo XIX. Terazawa insinúa que la detención en el puerto japonés de Yokohama de un buque con 231 culís que Tanco Armero había fletado en Hong Kong con dirección a Callao en Perú, motivan los párrafos más acres del libro.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.