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Torre de Tokio: puntualidad nipona

Columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoenJapon / Especial para El Espectador, Tokio
18 de abril de 2021 - 02:00 a. m.
Tren de alta velocidad de la línea JR East, que mueve 17 millones de pasajeros cada día. El promedio de retraso de cada tren es de 20 segundos.
Tren de alta velocidad de la línea JR East, que mueve 17 millones de pasajeros cada día. El promedio de retraso de cada tren es de 20 segundos.
Foto: Foto de Gonzalo Robledo

Quienes creíamos que la obsesión de los japoneses con la puntualidad era un rasgo instalado en su ADN nos sorprendemos al confirmar que, hasta mediados del siglo XIX, la visión nipona del tiempo era muy parecida a la de países latinos donde respetar la hora de una cita es considerado un raro acontecimiento que suscita admiración. Los primeros ingenieros occidentales invitados por el gobierno japonés para asesorar su industrialización se quejaban de los continuos retrasos en las reuniones, el absentismo laboral y la irregularidad en la entrega de materiales. (Lea otras columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

El testimonio más citado sobre la difícil relación de los japoneses con el tiempo fue escrito por el oficial holandés Willem H. van Kattendijke, quien, al terminar su contrato como profesor de ciencias navales en el puerto de Nagasaki, describió en sus memorias su frustración por la indiferencia nipona hacia la medición de las horas a la manera occidental.

Japón conoció el reloj mecánico en 1549, cuando el misionero jesuita Francisco Javier le regaló uno a un señor feudal como parte de sus dádivas para conseguir permiso de evangelizar. Hasta entonces, el tiempo se medía con artilugios que funcionaban con el sol, con agua o incluso con fuego. Muchos eran cronómetros simples, como el puro que fumaba un campesino con el que nos topamos en una excursión de mis años escolares en un perdido camino tolimense y que, al preguntarle cuánto quedaba para llegar caminando al pueblo, señaló su boca y respondió: “Tabaquito y medio”.

Los misioneros católicos fueron expulsados del archipiélago y el reloj de Francisco Javier fue copiado, adaptándolo a un alambicado sistema de horas dobles que cambiaban de duración si era de día o de noche, y según la estación del año. Dicho aparato contribuyó poco a reducir el desdén por el cálculo estable y preciso del tiempo. Tocó esperar a las primeras redes ferroviarias instaladas por ingenieros ingleses en el siglo XIX para que la necesidad de regularizar las salidas y llegadas de los trenes ayudara a aceptar el horario occidental.

Pero convertir un país milenario a la doctrina del reloj fue un proceso lento. Algunos historiadores aseguran que fue solo después de la Segunda Guerra Mundial cuando, arruinado por la derrota, Japón instauró como un deber patrio la puntualidad. Hoy, los niños la aprenden como una norma de urbanidad, pues malgastar el tiempo de los demás se considera una falta de respeto.

A los extranjeros recién llegados a Tokio se les advierte que existen en el mundo dos puntualidades: la británica, que es las siete en punto, y la japonesa, que es faltando diez minutos para las siete. Un inquieto residente, sin embargo, señaló que si bien es cierto que los empleados japoneses experimentan angustia cuando una reunión se retrasa unos minutos, muchas infructuosas asambleas se eternizan varias horas, ya que nadie tiene el valor de terminarlas.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoenJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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Alonso(81662)18 de abril de 2021 - 10:34 a. m.
Muy corto el texto
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