Torre de Tokio: tatuajes rechazados

Una columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
28 de noviembre de 2020 - 09:20 p. m.
Letrero dedicado a los extranjeros pidiendo en inglés "Cubra su tatuaje" en la playa de Morito, al sur de Tokio.
Letrero dedicado a los extranjeros pidiendo en inglés "Cubra su tatuaje" en la playa de Morito, al sur de Tokio.
Foto: Cortesía de Gonzalo Robledo

Tener el cuerpo tatuado en Japón equivale a ser miembro de la mafia local y por eso, tras el anuncio de que Tokio celebraría los XXXII Juegos Olímpicos, muchos se preguntaron qué hacer cuando deportistas y espectadores extranjeros con tatuajes visitaran las piscinas, las playas y otros lugares públicos donde se prohíbe la entrada a personas con dibujos de tinta en su piel.

Mientras en occidente los tatuajes estuvieron asociados a costumbres tribales o proclamas románticas de marineros y presidiarios, en Japón siguen siendo percibidos como ritos de iniciación de grupos del crimen organizado llamados yakuza, cuyos afiliados pueden conseguir la mejor mesa de un restaurante o el mejor asiento de un avión con solo abrirse la camisa y mostrar su exuberante decoración.

La conexión entre tatuaje y delincuencia se consolidó a mediados del siglo veinte con el género de cine yakuza y sus personajes decorados de cuello a tobillos con una interminable cornucopia de geishas, crisantemos, dragones y otras criaturas quiméricas. (Aquí puede leer más columnas sobre Japón).

Según la explicación más insólita, el tatuaje del yakuza provendría de la centenaria costumbre de marcar con ilustraciones imborrables el cuerpo de bomberos, mensajeros de correo y otros profesionales que podían perder la vida en el desempeño de su oficio.

Debido al poder intimidatorio de los ornamentos yakuza, piscinas y baños termales, y otros locales que exigen traje de baño o desnudez, rechazan cualquier tatuaje. La joven mujer que lleva tatuados corazones del tamaño de una moneda en cuello, brazos o piernas, recibe un discreto esparadrapo para esconderlos.

Cuando el equipo Vissel Kobe contrató a Andrés Iniesta, la prensa japonesa destacó el buen carácter del ex mediocampista del Barça y también la ausencia de tatuajes visibles en su cuerpo, algo raro en el fútbol occidental.

Pero, por lo general, el tatuaje de los extranjeros es recibido con indulgencia y a veces conmiseración, como cuando el tatuador de la cantante Ariana Grande quiso marcarle la palma de su mano con los caracteres japoneses del título de su canción “7 Rings” y le salió “parrilla para barbacoa”.

Vegetariana y amante de Japón, Ariana pidió una corrección que de nuevo falló. Por fortuna, la piel de la mano se regenera pronto y hoy el fiasco, ocurrido en enero de 2019, debe de haber desaparecido.

El auge actual del tatuaje en occidente propicia un debate social que podría poner fin a la percepción nipona de que marcarse el cuerpo de por vida es sinónimo de conducta antisocial.

Una reciente muestra de solidaridad con los tatuados tuvo lugar cuando el maratonista paraguayo Derlys Ayala celebró su clasificación a los olímpicos tatuándose en su pantorrilla derecha los cinco aros y el letrero “Tokyo 2020”.

Aunque al anunciarse la prórroga por la pandemia se advirtió que los juegos de Tokio mantendrían la fecha en su nombre, Ayala trinó en su cuenta: “Que alguien que me ayude a poner 2021”. Un seguidor japonés le advirtió del alto coste de rectificar y sugirió la salomónica solución de dejarlo en “Tokyo 2020+1”.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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gaj(kitsn)29 Nov 2020 - 4:24 p. m.
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