Trump deja las semillas de una revolución

Los 365 días que el republicano ha estado en la Casa Blanca son una mezcla de fuego y furia. Postal de un huracán misógino, deshonesto y arrogante.

Juan Carlos Rincón Escalante
20 de enero de 2018 - 03:00 a. m.
Donald Trump sembró las semillas de una revolución que busca sacarlo de la Casa Blanca. Pero ese sólo sería el comienzo.
Donald Trump sembró las semillas de una revolución que busca sacarlo de la Casa Blanca. Pero ese sólo sería el comienzo.
Foto: REUTERS - Jonathan Ernst

El primer año de la presidencia de Donald Trump termina con Stormy Daniels, una actriz porno, contando cómo el magnate le pidió que lo nalgueara con un ejemplar de la revista Forbes. Eso, en el marco de reportes sobre cómo Michael Cohen, abogado del presidente, le habría pagado US$130.000 para que no hablara públicamente del amorío que tuvo con el ahora hombre más poderoso del mundo.

No hay mejor postal del huracán misógino, deshonesto y arrogante que es Trump.

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Sin embargo, mientras los escándalos se acumulan a velocidad abrumadora, han venido pasando dos cosas que definirán el futuro inmediato y no tan inmediato del mundo entero: Trump ha gobernado cumpliendo sus promesas y, en respuesta, han resurgido movimientos en defensa de la democracia y el empoderamiento de las voces marginadas que prometen no sólo sacar al presidente de su cargo, sino asegurarse de que sus ideas no vuelvan a ganar elecciones.

Entre el fuego y la furia, el legado de esta presidencia puede entenderse mejor prestándoles atención a varios temas.

Donald Trump, el coherente
Incluso en sus peores momentos, que han sido muchos, la popularidad de Donald Trump nunca ha sido inferior al 35 %. Eso significa que tiene un piso sólido de apoyo popular por parte de estadounidenses que consideran que está haciendo bien su trabajo. El motivo es claro: el magnate ha cumplido lo que dijo que iba a hacer.

En una columna del “Washington Post”, Marc A. Thiessen dice: “Por eso la gente votó por él. Trump hace lo que promete hacer, para bien o para mal”. Dijo que reconocería a Jerusalén como la capital de Israel, y lo hizo. Dijo que ordenaría una prohibición de entrada a inmigrantes de países musulmanes, y cumplió. Prometió aprobar una reforma tributaria gigante y, en efecto, lo logró. Se salió del Acuerdo Climático de París y logró poner en cintura a los países de la OTAN.

Es un récord impresionante para un primer presidente. El prometido muro, aunque se ha enfrentado a obstáculos (como el hecho de que es totalmente impráctico), sigue sobre la mesa. Su único fracaso rotundo fue la promesa de reformar el sistema sanitario. Claro, cumplir no significa que sea algo positivo. Si bien Trump dirá con orgullo que todo fue un éxito, cada uno de sus logros han estado acompañados de críticas que los acusan de dañinos, inconvenientes, mal pensados y hasta racistas. Pero a su base de admiradores no parece importarle mucho.
Donald Trump le debe mucho a Barack Obama
De hecho, los éxitos menos polémicos de Trump se deben a los aciertos de la presidencia de Barack Obama. El “boom” económico y el constante descenso en la disminución del desempleo siguen la tendencia iniciada en el período de su predecesor, y los expertos coinciden en que las medidas tomadas por la administración Obama construyeron una recuperación económica que no sólo salvó a Estados Unidos de la recesión del 2008, sino que promete seguir mejorando.

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Aunque el magnate saque pecho (y haya construido su presidencia sobre el repudio de Obama), está tomando crédito del trabajo de su antecesor. 

La resistencia vive

El mayor efecto de Trump, fuera de su control, es la resistencia que ha generado. Ante su autoritarismo, revivieron los debates feroces sobre la importancia del equilibrio de poderes, de limitar al presidente. El Congreso, pese a estar controlado por los republicanos, ha empezado a ejercer liderazgo en su contra (como las sanciones a Rusia).

Los medios, por mucho tiempo dormidos, retomaron el periodismo investigativo y han publicado denuncias con efectos no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo entero, como las de acoso sexual en Hollywood. Pero, tal vez la peor noticia para el magnate es que su oposición está revitalizada. En los tribunales, las organizaciones de derechos humanos han cuestionado sus medidas. Los ciudadanos se han tomado las calles.

El interés político, además, está disparado, y ha estado acompañado de una organización que promete ganar elecciones. De hecho, ya se está viendo: en Alabama, fortín conservador, ganó una carrera al Senado un candidato demócrata proaborto. Virginia eligió a la primera diputada transgénero en el país que, además, obtuvo el puesto derrotando a un candidato que había sido abiertamente transfóbico durante la campaña. Como reportó “Time”, las mujeres, especialmente de centroizquierda, se están lanzando en números históricos para ocupar cargos públicos. “Más de 26.000 mujeres están estudiando cómo lanzar campañas” en todos los niveles del poder público, contó Charlotte Alter

El objetivo inmediato es claro: silenciar a Trump con una derrota en las elecciones parlamentarias de este año que lo dejen sin poder legislativo, y después sacarlo de la Casa Blanca en el 2020 (si es que la investigación de Robert Mueller no lo saca antes). Pero el efecto a futuro es aún más importante: las voces marginadas recobraron interés en la política y en la democracia y se están dando cuenta que, cuando se organizan y movilizan, logran cambios genuinos. 

El primer año de Trump, entonces, también fue el primer año de una revolución cuyos mayores triunfos están por venir. El ejemplo al resto del mundo es inspirador: ante el autoritarismo irracional, la democracia sigue siendo una herramienta poderosa. Sólo hace falta que la utilicemos. 

jkrincon@gmail.com, @jkrincon

Por Juan Carlos Rincón Escalante

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