Vitaly Churkin, el defensor de Putin

Vitaly Churkin durante una sesión de Naciones Unidas en 2014. / AFP

El destino de Vitaly Churkin parecía estancado en los escenarios de la Guerra Fría: nació en Moscú y esta mañana murió, en su pleno ejercicio como diplomático, en Nueva York.

La causa de su fallecimiento es desconocida; sólo se sabe que fue repentina y que estaba en su puesto de trabajo cuando le vino la muerte. A sus 64 años (habría cumplido este martes los 65), Churkin se había convertido en la diplomacia más visible de Rusia, incluso por encima de su ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov. Churkin fue quien defendió, en los últimos once años, todas las decisiones de política exterior que tomó Vladimir Putin: la guerra contra Georgia, la anexión de Crimea, la revolución en Ucrania.

Sus primeros pasos los dio en el Ministerio de Exteriores de la entonces Unión Soviética, adonde ingresó en 1974. Su primer gran responsabilidad, tras haber ocupado los cargos como asistente y segundo secretario, fue encabezar la embajada de su país en Washington entre 1979 y 1987. Por los años en que se preveía la caída de la Unión Soviética, Churkin se convirtió en el portavoz principal de las relaciones exteriores de su país. En la guerra yugoslava, el diplomático representó al presidente Boris Yeltsin en los diálogos para terminar el conflicto. Luego pasó por dos oficinas con menos presión en el aire: las embajadas en Canadá y en Bélgica. Churkin tenía una gran habilidad con las lenguas: hablaba con fluidez inglés, francés y mongol, y era reconocido por su uso de la ironía en los debates más altivos.

“En la vida internacional —dijo en una ocasión, durante una entrevista con RT—, tienes que diferenciar entre tus emociones, lo que quieres ver y lo que tienes derecho a esperar de parte de otro país”. En otra ocasión, cuando hablaban tal vez de las sanciones contra Rusia o contra cualquier otro país, dijo: “Ustedes saben que somos muy escépticos en relación con las sanciones. Consideramos que históricamente no han sido útiles”. Entre sus tareas más duras, Churkin tuvo que defender la estrategia de Putin en Siria —donde es el principal aliado del gobierno de Bashar Al Assad— y también abogar por la anexión de Crimea, a través de un referendo hace tres años, en medio de una guerra que hoy suma ya 10.000 muertos.

Cuando se discutió sobre la crisis humanitaria en Alepo en la plenaria de Naciones Unidas, Churkin aseguró que Estados Unidos se comportaba “como si fuera la madre Teresa”. Samantha Power, entonces representante de Estados Unidos ante Naciones Unidas, le dijo que carecía de vergüenza. En una de las fotografías que tomaron tras la sesión, se ve a Power de pie, en plena discusión con Churkin, mientras este está sentado y la mira con algo de sorpresa, con los ojos muy abiertos. Detrás, un público breve de diplomáticos sonríe, como si se tratara de una broma, y otro más arruga el rostro para representar cierta preocupación: parece que está pensando “te estás deshaciendo, Churkin”. Power lo declaró, tras su muerte, un “maestro de la diplomacia”.

Churkin fue el encargado, junto con Lavrov, la estrategia diplomática de Rusia de cara a los múltiples frentes que se abrían durante la presidencia de Putin. Un punto central estaba claro: la diplomacia debía ser una lucha contra la hegemonía de Occidente —así lo han dicho, con esas palabras, funcionarios al mando de Putin—. En ese sentido, Churkin acusó en numerosas ocasiones a Occidente de forjar revoluciones en contra de Rusia a través de ambientes como el de la guerra en Ucrania. También dijo que los tanques rusos nunca llegaron al país vecino, ni que los rusos apoyaron el derrocamiento de Víctor Yanukovich, el malogrado mandatario de Ucrania.