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Brasil: entre la indignación y la esperanza

En medio de discusiones, protestas, mandatos de prisión, trucos políticos y procesos, el país busca un camino democrático para corregir el rumbo.

Enrique Castro*
15 de mayo de 2016 - 02:03 a. m.
La policía lanza gas pimienta sobre un grupo de simpatizantes de Dilma Roussef en Brasilia. / EFE
La policía lanza gas pimienta sobre un grupo de simpatizantes de Dilma Roussef en Brasilia. / EFE
Foto: EFE - Fernando Bizerra Jr.

En medio de las cifras récord de los últimos meses, no solo en términos de corrupción sino de órdenes de arresto, prisión de políticos y empresarios famosos e innumerables “delaciones premiadas”, Brasil parece estar haciendo una “limpieza general” de la casa que hace mucho tiempo el país necesitaba.

El más famoso de los procesos que avanzan en la justicia actualmente es conocido como “Lava Jato” y ha logrado develar sofisticadas estructuras de corrupción, sobornos y lavado de activos relacionados con la empresa nacional de petróleo de Brasil, Petrobras. Las fases de investigación que aún están por venir prometen muchas sorpresas.

En ese escenario conturbado, con frecuentes manifestaciones públicas que parecen mostrar lados políticos antagónicos, se percibe en la gente –por lo menos aquí en Brasilia, la capital– una cierta unión en torno del deseo de que la corrupción acabe y del descrédito total en la clase política. Principalmente en los partidos tradicionales como el Partido de los Trabajadores (de Lula y la saliente presidenta Dilma Rousseff) y el PMDB (de Eduardo Cunha, hasta hace poco presidente de la Cámara de los Diputados, envuelto en diversas investigaciones y denuncias y principal promotor del proceso de impeachment contra Dilma).

La Policía, el Ministerio Público (equivalente a la Procuraduría de Colombia) y en particular el juez Sergio Moro sobresalen casi como héroes, porque entre tanto enredo legal, político, demandas y argumentaciones a favor y en contra, solo ellos han logrado darle al país una luz de esperanza en que la democracia y la justicia se van a imponer y en que la impunidad (ya famosa y casi que comúnmente aceptada en Brasil) no va a reinar esta vez.

Hacía mucho tiempo en que la política no era tema de las conversaciones de cada día en las calles y lugares de trabajo, hasta parece una novela y no en pocas ocasiones aparece con sorpresas y emociones mayores que las vistas en la TV. La gente sigue con atención las noticias entre risas e incredulidad. Por momentos el ambiente es heroico, como las grabaciones telefónicas reveladas por el juez Sergio Moro a último momento en un esfuerzo desesperado por impedir el nombramiento de Lula como ministro de la casa civil (intento fallido de darle fuero especial ante un posible juzgamiento), por momentos desvergonzado, como durante las muchas veces en que otros diputados llamaron de canalla, ladrón y corrupto a Eduardo Cunha mientras presidía la sesión de la Cámara de los Diputados que aprobó el inicio del impeachment.

Y en otras resulta caricaturesco, como el último intento de la base de gobierno por enredar el proceso cuando el presidente encargado de la cámara, Waldir Maranhão, declaró “olímpicamente” nula la sesión de la Cámara en que fue aprobada esa etapa inicial del proceso. Ese último hecho fue realmente inesperado y ridículo, tanto que la mayoría prefirió ignorarlo y el propio autor tuvo que retractarse formalmente al día siguiente, prácticamente enterrando su carrera política por ese desliz.

Michel Temer nunca brilló como vicepresidente y, como sucede en muchos otros países, era apenas la figura que reemplazaba a Dilma cuando ella no podía asistir a algún evento y se encargaba de cosas protocolares de menor importancia. Pero la sucesión de errores políticos y de gestión de Rousseff fue tan grande y notoria que la gran mayoría del país confía en que cualquier otro con un mínimo de olfato político puede hacer las cosas mejor que ella.

Temer no es muy popular y todo el mundo sabe que tendrá que tomar decisiones fuertes y tal vez dolorosas, como reajustar los criterios de la providencia social para pensiones, disminuir el número de ministerios (que de 39 pasan a ser 29) y muchas otras en términos de política fiscal y monetaria. Aun así, lo que ha sucedido y el cambio obligatorio de presidente hacen que mucha gente crea de nuevo en el país y tenga esperanza en la recuperación de la economía.

Aunque Temer es un político hábil, que ya fue presidente de la Cámara de los Diputados y tiene habilidad de negociación, la mayoría de la gente cree que logrará articular de mejor forma el apoyo del Congreso para aprobar las diferentes reformas que son necesarias. Varios de los elegidos para los cargos “clave”, como el Ministerio de Hacienda o el Banco Central, gozan de crédito en el mercado. El optimismo no es amplio pero es real, las decisiones iniciales del nuevo gobierno serán muy importantes para mostrar el nuevo rumbo.

En términos inmediatos, Brasilia, una ciudad en que casi todo gira en torno al gobierno y los cargos públicos, hay un clima de preocupación contenida, porque además de la reducción/fusión de ministerios, se prevén recortes y despidos, principalmente en cargos de asesoría y comisionados. Por otro lado, muchas entidades estaban medio paradas por falta de claridad en sus directivos, que fueron cambiados en varias ocasiones en los últimos meses de negociaciones políticas de emergencia.

Como el dinero está escaso y el país aún se siente sumergido en la crisis, el momento parece ideal para hacer reformas notables en la máquina pública, que continúa siendo pesada y burocrática. De otra parte, sin dinero para inversión el nuevo gobierno apuesta por un cambio favorable para promover exportaciones y porque los reajustes prometidos hagan que la inversión local y extranjera se reactiven. Los próximos Juegos Olímpicos y Paralímpicos serán el escenario perfecto para saber si el país está corrigiendo el rumbo o si la crisis empeora.

¿Qué sigue para Dilma Rousseff?

Desde que una mayoría del Senado brasileño votó a favor de que se haga un juicio político a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff quedó suspendida por 180 días, durante los cuales será juzgada por supuestamente manipular las cuentas públicas durante 2014, año de su reelección. Mientras tanto, el presidente interino del país es Michel Temer, vicepresidente y archienemigo de Rousseff.

La sesión final del juicio tendrá lugar en el plenario del Senado, bajo la dirección del presidente del Supremo Tribunal Federal (STF). En esta sesión única, en la que el presidente del Senado puede votar por que no la dirige, se presentarán los alegatos finales de parte del senador que haya instruido el caso y de la defensa de la presidenta. Son necesarios dos tercios de los votos del Senado (54 de un total de 81) para destituir definitivamente a la mandataria, cualquiera sea el número de los presentes. De lo contrario, reasumiría inmediatamente sus funciones. Mientras está suspendida del cargo recibirá la mitad del salario.

*Colombiano radicado en Brasilia.

Por Enrique Castro*

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