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El ajedrez político de Brasil

Las elecciones del domingo muestran carencia de líderes y de un nuevo proyecto para el país. Sin embargo, su efecto dominó en la región y a nivel internacional será impredecible.

Beatriz Miranda Cortés
01 de octubre de 2014 - 04:16 a. m.
Seguidores de Marina Silva marchan en Río de Janeiro. / AFP
Seguidores de Marina Silva marchan en Río de Janeiro. / AFP
Foto: AFP - CHRISTOPHE SIMON

Estamos ante la elección más importante del continente, debido no sólo a su impacto doméstico, sino al contexto regional e internacional, pues Brasil es la economía más grande de América Latina y se posiciona como la séptima economía del mundo, a pesar del bajo crecimiento del Producto Interno Bruto en 2014. Estas elecciones han demostrado la crisis de representatividad de los partidos políticos en el país. La meta de la oposición, en concordancia con intereses internacionales, es sacar al Partido de los Trabajadores del poder después de tres mandatos consecutivos.

Cuando se empezó la carrera electoral, las encuestas señalaban la preferencia por la presidenta Dilma Rousseff, seguida de Aécio Neves, candidato del Partido de Centro PSDB, y Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB). que tenía solamente 5% de intención de votos.

Sin embargo, la trágica muerte de Eduardo Campos, la conmoción nacional y la rápida decisión del partido de sustituirlo por Marina Silva desequilibraron la campaña y, con la ayuda de los medios de comunicación, este hecho sobreviniente la catapultó. En Brasil, los Pearl Harbor y los 11-S, más allá de la tragedia, también existen. Hasta ahora no hay claridades suficientes sobre este accidente, pero algo es cierto: Campos no hubiera podido sacar al Partido de los Trabajadores del poder.

Antes de la muerte de Eduardo Campos, y a pesar de los 20 millones de votos que había logrado en las elecciones anteriores como candidata a la Presidencia de la República, Marina Silva representaba un obstáculo para el partido en las negociaciones con sus aliados en los principales estados de Brasil por su radicalismo. A pesar de ello, en menos de un mes se convirtió en un fenómeno electoral.

Con un programa extenso, pero difuso y ajustado a las circunstancias y a los condicionamientos de sus nuevos aliados, da la impresión de ser la persona apropiada para inaugurar la era pos-PT en Brasil. Marina Silva nació y creció en las alas del PT, luego transitó por los pasillos del Partido Verde y del PSOL y ahora es huésped de Partido Socialista Brasileño, por ser la última alternativa para postularse en estas elecciones.

Durante las protestas de 2013, M arina jamás fue un blanco de ataques por tener una imagen “no contaminada”. La incapacidad del Gobierno para transformar las calles en un espacio de reflexión y controversias constructivas impidió la conexión del PT con la agenda de los Movimientos Sociales, paradójicamente su lugar de origen. La extrema izquierda, representada por cuatro partidos, tenía solamente el 1% de la intención de voto. Por otro lado, el enfrentamiento mediático entre PT y PSDB provocó el cansancio de los electores, abriendo las puertas para Marina Silva.

Nadie desconoce el valor de su historia personal y su trayectoria como ambientalista, pero la pregunta es si, además de ser la persona ideal para sacar el PT del poder, ¿será Marina Silva apta para afrontar los desafíos estructurales de Brasil, más allá del desencanto de los brasileños por los esquemas de corrupción y clientelismo que han permeado a los partidos?

Alrededor de Marina, la derecha nacional se reorganiza, demostrando la habilidad de la candidata para adaptar su agenda política a las circunstancias. Con un discurso de apertura económica, control de los gastos públicos, la independencia del Banco Central, la extinción de la cláusula de la negociación en bloque en el ámbito del Mercosur, Marina apunta a anacrónicas estrategias con la esperanza de transformación. Las elecciones de Brasil, a pesar de decisivas, muestran carencia de líderes y de un nuevo proyecto de país, pero su efecto dominó en la región y a nivel internacional será impredecible.

Por Beatriz Miranda Cortés

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