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Europa en guerra

El influyente presidente del Soros Fund Management y autor de ‘La tragedia de la Unión Europea’ analiza el futuro inmediato del Viejo Continente.

George Soros Nueva York / Especial para El Espectador
23 de enero de 2015 - 01:41 a. m.
Los ministros de Exteriores Sergei Lavrov (Rusia), Frank-Walter Steinmeier (Alemania), Pavló Klimkin (Ucrania) y Laurent Fabius (Francia) antes de su encuentro en Berlín, Alemania, el 21 de enero, en busca de “fórmulas para desactivar la crisis en el este de Ucrania”. / EFE
Los ministros de Exteriores Sergei Lavrov (Rusia), Frank-Walter Steinmeier (Alemania), Pavló Klimkin (Ucrania) y Laurent Fabius (Francia) antes de su encuentro en Berlín, Alemania, el 21 de enero, en busca de “fórmulas para desactivar la crisis en el este de Ucrania”. / EFE
Foto: EFE - MICHAEL SOHN / POOL

Al invadir a Ucrania en 2014, la Rusia del presidente Vladimir Putin ha lanzado un desafío fundamental a los valores y los principios con los que se fundó la Unión Europea y al sistema, basado en normas, que ha mantenido la paz en Europa desde 1945. Ni los dirigentes de Europa ni sus ciudadanos son plenamente conscientes del alcance de dicho desafío y mucho menos de cómo abordarlo.

El régimen de Putin está basado en el imperio de la fuerza, manifestado en la represión en su país y en la agresión en el exterior, pero ha conseguido una ventaja táctica, al menos a corto plazo, sobre la UE y Estados Unidos, que están decididos a evitar una confrontación militar.

Rusia se anexionó a Crimea violando las obligaciones que le imponen los tratados y estableció enclaves separatistas en la región de Donbas, en la Ucrania oriental. Cuando pareció, el pasado verano, que el gobierno de Ucrania podía ganar la guerra en Donbas, Putin ordenó una invasión de fuerzas armadas regulares rusas. Los preparativos para una segunda ola de acciones militares comenzaron en noviembre, cuando Putin brindó a los separatistas una nueva afluencia de columnas blindadas y de personal.

Es triste que Occidente sólo haya proporcionado a la Ucrania asediada una fachada de apoyo. Igualmente preocupante ha sido la continua renuencia de los dirigentes internacionales a proporcionar nuevos compromisos financieros a Ucrania, pese a la presión en aumento a sus reservas de divisas y el espectro de un auténtico hundimiento. A consecuencia de ello, la simple amenaza de acciones militares puede ser suficiente para provocar el desplome económico de Ucrania.

Putin parece contemplar la posibilidad de un gran pacto, con lo que Rusia continuaría la lucha contra el Estado Islámico —por ejemplo, al no proporcionar misiles S300 a Siria (y con ello preservar el dominio aéreo de EE.UU.)— a cambio de que EE.UU. le entregara el control de su —así llamado— “exterior cercano”. Si el presidente de EE.UU., Barack Obama, aceptara semejante pacto, toda la estructura de las relaciones internacionales quedaría peligrosamente modificada en pro del uso de la fuerza. Sería un error trágico, con consecuencias geopolíticas transcendentales.

El desplome de Ucrania sería una pérdida tremenda para la OTAN e indirectamente para la UE y EE.UU. Una Rusia victoriosa representaría una poderosa amenaza para los estados bálticos, con sus grandes poblaciones étnicas rusas. En lugar de apoyar a Ucrania, la OTAN tendría que defenderse en su propio suelo, con lo que expondría a la UE y a EE.UU. al peligro que tanto han querido evitar: la confrontación militar directa con Rusia.

La amenaza a la cohesión política de la UE es aún mayor que el riesgo militar. La crisis del euro ha transformado una unión, cada vez más estrecha, de estados soberanos, iguales y dispuestos a sacrificar una parte de su independencia por el bien común, en una asociación de países acreedores y deudores, en la que a estos últimos les cuesta cumplir las condiciones de aquéllos.

La nueva UE no es igual ni voluntaria. En realidad, para muchos jóvenes de los países deudores la UE parece un opresor exterior y el 30%, aproximadamente, del recién elegido Parlamento Europeo hizo campaña con plataformas antieuropeas.

Esa debilidad interna es la que ha permitido a la Rusia de Putin, que en sí misma no es precisamente atractiva, ascender como rival potente de la UE. El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha llegado hasta el extremo de citar a Putin como su verdadero modelo... y no es una anomalía.

Ni los dirigentes de Europa ni sus ciudadanos parecen reconocer que el ataque de Rusia a Ucrania es un asalto indirecto a la UE y a sus principios de gobernación. Debe quedar claro que es inapropiado que un país o una asociación de países en guerra apliquen la austeridad fiscal, como sigue haciendo la UE. Se deben poner todos los recursos disponibles al servicio del esfuerzo de guerra, aunque ello requiera la acumulación de déficits presupuestarios.

Europa tiene la suerte de que la canciller de Alemania, Ángela Merkel, se ha comportado como una verdadera europea en relación con la amenaza planteada por Rusia. Como principal defensora de las sanciones, ha estado más dispuesta a desafiar a la opinión pública alemana y los intereses empresariales a ese respecto que a ningún otro, pero Alemania ha sido también la defensora principal de la austeridad fiscal y Merkel debería entender la contradicción entre esas posiciones.

Las sanciones contra Rusia son necesarias, pero no carecen de consecuencias. Las economías europeas, incluida Alemania, están sufriéndolas, pues los efectos depresivos de las sanciones agravan las fuerzas recesivas y deflacionarias ya existentes. En cambio, ayudar a Ucrania a defenderse de la agresión rusa tendría un efecto estimulante en Ucrania y en Europa.

Los miembros de la UE están en guerra... y deben empezar a actuar en consecuencia, lo que significa modificar sus compromisos con la austeridad fiscal y reconocer que se encontrarán mejor ayudando a Ucrania a defenderse que abrigando la esperanza de no ser ellos mismos quienes tengan que defender a la UE.

Ucrania necesita una inyección inmediata de unos US$20.000 millones, con la promesa de añadir más cuando sea necesario, para salvarla de un desplome financiero. El Fondo Monetario Internacional podría aportar esos fondos, como lo hizo anteriormente, y la UE prometer que igualaría la contribución del FMI. Los gastos reales seguirían controlados por el FMI y sujetos a la aplicación de reformas estructurales trascendentales.

En Ucrania hay un factor más que redunda en provecho de la UE: los nuevos dirigentes del país están decididos a corregir la corrupción, la mala gestión y los abusos de los gobiernos anteriores. De hecho, ya ha formulado una estrategia detallada para reducir a menos de la mitad el consumo de gas de los hogares, con el fin de dividir el corrupto monopolio del gas que representa Naftogaz y poner fin a la dependencia energética de Rusia.

La “nueva Ucrania” es resueltamente proeuropea y está dispuesta a defender a Europa defendiéndose, pero sus enemigos —no sólo la Rusia de Putin, sino también su burocracia y su oligarquía financiera— son formidables y por sí sola no puede derrotarlos.

La inversión de apoyar a Ucrania en 2015 y años posteriores es la más rentable que puede hacer la UE. Podría ayudarla incluso a recobrar el espíritu de unidad y prosperidad compartida que propició su creación. En una palabra, salvando a Ucrania la UE podría salvarse a sí misma.

 

 

 

 

 

 

* Traducido del inglés por Carlos Manzano. Copyright: Project Syndicate, 2014.

Por George Soros Nueva York / Especial para El Espectador

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