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Expectativa por exhumación del cuerpo de Yasser Arafat

Nabil Abdo, funcionario de Al Fatah en Ramala, dice que no se necesitan más evidencias para saber quién mató al líder palestino.

Daniel Salgar Antolínez
26 de noviembre de 2012 - 11:45 p. m.
Palestinos se pasean por el mausoleo de Arafat. Esperan conclusiones sobre las causas de su muerte. / EFE
Palestinos se pasean por el mausoleo de Arafat. Esperan conclusiones sobre las causas de su muerte. / EFE

Así como la mayoría de palestinos, Nabil Abdo está convencido de que Israel es el autor de la muerte de su amigo y compañero en la resistencia armada, Yasser Arafat, el líder que, ocho años después de fallecer, es aún el referente de la lucha por la autodeterminación de Palestina. Hoy, la tumba de Arafat —ubicada junto a la sede de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Ramala, Cisjordania— será abierta por expertos de Suiza, Rusia y Francia, que buscarán pistas sobre las causas exactas de su muerte.

Abdo, funcionario de Al Fatah en Ramala, recuerda a Arafat como “un hombre duro y a la vez blando. Muy tierno, cariñoso y decidido. Para nosotros era padre, hermano y compañero. Siempre estaba en el frente de batalla y nunca dejó su pistola a un lado. Nunca”.

El 21 de marzo de 1968 Abdo era un joven integrante de la resistencia armada de Al Fatah cuando conoció a Arafat, que era el máximo jefe de ese movimiento y presidía el comité ejecutivo de la Organización para la Liberación Palestina (OLP). “En el Valle del Jordán lo conocí después de una batalla en la que éramos 122 combatientes contra el inmenso ejército israelí que atacó a la aldea de Al Karama. Resistimos y fue la primera vez que los israelíes recibieron una derrota”, dice Abdo a El Espectador en Ramala, donde en las calles abundan fotos de Arafat con su pañuelo palestino, y a donde llegan familias enteras de todos los rincones de Cisjordania para dejar flores en el mausoleo de su mítico dirigente, hoy cerrado para la investigación.

Así nació su amistad con Arafat, que solo se interrumpió con la misteriosa muerte del histórico dirigente el 11 de noviembre de 2004 en el hospital militar de Percy, en París. Los expertos europeos que exhumarán el cadáver buscan verificar una tesis planteada en un documental de Al Jazeera en junio de este año, que citaba los resultados del examen que el Instituto de Radiofísica de Lausana hizo a la ropa de Arafat, en la que habrían hallado restos de polonio 210, una substancia altamente radiactiva.

Para Abdo, sin embargo, la exhumación no tiene sentido: “En Percy hay pruebas de sangre y tejido, ¿para qué buscan en su cuerpo? El polonio tiene vida de ocho años científicamente. Se acaban de cumplir los ocho años de su muerte, ¿Qué van a encontrar?”.

Además, Abdo dice que no necesita pruebas: “Sabemos que la muerte no fue natural, sino a través de un veneno. Cómo llegó el veneno, no sabemos. No hay pruebas. ¿Pero qué más quiere uno que el reconocimiento del autor? Hay una conversación telefónica entre Ariel Sharon (exprimer ministro israelí) y los norteamericanos, diciéndoles que ‘ya no tengo este compromiso de no matar a Arafat’. Además, dos dirigentes israelíes de alto rango anunciaron en los medios que tenían la intención de matarlo. Si esto no es suficiente, solo haberlo tenido encarcelado durante tres años en una habitación, sin que le entrara el sol, es una manera de matarlo despacio”.

Arafat permaneció sitiado por el ejército israelí en la Muqata, el palacio presidencial en Ramala, antes de ir a Francia en noviembre de 2004, aconsejado por sus médicos ante el deterioro de su salud. Cuatro días antes de su partida, Abdo había ido a visitarlo. Se tomaron fotos y Arafat le pidió que llevara a unos españoles a conocer la iglesia de Santa Bárbara, que acababa de ser destruida por los israelíes. “Fue la última vez que lo vi. Cuando volvió era solo el cadáver”.

Aunque hoy la ANP, como lo intentó hacer Arafat con los Acuerdos de Oslo, usa la diplomacia para lograr el reconocimiento de Palestina como Estado, Abdo señala que tanto él como los otros compañeros de Arafat no dudarían en volver a la lucha armada. “Cuando yo era muy joven el ejército israelí nos atacaba con aviones Mirage. Nosotros acabábamos de recibir cañones antiaéreos rusos y fui uno de los primeros en aprender a usarlos. Impacté a uno de esos Mirage y luego Arafat, en reconocimiento, me regaló una pistola Smith que aún guardo como recuerdo. No dudaría en volver a usarla, siempre y cuando sea en el marco de la resistencia legal a la ocupación, en la defensa de los derechos humanos, y cuando no haya otra alternativa. La puntería no la he perdido”.

Por Daniel Salgar Antolínez

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