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Francia disminuida sería el fin de Europa

La UE la tiene en la mira porque es demasiado grande y los sistemas sociales y de bienestar son muy inflexibles.

Philip Stephens
01 de junio de 2014 - 02:00 a. m.
François Hollande, presidente de Francia. / AFP
François Hollande, presidente de Francia. / AFP

El verdadero terremoto fue la caída del Muro de Berlín. Un cuarto de siglo más tarde, Europa todavía es sacudida por sus efectos. Vladimir Putin quiere revivir el imperio soviético. Francia está tambaleándose en una Europa dominada por una Alemania reunificada. El presidente de Rusia fracasaría, pero puede crear problemas antes de hacerlo. Francia, entretanto, se fustiga antes de admitir que Europa ahora pertenece a alguien más.

Los líderes de Europa imaginaron que la vida después del comunismo seguiría más o menos igual. La Unión Europea (UE) integraría a las nuevas democracias del este y una moneda única diluiría la dominancia del marco alemán y anclaría a Alemania en el orden europeo existente. Pero eso fue en ese entonces.

Las elecciones de la semana pasada al Parlamento Europeo no fueron un afán populista, como dijeron algunos titulares. Sin embargo, la protesta antiélite, antiinmigración y, en algunos casos, anti-UE, fue clara. En Francia, Gran Bretaña y Dinamarca, la derecha xenófoba logró importantes avances. En otros lugares, el voto de los molestos se fragmentó entre la derecha y la izquierda. Los populistas y los euroescépticos tienen ahora el 30% de las curules en la asamblea de la UE.

La sorpresa es que a alguien le haya sorprendido el resultado. El continente ha sufrido cinco duros años de caídas en los estándares de vida, de un desempleo en aumento y de austeridad inducida por el gobierno. Sin tener en cuenta a Ángela Merkel, en Alemania, el continente no ha tenido líderes que inspiren la confianza de sus pueblos. Los sistemas de bienestar diseñados para otra época están sufriendo bajo la presión de la globalización.

Los mecanismos de la integración europea no son el problema principal. Las inseguridades y desigualdades que genera la globalización no son culpa de la UE. Si hay una crítica seria que deba hacerse es que la unión no ha logrado hallar una estrategia económica y política que demuestre que los estados miembros estarían mucho peor por su cuenta.

Estas fueron elecciones nacionales más que europeas. Los golpes más fuertes provinieron de Francia y Gran Bretaña: el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen empujó al partido de centro derecha UMP y a los socialistas del presidente François Hollande a segundo y tercer lugar, respectivamente; y el partido Independencia Gran Bretaña (Ukip, por sus siglas en inglés), de Nigel Farage, logró la votación más alta en el Reino Unido. Las encuestas de opinión en Francia arrojaron que los votantes del FN estaban mucho más interesados en golpear a la élite y demostraban preocupación por temas como la inmigración y el empleo.

Los resultados en Francia son más importantes, y no sólo porque la sonrisa de Le Pen no logre esconder las raíces fascistas y antisemitas del FN. Gran Bretaña se ha estado distanciando del continente durante algún tiempo. Si fuese a salir de la UE, la Unión sufriría un golpe fuerte, pero no mortal. Francia, en cambio, es un pilar esencial. Sin Francia, el euro y todo el proyecto europeo colapsaría.

La prolongada impopularidad de los sucesivos gobiernos de Francia ha comenzado a hacer que lo impensable parezca pensable. Si usted habla con los políticos de Alemania sobre el futuro de Europa, están preocupados por Francia.

Es tentador culpar a Hollande. Es justo decir que desperdició los primeros dos años de su presidencia haciendo pensar que había una forma no dolorosa de volver a darle un impulso a la economía. Este año prometió un giro, pero aún hay dudas.

Hollande es uno de una larga fila. Su antecesor, Nicolás Sarkozy, prometió una “ruptura” con las políticas económicas estatistas. Sin embargo, escasamente sacudió las aguas. Han pasado más de 30 años desde que Francia equilibró su presupuesto y parece que hubiera pasado casi tanto tiempo desde que el desempleo estuvo cómodamente por debajo de 10%. Es triste decirlo, pero el FN, un partido que es tan desagradable como carente de respuestas, fue el que obtuvo ventajas en este voto contra el fracaso económico.

Lo extraño es que Francia no es el caso perdido que muchos anglófonos creen. Tiene alta productividad, compañías de nivel mundial, trabajadores bien preparados y, al menos en términos europeos, un perfil demográfico mejor que el de muchos de sus vecinos. El problema es que el Estado es demasiado grande y los sistemas sociales y de bienestar son demasiado inflexibles. Sobre todo, Francia no ha tenido un líder con la fortaleza política y la sinceridad para solucionar los problemas. El voto a favor de Le Pen fue una poderosa advertencia de los peligros de la inacción. Los populistas no van a echar abajo la UE, pero una Francia debilitada sí.

Por Philip Stephens

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