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Hugo Chávez y Rafael Correa: Enfermedad y victoria

Mientras el destino del venezolano se ha querido vincular al debilitamiento y fin de la izquierda bolivariana, la victoria electoral de Correa muestra signos de lo contrario.

Miguel Benito*
20 de febrero de 2013 - 12:41 p. m.

Hugo Chávez y Rafael Correa son dos caras de una misma moneda. La de una izquierda latinoamericana reinventada, que cambió sin cambiar, cargada con un bagaje de violencias –causadas y sufridas-, fracasos y frustraciones, y que, por medio de las urnas, alcanzó el poder cuando parecía más improbable.

Actualmente, Hugo Chávez y Rafael Correa representan también el contraste entre la enfermedad del venezolano y la victoria del ecuatoriano, reelecto para un nuevo período presidencial. Mientras el destino del venezolano se ha querido vincular al debilitamiento y fin de la izquierda bolivariana en América Latina, la victoria electoral de Rafael Correa muestra signos de lo contrario.

El regreso de Hugo Chávez a Venezuela, junto con las fotos publicadas en días previos, en las que aparecía en compañía de sus hijas, leyendo el diario cubano Granma, podrían interpretarse como síntomas de recuperación, pero el secretismo constante que ha acompañado todo el tratamiento de Hugo Chávez nos aboca a nuevas especulaciones. ¿Qué creer? ¿Lo que dice el gobierno venezolano que, en repetidas ocasiones aseguró que Chávez encaraba las elecciones curado y en plenitud para asumir sus funciones? ¿O lo que dicen que la enfermedad es terminal y que han vaticinado repetidamente la inminente muerte, que no acaba de llegar, del caudillo bolivariano? La opacidad es el campo abonado para especulaciones y rumores. Para incertidumbre e inquietud.

Las fotos de La Habana y los tuits anunciando el regreso a Venezuela –tras más de setenta días ausente–, no dejan de ser testimonios de parte que, en ausencia de un informe médico sobre el estado real del paciente, sólo constituyen una prueba de supervivencia que da tiempo a Nicolás Maduro para consolidar una alianza entre los distintos sectores del chavismo que, llegado el caso, asegure una sucesión sin escisiones. Porque el desafío actual del Partido Socialista Unido de Venezuela no pasa tanto por ganar unas, más o menos cercanas elecciones sin Chávez, como por ser capaz de mantener la gobernabilidad del país. ¿En ausencia del líder carismático, Maduro podría gobernar y mantener altos niveles de apoyo popular y dentro del PSUV?

Mientras tanto en Ecuador, Rafael Correa alcanzó con contundencia, en primera vuelta, su reelección. Aproximadamente el sesenta por ciento del electorado apostó por la Alianza País, que lidera Correa. Quizá el mejor aliado de Correa para su reelección ha sido la oposición, incapaz de crear una plataforma común o de plantear propuestas electorales que realmente supusiesen una alternativa y superasen el simple rechazo al actual mandatario. Cara victoriosa de la izquierda continental.

En este sentido, las elecciones departamentales venezolanas y presidenciales ecuatorianas parecen contradecir a aquellos que han repetido hasta la saciedad que la izquierda bolivariana desaparecerá con la muerte de Hugo Chávez. De momento su grave enfermedad –aún de resultado incierto- no ha supuesto un debilitamiento electoral significativo del Socialismo del Siglo XXI.

¿Los destinos políticos de Correa, Morales, Ortega, Kirchner y otros están ligados al cáncer de Chávez? Creo que no. La muerte de Chávez supondría la desaparición de un referente de la izquierda latinoamericana, de su cara más reconocible. La proyección continental del Socialismo del Siglo XXI quizá quedaría debilitada, pero que haya cambio en cada uno de los países del ALBA dependerá realmente de sus propias dinámicas internas. De los logros y fracasos de sus respectivos gobiernos, de las propuestas y candidatos que presenten las organizaciones opositoras.

Paradójicamente, a corto plazo, Venezuela sin Chávez, con la sombra de una crisis de gobernabilidad, supone más incertidumbre para Colombia y Cuba que para Ecuador y Bolivia.

*Profesor de la Universidad Externado.

Por Miguel Benito*

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