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¿A qué juega Corea del Norte?

La decisión de dar un paso más en su objetivo de dotarse de armamento atómico conjugó varios factores, entre los cuales están el interés de responder a las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad el pasado 24 de enero.

Pío García
13 de febrero de 2013 - 04:55 p. m.
Activistas surcoreanos protestan contra el líder norcoreano Kim Jong-Un por la más reciente prueba nuclear. / AFP
Activistas surcoreanos protestan contra el líder norcoreano Kim Jong-Un por la más reciente prueba nuclear. / AFP

La política nuclear de Corea del Norte añade nuevos ingredientes explosivos a la caldeada situación en Asia Oriental, donde China y Japón protagonizan una pugna militar y diplomática por la soberanía de un archipiélago despoblado pero rico en pesca e hidrocarburos. El 12 de febrero, en su nuevo ensayo atómico, el gobierno norcoreano estalló un artefacto de 7 kilotones, equivalente a la mitad de la bomba arrojada por los estadounidenses sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945.

La detonación ocurrió en el centro experimental de Punggye-ri, en la costa nororiental del país, a una profundidad de un kilómetro, desde donde generó un sismo de 5 grados. La decisión norcoreana de dar un paso más en su objetivo de dotarse de armamento atómico conjugó varios factores, entre los cuales están el interés de responder a las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad el pasado 24 de enero por el lanzamiento de un cohete de largo alcance sobre el Pacífico, un homenaje al padre recién fallecido del mandatario actual el día de su cumpleaños y el mensaje inclemente en la antesala a la alocución del presidente norteamericano sobre el Estado de la Nación. Por supuesto, la recriminación por parte de las grandes potencias fue inmediata, en tanto que varias de ellas acordaron el pronunciamiento del Consejo de Seguridad de “condena fuerte” del experimento norcoreano. ¿Por qué persiste Pyongyang en lograr el status de potencia atómica en contra de las decisiones de las Naciones Unidas y a un costo tan elevado para un país sumido en la pobreza?

Las ambiciones nucleares norcoreanas suelen ser apreciadas con facilidad y rapidez en los medios de comunicación y por ciertos analistas como el ejemplo de la irracionalidad y la irresponsabilidad por parte de una casta militar que se regocija en mantener oprimido a un pueblo que no merece tal trato. Legitimar una administración nacional suele ser un mecanismo recurrente de las medidas de confrontación, bajo la idea de unificar los intereses colectivos frente a un enemigo externo. En el caso norcoreano no se puede descartar un propósito de este porte en la política nuclear. Sin embargo, el tipo de legitimidad que busca Kim Jong-un parece estar relacionado más con la urgencia de emprender reformas económicas que dinamicen la producción a través de una mayor participación de la iniciativa privada. De hecho, el excesivo estatismo ha dado lugar a formas muy obsoletas en la agricultura y la industria, que conducen a un mercado desabastecido y al dramático aumento de las necesidades sociales no resueltas.

El contrapunteo con el Consejo de Seguridad y la Agencia Internacional de la Energía Atómica tiene que ver aún más, quizás, con el desespero por parte de una dirigencia que no logra insertarse en términos favorables en el ordenamiento global o, al menos, regional. Mientras para la mayoría de los políticos y la opinión pública mundial se trata de un país paria delirante, los líderes norcoreanos se sienten en la condición más bien de chivo expiatorio que enfrenta no tanto la amenaza de ocupación sino el desdén por parte de quienes podrían ayudarlos a salir de la encrucijada. Las acciones exasperadas responden en su imaginario a las frustraciones reiteradas, de modo que propugnan gestos de choque para generar las reacciones por medio de las cuales se lo tenga en cuenta como un actor fiable de la comunidad internacional.

Amparada por varias décadas por el escudo protector del aparato militar y por los subsidios soviéticos, Corea del Norte entró a un verdadero limbo una vez desintegrado el bloque socialista, en 1991. Ese mismo año, su segundo aliado histórico, China, estableció relaciones diplomáticas con Corea del Sur, hecho que agudizó los temores de Kim Il-sung de ser lanzado al ostracismo. Por eso años, sobre la base de los equipos heredados de la Unión Soviética, se da comienzo al programa nuclear. La cooperación con los organismos internacionales opera por un tiempo y se avanza en un proyecto conjunto con Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, orientado a brindarle nuevos reactores atómicos para la generación de energía eléctrica y la garantía de trigo y petróleo, según lo estipulado en el Acuerdo Marco de 1994, que ninguno de los compromisarios involucrados cumplió. Tras una fase de repentina colaboración con Surcorea después de 1998, en 2003, por insistencia china se abrió el Diálogo de 6 Bandas, en el cual ambas coreas, Estados Unidos, Rusia, Japón y la misma China buscaron alternativas económicas para el país, sin resultados efectivos. Ante la ausencia de soluciones, vino la primera explosión atómica en octubre de 2006 y, para presionar aún más al gobierno de Obama, un segundo ensayo tuvo lugar en mayo de 2009.

Hoy día, con el Consejo de Seguridad en su contra, cuanto más se empeña Pyongyang en tener una capacidad atómica disuasiva, que alcanzará cuando logre disminuir el tamaño de sus bombas para convertirlas en ojivas instalables en sus misiles transcontinentales, más se aleja del objetivo de ser ayudado a remediar su crisis económica y social. Esta diplomacia de la rudeza está acompañada por la crueldad del vecindario y de Estados Unidos, dado que una Norcorea virulenta es lo que necesitan para avivar sus decisiones de robustez militar y nacionalismo, ya que Japón y Corea del Sur profundizan así la cooperación militar con Estados Unidos, Rusia aumenta sus destacamentos en el Pacífico y China evita que una península coreana unificada bajo el gobierno de Seúl acerque aún más las tropas estadounidenses a su frontera. La paranoia norcoreana no viene a ser del todo gratuita, en cuanto el país ha quedado a merced del vaivén geopolítico y de la frialdad de las grandes potencias. Más paradójica será la situación de un país atómico al cual, a pesar de tan enorme capacidad de destrucción, tampoco se lo tome en cuenta.
**Docente-investigador. Universidad Externado
 

Por Pío García

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