Los 43 de Ayotzinapa

La desaparición de los estudiantes en México fue el catalizador que evidenció décadas de violaciones a los derechos humanos, violencia y desigualdad.

Marcela Alcántara Guerra
31 de diciembre de 2014 - 02:00 a. m.
Las protestas en México por la desaparición de los normalistas de Iguala no cesan.  / AFP
Las protestas en México por la desaparición de los normalistas de Iguala no cesan. / AFP
Foto: EFE - MARIO GUZMÁN

Alexánder Mora Venancio soñaba con ser maestro. El joven de origen campesino quería darle un mejor futuro a su familia convirtiéndose en normalista. Estudiaba en la Normal Rural Isidro Burgos en Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, México. Al igual que él, otros 42 jóvenes en situaciones similares de marginación y pobreza desaparecieron la noche del 26 de septiembre. De Mora Venancio se sabe que sus restos calcinados están entre los encontrados en la zona de Cocula, donde, de acuerdo con las autoridades, él y sus compañeros perdieron la vida a manos del grupo delincuencial Guerreros Unidos.

En México, un país que desde hace muchos años preocupa por sus altos niveles de violencia y violaciones a derechos humanos, fue la tragedia de estos jóvenes lo que despertó la conciencia y la indignación social. Un fenómeno que se ha manifestado no sólo en marchas en varias partes del país y del mundo, sino también a través de organismos internacionales, periodistas y activistas de derechos humanos. Definitivamente, Ayotzinapa y todo lo que ha sucedido después fue el acontecimiento más importante en México durante 2014, al punto de haber quebrado la inercia del presidente Enrique Peña Nieto y su “Mexican Moment”.

Adán Cortés, un joven de la Universidad Nacional Autónoma de México, protesta en Oslo en la entrega del Nobel de la Paz; la primera dama dirige un mensaje a la nación para explicar la procedencia de los recursos de una de sus propiedades; decenas de personas se manifiestan afuera de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington; automóviles arden fuera de las oficinas del Palacio Municipal en Iguala; un grupo de estudiantes cuenta hasta cuarenta y tres en la Feria del Libro de Guadalajara; cuarenta y tres pares de ojos miran a México desde carteles donde debajo de sus nombres se lee la palabra “desaparecido”.

Actualmente el reclamo no es nada más por los desaparecidos, pues la corrupción, la violencia policial y la ineficacia del presidente para hacerse presente en la crisis causaron que ahora no sólo se busque esclarecer lo sucedido en Iguala, sino que aparejados a los gritos de “Justicia” se escuchan los de “Fuera Peña”. Han pasado tres meses desde que la desgracia puso a México y su crisis en derechos humanos en la mira del mundo. Tres meses en los que se derrumbó la luna de miel que Peña Nieto había hecho creer a los mexicanos que vivíamos. La tragedia de la desaparición de 43 normalistas fue el catalizador que puso en evidencia décadas de violaciones a los derechos humanos, la intromisión del narcotráfico en la política, la falta de respuesta del gobierno, la desigualdad social y la violencia. Un solo hecho que aglomeró los males que actualmente aquejan a México.

Sin embargo, no fue sólo la tragedia de la desaparición de los jóvenes en Iguala lo que revolucionó el segundo semestre del año, fueron los cientos de miles de voces que de alguna manera se hicieron presentes y amplificaron la indignación de aquellos que diariamente viven y experimentan la impunidad y la injusticia en México. La población mexicana dio un “ya basta” a los más de 20 mil desaparecidos y 100 mil muertos desde 2007.

El hartazgo colectivo se hizo visible en las manifestaciones en Ciudad de México, donde decenas de miles de personas pidieron justicia, no sólo para los desaparecidos, sino para el país entero. La sociedad civil se organizó para protestar dentro del país y en las embajadas mexicanas alrededor del mundo, para gritar “¡Justicia!” en el minuto 43 de los partidos de fútbol de la Liga Mexicana y para poner veladoras en sus casas, entre otras expresiones de indignación y solidaridad.

Sin embargo, las manifestaciones han sido más que muestras de empatía, solidaridad e indignación. Tal es el caso del gobernador de Guerrero, que tuvo que dejar su cargo por las presiones mediáticas y de los manifestantes. Igualmente, el escrutinio al que han sido sometidos los funcionarios ha servido para mostrar los retos que tiene México para enfrentar la presente crisis. El gobierno no pudo permanecer sordo ante las demandas de la población y después de más de dos meses de silencio por parte del poder ejecutivo, el presidente anunció un decálogo con el que pretende atender y solucionar las causas estructurales de la desaparición.

Por el momento el gobierno ha suspendido la búsqueda de los estudiantes para concentrarse en otros aspectos de las investigación. Mientras, los padres están en espera de que un grupo de expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos llegue a México a continuar con las investigaciones. Sin embargo, las movilizaciones prosiguen en el país y lo sucedido con los 43 estudiantes continúa encabezando la indignación. Definitivamente, la tragedia ha sido capaz de sacar a la luz una crisis que si bien permanecía latente no había explotado, no al menos de esta manera. Ayotzinapa hizo que el país se diera cuenta del elefante blanco que por mucho tiempo nos habíamos negado a ver.

Por Marcela Alcántara Guerra

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