Publicidad

Los niños de Auschwitz

Al ser liberados de los campos de concentración y exterminio, muchos de los 650 menores se encontraron con un clima social de rechazo y desinterés.

Vanessa Castro / Berlín
10 de marzo de 2015 - 03:20 a. m.
Imágenes de la exposición ‘No olvides tu nombre. Los niños de Auschwitz’, en el Centro de Memoria para la Resistencia Alemana.  / Fotos: Vanessa Castro
Imágenes de la exposición ‘No olvides tu nombre. Los niños de Auschwitz’, en el Centro de Memoria para la Resistencia Alemana. / Fotos: Vanessa Castro

Josif Konvoj recordaba muy poco de su pasado después de su liberación. Sufría de amnesia a causa de los experimentos a los que fue sometido en Auschwitz y a las condiciones miserables en las que vivió en el gueto de Kaunas, en Lituania, desde 1941 hasta el 44. Lo habían separado de su familia, como a los otros niños deportados a los campos de concentración del régimen nazi. Por eso, aquel enero de 1945 viajó junto a unos exprisioneros hacia la República Checa, donde encontró un hogar. Años más tarde, cuando volvió a Lituania, unos oficiales le reprocharon no haber regresado a la Unión Soviética inmediatamente. Lo detuvieron y encarcelaron dos días. Lo amenazaron con enviarlo a Siberia o Kazajistán. Esto no sucedió, pero los problemas continuaron. Para encontrar trabajo debió ocultar su pasado como prisionero.

La de Konvoj es una de las tantas historias de los menores deportados a los campos de concentración que tuvieron que afrontar el rechazo y la reprobación al salir del encierro. Alwin Meyer es el autor de estos relatos publicados en una exposición y en un libro No olvides tu nombre. Los niños de Auschwitz. La obra se exhibe hasta marzo en el Centro de Memoria de la Resistencia Alemana. “Aunque los niños recibieron la atención desinteresada del personal médico, de familias y de organizaciones internacionales, se les llegó a cuestionar por qué habían permitido ser conducidos a los campos de concentración como ovejas, en lugar de morir como héroes de resistencia”, describe Meyer.

Al menos 232.000 niños ingresaron a Auschwitz, judíos, sintis y romas, entre 1 y 17 años de edad. Muchos nacieron en el campo de concentración. Sólo unos 650 sobrevivieron. “Querían ver a sus familias de nuevo, ser niños otra vez”. En aquel tiempo Europa parecía una gran terminal, ciudadanos desesperados intentaban regresar a sus hogares o escapar de la guerra. Los niños mayores emprendieron su viaje con la ilusión de encontrar al menos un familiar vivo, pero casi ninguno estaba en condiciones físicas y mentales para volver enseguida.

Algunos pasaron muchos años en sanatorios y cuando regresaron a sus casas las encontraron ocupadas o destruidas. A los que querían retornar a la Unión Soviética los trataron como sospechosos. “Los investigaron para verificar si habían servido a las SS y, en caso de duda, los tacharon de traidores. A muchos no se les permitió regresar con sus familias, a la escuela o al trabajo. Los deportaron a campos de trabajo en Siberia”, cuenta Meyer. Para evitar estigmatizaciones, los menores que sobrevivieron debieron callar su pasado como esclavos en Alemania. Algunos incluso borraron sus tatuajes con el número de prisionero.

Cicatrices

Los supervivientes como Josif Konvoj se esforzaron por recuperar las memorias de su pasado. Buscaron a sus familiares utilizando sus números de prisioneros, tipos de sangre y algunas fotos de su infancia. Hoy sus cicatrices nos recuerdan el pasado, pero también nos advierten sobre el presente. Aún hay en el mundo una clasificación de ciudadanos de primera y segunda clase, por el color de ojos, de piel o sus orígenes.

Ahora hay más desplazados en el mundo que durante la Segunda Guerra Mundial. A final de 2013, 51,2 millones dejaron sus hogares forzosamente, entre refugiados, desplazados internos asistidos y solicitantes de asilo. Países en vía de desarrollo como Pakistán, Irán, Líbano, Jordania y Turquía acogieron el 86% de esta población. Mientras, la Unión Europea, con mayor capacidad económica, mantiene políticas de asilo más restrictivas. Alemania es uno de los pocos estados de la UE que han acogido más refugiados, aunque la cifra aún es mínima dentro del ámbito mundial. En 2013 había recibido 187.600 de los 11,7 millones de refugiados de Acnur. En la guerra de Siria es el Estado de la UE que ha ofrecido más plazas de reasentamiento, pero sus políticas de asilo no reconocen aún peticiones que vienen de países como Macedonia, con un conflicto étnico en el cual los niños romaníes son discriminados y no pueden, entre otras cosas, asistir a la escuela.

“La legislación de asilo en Alemania es muy restrictiva y los refugiados tienen que pasar meses o años en alojamientos colectivos insuficientes. Los romas en Alemania son los que más sufren, se enfrentan a un racismo profundo”, comenta Yves Müller, del Centro para la Democracia en el barrio berlinés Treptow-Köpenick. “Muchas personas clasifican a los refugiados en buenos y malos, dependiendo de sus países de origen, pero afortunadamente hay muchas también que se manifiestan en contra de la xenofobia”. Los trámites de seguridad social no son los mismos para los niños refugiados y los niños alemanes. “Los niños acogidos aquí tienen el derecho a una educación, pero a veces deben esperar meses para acceder a ella y ésta no responde a sus necesidades”, explica Robin Schulz, máster en ciencias de la infancia y derechos de los niños.

El escenario de la guerra cambió, pero es parecido el espíritu de rechazo y desinterés al que se tienen que enfrentar los menores que huyen de la violencia o de la pobreza, solos o con sus familias.

Por Vanessa Castro / Berlín

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar