Martín Lutero, el hombre de las 95 tesis de vida

Semblanza del líder religioso que fue precursor de la Reforma protestante. El monje que cambió la historia del cristianismo.

Redacción El Mundo
27 de noviembre de 2016 - 05:03 p. m.
 Imagen del momento en que Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg.
Imagen del momento en que Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg.

En la ciudad de Eisleben (Alemania) nació Martín Lutero el 10 de noviembre de 1483. Sus padres, Juan y Margarita, querían que fuera abogado, pero él siempre quiso ser monje. Por eso, en julio de 1505, a sus 22 años, ingresó al monasterio agustino de Erfurt. Estaba obsesionado con el tema de la salvación, pero pronto se volvió un lector apasionado de la Biblia, que le fue dando las respuestas que necesitaba. En 1507 se ordenó como sacerdote y de inmediato se dedicó a dictar cursos en la Universidad de Wittemberg. (Puede ver nuestro especial de los 500 años de la Reforma protestante aquí)

Su estudio permanente de las escrituras le permitió doctorarse en el año de 1512, en su cátedra sobre los Salmos se convirtió en un encuentro con estudiosos de la Biblia, visión que creció cuando profundizó en el estudio del libro de Romanos. Cuando leía que “el justo por la fe vivirá”, como se resalta en el libro La era de los reformadores, de Justo González, el sacerdote Martín Lutero sentía que la justicia de Dios cobraba un nuevo sentido. Desde ese mismo momento ya vivía internamente sus crisis respecto a las directrices de la Iglesia católica, que se acentuaron cuando conoció Roma y fue testigo de “una ciudad impía con pecados manifiestos”.

Así lo relata su biógrafo Ingeborg Stolee, quien manifiesta que en esa ciudad encontró “envidias, intrigas, falta de honradez, hipocresía, egoísmo y otros pecados corrientes en el hombre, pero de los cuales había pensado que la Iglesia estaría libre”. Cuando regresó a Alemania, recobró su cátedra, pero algo en su alma estaba por estallar. Sólo faltaba el pretexto. El propio papa León X se lo dio cuando envió el vendedor de indulgencias Tetzel a recaudar dinero para reconstruir la catedral de San Pedro. “Cuando la moneda en mi cofre da purgatoria afuera saltando el alma va”, cantaba Tetzel. La ira de Lutero encontró su momento cumbre.

El 31 de octubre de 1517 se defendió públicamente de las acusaciones de herejía que le hacía Tetzel, y luego clavó en la puerta de la iglesia de Wittemberg sus 95 tesis. El escrito repudiando las indulgencias y otras cuantas prácticas de la Iglesia causó revuelo de inmediato. La Iglesia pidió que se rectractara y lo citó a Roma, pero era tan reciente la muerte de Juan Huss, que sólo se reunió con un cardenal que fue delegado por el papa. Ya entonces el príncipe elector, Federico El Sabio había decidido protegerlo. Fueron días de dura confrontación con letrados y clérigos, hasta que el recién posesionado emperador Carlos V empezó a convocar Dietas para examinar la conducta del rebelde.

Al final, Lutero se ratificó en Wartburgo siempre protegido por el príncipe Federico, incluso hasta después de que el papa León X decidiera excomulgarlo. La bula a través de la cual lo hizo llevó impreso el escudo de la casa de los Médicis, con los tres lirios de Florencia, la triple corona del papa y las llaves de San Pedro. Ni siquiera la Dieta de Ausburgo intimidó al sacerdote alemán. Ya sabía que estaba haciendo historia y su doctrina defendida por su amigo Philips Melanchthon se inmortalizó a través de su confesión de fe que al mismo tiempo le significó el adiós definitivo de la Iglesia católica, y el comienzo de su propia propuesta teológica.

El 13 de junio de 1525 se casó con Catalina de Bora y nuevamente fue piedra de escándalo. Con ella tuvo seis hijos, aunque la mayor murió antes de cumplir un año. Vivió hasta los 63 años dedicado a proyectar sus ideas y a predicar los evangelios. El 18 de febrero de 1546 murió en pleno uso de sus facultades mentales y espirituales. Cuando sintió que todo terminaba comenzó a orar diciendo. “Padre celestial, eternamente misericordioso Dios: me has revelado a tu amado hijo, nuestro Señor Jesucristo. A él he confesado, a él he proclamado, a él amo, a él honro como mi Salvador y Redentor, a quienes los impíos persiguen con sorna y burla. ¡Oh Señor, toma mi alma!”.

*Trabajo conjunto con El Medio Comunica

Por Redacción El Mundo

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